Imperio Oscuro

Capítulo 17

Nara

El auto deportivo de Gian se detuvo frente a mi casa. Su mano acarició mi muslo el resto del viaje y todo lo que podía pensar era en el sabor de sus labios. Rompí la regla principal que había estipulado en nuestro acuerdo.

Sin lengua...

Y fue lo primero que disfruté cuando nos besamos.

La llovizna era ligera, el limpiaparabrisas despejaba la vista y el viejo farol iluminaba la calle. La tormenta había oscurecido el cielo. Probablemente mis nonnos estaban preocupados. Me quité el cinturón de seguridad y miré a Gian. Tenía una sonrisa en los labios. Se veía feliz y relajado.

―Bueno, gracias por traerme. Ha sido un día agradable ―dije, sonando nerviosa.

Dios... era tan torpe. ¿Qué más podía decirle? ¿Agradecerle por el fantástico beso que compartimos? Era estúpido compararlo con mis otras relaciones, pero nunca un hombre me había hecho sentir así. Cómo si estuviera ardiendo y no pudiera respirar. La forma en que me miraba despertaba mi confianza. A su lado era valiente y atrevida.

―Estoy deseando volver a verte―respondió, pasando sus nudillos por mi mejilla. Me miró lentamente a la cara, bajó hasta mis pechos y volvió a subir―. El lunes es el día más esperado de mi vida.

Mis labios se separaron y lo miré pestañeando.

―Yo también estoy esperando que llegue ese día. Buenas noches, Gian.

Puse la mano en el pomo de la puerta, pero impidió que saliera y ordenó en voz baja:

―Ven aquí.

Solté un grito ahogado cuando me rodeó la cintura con un brazo y me empujó hacia él para que me sentara a horcajadas en su regazo. Nos reímos mientras nuestros labios se conectaban de nuevo en un beso apasionado. Mordió mi labio inferior y su lengua reclamó mi boca.

―Me vuelves loco―susurró.

Gemí suavemente mientras arrastraba las manos por mi espalda que se arqueó ante su toque y apretó mi trasero, gruñendo cuando me froté contra su erección. Demasiado pronto se echó hacia atrás con una mueca y presionó su frente en la mía.

―Te quiero desnuda, preciosa, pero si hacemos eso frente a tu casa sospecho que tu abuelo saldrá a recibirme con Gregoria.

Sacudí la cabeza con una sonrisita. Si Aurelio nos veía en esa situación, Gian no viviría otro día para contarlo. Me bajé de su regazo y me arreglé la ropa. Una vez que estuve menos agitada, lo observé. Él se pasó una mano por el pelo con un suspiro.

―¿Entonces nos vemos el lunes?

―Sí.

Asentí y abrí la puerta, pero antes de que pudiera salir, me detuvo por segunda vez.

―¿Nara?

Me giré hacia él.

―¿Sí?

―Sueña conmigo esta noche.

Sonreí.

―Lo haré. Hasta luego.

Esta vez sí permitió que saliera de su auto. Corrí rápidamente para huir de la llovizna y entré a mi casa. Gian solo arrancó cuando estuve segura. No podía dejar de sonreír incluso cuando saludé a mis abuelos que veían una vieja serie de comedia en la sala. Aurelio me estudió con los ojos entrecerrados mientras mi nonna le daba un sorbo a su chocolate y mordía una galleta.

―Mira como estás, querida―dijo mi nonna―. Ve a ponerte algo caliente para que no te enfermes.

Aurelio resopló, enfocándose de nuevo en la televisión.

―Mejor debería tomarse una ducha bien fría, Nao. Sus mejillas están rojas.

A este viejo nada se le pasaba por alto. Lo ignoré y le sonreí a mi nonna porque no planeaba hablarle de mi situación con Gian. No me expondría a su escrutinio o comentarios malintencionados. Fue un día maravilloso. Nadie lo arruinaría.

―¿Cómo estuvieron los estudios, nonna? ―me incliné y le tomé de las manos a la mujer más importante de mi vida. Me dio una sonrisa suave y besó mi frente.

―Nada de qué preocuparte, cariño. Compramos más de mis medicinas gracias a tu aporte.

Todos los días agradecía porque descubrieron a tiempo su diagnóstico. Ella odiaba las quimioterapias, pero verla tan tranquila hizo que mi corazón se calmara. Nao Lombardi era una estrella brillante que me iluminaba en mis noches más oscuras. No sobreviviría si se apagaba.

―Me pone feliz escuchar eso, nonna―besé el dorso de su mano―. Recuerda que es importante mantener la comunicación. ¿Está bien?

Si fuera por ella nunca me diría que estaba enferma. Me enteré cuando perdió el conocimiento mientras cocinábamos juntas e inmediatamente la llevé al médico que me puso al tanto de su diagnóstico. Fue el día más aterrador de mi vida.

―No hay nada que temer, cielo―dijo, acariciando mi cabeza.

Suspiré, poniéndome de pie.

―Iré a darme esa ducha porque definitivamente lo necesito―Aurelio refunfuñó, puse los ojos en blanco―. Nos vemos en la cena.

Me despedí de mis nonnos y subí las escaleras. Vi a Cleo en mi cama cuando entré a mi habitación. Me quité la ropa húmeda, deshice la coleta y fui al baño a preparar la tina. Le sonreí a mi reflejo en el agua. Dios, mío. Aurelio tenía razón. Estaba exageradamente sonrojada. Mis labios estaban hinchados y mis ojos lucían suaves, contentos. Era el efecto de Gian Vitale, ¿eh? Ese beso era el comienzo. Mi interior se calentó al imaginar lo que sucedería cuando estuviéramos solos en París.

De regreso a mi habitación, agarré la botella de vino que tenía reservado bajo mi escritorio con una copa. Cleo ronroneó, levantando sus orejitas. Ella también notaba mi estado de ánimo. Era tan obvia.

―No puedes juzgarme ―La señalé con el dedo―. Tú también lo amaste.

Terminé de quitarme la última prenda húmeda, me serví el vino, conecté los auriculares en mis oídos mientras escuchaba una canción de Taylor Swift y me metí en la tina con un suspiro de alivio. El aroma a lavanda impregnó el aire y las burbujas cubrieron el resto de mi cuerpo desnudo. Dejé la copa en el borde y revisé mi buzón.

Tenía mensajes de Thomas y Gian. Ignoré al primero, me enfoqué en el segundo.

Gian: Kiara irá a visitarte mañana para llevarte de compras. Tendrás a tu disposición una tarjeta con dinero ilimitado. El viaje durará dos días. Asistiremos a una fiesta además de la reunión con Jean Bernoit.




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