Gian
Después de la partida de tenis, dejé a Nara en su casa y decidí tomarme el día libre para disfrutar el resto de la tarde con mis mascotas. El lunes tomaría un vuelo a París y no los vería. Uma y Rocco eran muy cercanos a mí. Me echarían de menos y quería compensar mi ausencia con un paseo en la plaza.
Tomé un trago de Gatorade y los miré jugar con la pelota, peleando por quién lo tendría. Yo era todo lo que tenían. Luciano se había hecho cargo de ellos cuando estuve en el centro de rehabilitación y a veces los llevaba para que me animaran. Los perros eran mejores que muchas personas. Leales, incondicionales y cariñosos.
Uma dejó la pelota a mis pies. Me agaché y agarré la pequeña bola para lanzarlo por los aires. Ella y Rocco lucharon para recogerla. Era una tarde deslumbrante y calurosa. Navidad estaba a la vuelta de la esquina. Alayna me había dicho que podría pasar las fiestas en su casa. Lo mismo Kiara, pero tenía otros planes. Yo solo en mi habitación viendo alguna película patética.
Hacía tres años me deprimiría porque era la fecha favorita de Liana. Ella amaba armar el bendito árbol y comprar muchos regalos. Su ausencia antes dolía. Ahora era tan diferente. Ya no sentía nada. Solo paz conmigo mismo desde que la dejé ir.
Pensé en la sonrisa de Nara, el sonido de su risa y como sus mejillas se sonrojaban cuando coqueteaba con ella. No creí que volvería a suceder. No tenía fe de que volvería a sentirme así por alguien desde la traición de Liana. Pero me di cuenta de que quería otra oportunidad y nadie mejor que la pequeña Lombardi para este nuevo comienzo.
Me gustaba todo de Nara. Su optimismo, su dulzura, su amabilidad, su simpatía. Incluso su familia. Su abuelo me agradaba a pesar de su pasado. Sospechaba que Aurelio había llevado una vida delictiva. Él admitió que conocía a Stefano Vitale. Y hoy mi padre lo confirmó.
Aurelio Lombardi había sido un ejecutor de la Cosa Nostra. Un hombre temido y letal en los años 70. Era la mano derecha de mi abuelo hasta que decidió alejarse de todo lo relacionado a la mafia. Ahora entendía por qué no me quería cerca de su nieta. Él era igual a mí. Podría apostar que fue mucho peor.
―Puse en pausa mi juego favorito para venir a verte ―dijo Danilo, acercándose sin aliento y con una carpeta en la mano―. Oh, hombre. Esto es demasiado.
Arqueé una ceja mientras me sentaba en el banco más cercano y tomé otro sorbo del refresco. Danilo se ubicó a mi lado, su rostro lleno de emoción. No me dio buena espina. Tenía que tratarse de algo grande.
―Existen los correos electrónicos. Te hubieras evitado el viaje y seguirías sentado en tu viejo sofá mientras comías tus apestosos chetos ―Le palmeé el estómago―. Es razonable que no respires cuando empieces a correr.
Apartó mi mano de un manotazo y me reí, extendiendo las piernas. Rocco fue el primero en rendirse. Se tiró cerca de mis pies en el pasto con la lengua afuera y babeando. Uma se unió a él con la pelota en la boca.
―Mira, no todos tenemos la misma energía que tú para pasar tanto tiempo en el gimnasio y lucir así ―Puso los ojos en blanco―. Pero no vine aquí a hablar sobre mi sedentarismo.
Me burlé.
―Empieza porque estoy muerto de intriga―dije―. Hoy hablé con mi padre y le presenté a Nara. Cuando ella mencionó su apellido pensé que tendría un ataque al corazón. Estaba realmente impresionado.
―Aurelio Lombardi resultó ser una especie de John Wick retirado, ¿eh?
―Esa es la definición que estaba buscando ―señalé su carpeta.
Danilo leyó las primeras páginas.
―No volví a hallar nada relacionado al padre de Nara, pero sí encontré información de su difunta madre. Allegra Lombardi ―continuó―. Su trágica muerte sacudió a todo Tokio por la gravedad del crimen.
―Crimen… ―repetí frunciendo el ceño.
―Fue asesinada por un clan yakuza hace trece años. Dicen que fue por ajustes de cuentas ―Me quedé helado por la información―. Ella fue destrozada, Gian.
Me entregó la carpeta y abrí la primera página que enseñaba fotos de Allegra Lombardi. Era una hermosa mujer italiana. Largo cabello lacio y castaño con los mismos ojos marrones de Nara. Me recordaba mucho a su hija.
Leí atentamente, absorbiendo cada letra. Los primeros años de su juventud trabajó como maestra de matemáticas en Palermo hasta que encontró nuevas oportunidades en Tokio. Allí la relacionaron con el director general de la empresa multinacional Ozaki. Hiro Ozaki. Miré la fotografía en blanco y negro de ambos compartiendo una cena en un restaurante.
Se casaron a principios de los años noventa y fruto de la relación nació el heredero Ozaki. Cato Ozaki. Nara fue concebida siete años después. ¿Qué demonios hacía mi chica en Palermo? Ella mencionó que ya ni siquiera recordaba a su padre.
Pero esto no era lo que más me conmocionaba. Yo trataría con los Ozaki la próxima semana y sabía perfectamente que Hiro no era un simple empresario exitoso. Era un jodido Oyabun que controlaba el contrabando más grande de Asia.
Y Nara era su hija.
Me reí por la ironía de todo esto. Sus palabras de repente empezaron a cobrar sentido.
“No te tengo miedo”
“Nunca he sido buena ni pura. Nunca he sido correcta”
Cerré la carpeta y sacudí la cabeza con una sonrisa reprimida. Vaya, mi chica era toda una caja de sorpresas, ¿eh? Estaba involucrada con la maldita yakuza. El crimen organizado más peligroso de Asia. Su abuelo era un ejecutor retirado, su padre un Oyabun y su hermano un psicópata suelto con quién cerraría tratos muy pronto. Que su familia estuviera tan manchada no significaba que ella también. Fue enviada a Palermo por una razón. Su apellido ni siquiera era Ozaki.
―Si fuera tú daría marcha atrás ―dijo Danilo, sacando una goma de mascar de su chaqueta―. No quieres involucrarte con los yakuza.
Chasqueé la lengua.