Gian
Sus ojos se iluminaron cuando las palabras abandonaron mis labios y volvimos a besarnos por prolongados minutos. Nara terminó sentada en mi regazo, enredando los dedos en mi cabello mientras los míos recorrían su espalda. Tina había regresado con la comida, pero no tuvo más opciones que retirarse cuando nos vio en un momento acalorado.
―¿Qué hay ahí atrás? ―Los ojos de Nara se desviaron al pasillo detrás de mi espalda y frunció el ceño con curiosidad.
Puse un mechón de pelo detrás de su oreja.
―La habitación privada.
―Oh ―murmuró, jugueteando con el cuello de mi camiseta.
Sabía lo que estaba pasando por su mente curiosa. Probablemente se hacía ideas sobre Tina y yo. Tal vez pensaba que había follado a mi azafata en esa cama, pero en realidad lo habíamos hecho en el baño. Fue rápido, nada memorable. Aunque Nara no tenía que estar al tanto de esos detalles.
―¿Qué hacías? ―pregunté, echándole un vistazo a su Tablet.
Me sonrió.
―Repasando las preguntas que tengo para Jean Bernoit y publicando una nueva entrada en mis redes sociales sobre mi viaje a París. ¿Te incomoda?
―En absoluto, cariño.
―Gracias―Regresó a su asiento.
Capturó varias fotografías de las nubes y lo publicó en sus redes sociales. También selfies de ella en el asiento del Jet. Me entrometí en su historia, guiñándole un ojo a la cámara y Nara estalló en risitas. Pasamos el resto del viaje grabando un par de vídeos que ella compartió en su cuenta de TikTok con mi aprobación. Las reacciones no tardaron en llegar. La mayoría eran halagos por parte de las chicas.
Dos horas después, el piloto nos informó que estábamos a punto de descender en el aeropuerto. Nara aseguró su cinturón de seguridad. La sacudida de las ruedas al chocar contra la pista la sobresaltó y le apreté la mano para hacerle saber que estaba segura. Me dio una sonrisa de agradecimiento tan genuina que me apretó el pecho.
―Ya llegamos ―dije―. Tranquila.
Tomó una respiración profunda.
―Te advertí que no he viajado desde que era una niña y olvidé esta sensación.
―No pasa nada.
Cuando el Jet se detuvo en la terminal, le ayudé a desabrocharse el cinturón y luego bajamos para dirigirnos al hotel de cinco estrellas que había reservado. Nara se despidió de Tina que forzó una sonrisa antipática. Me molestó su actitud. Este sería su último día trabajando conmigo. No quería en mi equipo a personas como ella. La falta de profesionalidad era mi culpa, pero no toleraría sus groserías a mi chica.
Acomodaron nuestras maletas en el baúl de la limusina. Roberto nos abrió la puerta, sonriéndonos con amabilidad. Necesitaba un conductor designado. Nara y yo no tendríamos un descanso las siguientes horas.
Abrí una botella de agua mientras el auto se puso en marcha, sacándonos del aeropuerto para llevarnos a la autopista. Nara mantuvo su atención en la ventana, sus ojos marrones iluminándose ante el paisaje de París. Yo no podía dejar de mirarla a ella. Se veía tan hermosa y relajada.
―Te prometo que daremos un paseo por la ciudad.
Se giró a verme con una sonrisa dulce.
―Eso sería fantástico. Me encanta el turismo.
―Cualquier cosa que te haga feliz ―susurré.
No recordaba la última vez que había disfrutado mi estadía en una ciudad que no fuera Palermo. Mis viajes para la corporación normalmente consistían en reuniones en una sala de juntas y hoteles. Pocas veces me daba el lujo de explorar, pero por Nara haría una excepción. Valdría la pena ver esa expresión ilusionada.
Pasamos por El Arco Del Triunfo, los Campos Elíseos y luego entramos al garaje privado del hotel Four Seasons. Había solicitado para ambos una suite presidencial, habitaciones contiguas. Roberto nos ayudó con las maletas mientras anuncié nuestra llegada a recepción y subimos al ascensor. Nara se mordió el labio en un gesto nervioso.
―¿Qué sucede? ―inquirí.
Apartó un mechón de pelo lejos de su rostro con un resoplido. Un gesto adorable que me hizo sonreír.
―Me da miedo no estar a la altura.
―Lo harás genial ―afirmé―. Estás lista para el desafío, Nara. Eres una de las mejores periodistas de Palermo.
Alzó una ceja.
―¿Alguna vez has leído una de mis columnas?
―¿Todas las acusaciones de corrupción que le has hecho al gobernador? ―Me burlé―. Efectivamente, sí.
Sus ojos se ampliaron.
―Oh, Dios, lo hiciste.
―Tu narración es muy fluida y tienes una gran habilidad para convencer a los lectores.
―De Rosa creía lo mismo ―Puso los ojos en blanco―. Estaba convencido de que mi inofensiva crítica arruinaría el gobierno de Adriano Ferraro así que me exigió que me detuviera o habría consecuencias.
Apreté la mandíbula, sabiendo exactamente a qué tipo de consecuencias se refería. Mi relación con el gobernador de Palermo era pacífica. Él no se metía en mis asuntos y yo le cubría las espaldas. Pero si mi chica quería despotricar en su contra nadie la detendría.
―Ya no trabajas para De Rosa. Eres libre de escribir la opinión que quieras.
―Lo sé ―sonrió―. Pero estamos hablando del gobernador. De Rosa me aseguró que podía destruir mi carrera y me cerraría muchas puertas si no era discreta con ciertas opiniones.
―No dijiste nada malo, Nara.
―¿Solo que está relacionado con La Cosa Nostra y que gracias a él la delincuencia aumentó en Palermo? Exactamente.
Me mordí el labio para suprimir la sonrisa burlona. Adriano Ferraro no era ningún santo, pero el único responsable de que las calles de Palermo estuvieran manchadas de sangre era yo. El gobernador solo era un peón que seguía órdenes. Le convenía tener a la mafia de su lado para ser beneficiado.
―Trabajas para mí ahora ―aseguré―. Eres intocable.
Me miró a través de sus gruesas pestañas oscuras.
―¿Tú quién eres además de director general?
No pude evitarlo. Me reí a carcajadas. Sabía que se estaba cuestionando la magnitud de mi poder. Incluso consideraba tomarle la palabra a su mejor amigo y aceptar que yo era el bastardo más peligroso de Italia.