Mientras la tragedia se desarrollaba en las calles de Nova Tenochtitlán, el escenario en Nova Roma no era menos turbio. En medio del bastión, mientras Magno, el nuevo emperador, seguía su discurso con la pasión y elocuencia que lo habían llevado al poder.
La plaza estaba llena de una multitud entusiasta, compuesta en su mayoría por controlados que aplaudían y vitoreaban cada palabra que salía de los labios de Magno. Sin embargo, en medio de esa aparente celebración, se percibía una tensión palpable, como una sinfonía disonante que resonaba en el fondo de la euforia.
Francisco, ahora como parte de la policía secreta de Nova Roma, estaba entre la multitud, observando la escena con una mezcla de asombro y desilusión. Su formación y su entrenamiento lo habían llevado a ver más allá de la fachada, a detectar los matices de la situación que otros podrían pasar por alto.
Entre la multitud, pudo reconocer a varios de sus propios colegas de la policía secreta. Observó cómo instigaban a un joven libre de Nova Roma, provocándolo con insultos y gestos despectivos. El aire estaba cargado con hostilidad, y la mirada de la multitud estaba llena de rencor y animosidad hacia el libre que estaba siendo provocado.
La situación escaló rápidamente. En medio de una plaza cuyo diseño reflejaba una amalgama de arquitectura romana con elementos mecánicos impulsados por el poder del alma, las provocaciones llevaron a una explosión de violencia. El joven libre, enfrentado con insultos y burlas, finalmente cayó en la trampa y respondió con ira. Los controlados lo rodearon, y el espacio parecía encogerse bajo la sombra de edificios imponentes y decoraciones intrincadas que ahora observaban la escena congelada en el tiempo.
Gritos despectivos resonaban en el aire, palabras llenas de odio y prejuicio que se aferraban a la atmósfera como un veneno insidioso. Los controlados, bajo la influencia de la multitud y la pasión del momento, arremetieron contra el joven libre con una furia descontrolada. Empujones se convirtieron en golpes brutales, y la violencia se desató como una tormenta en medio de la plaza.
Los insultos se volvieron grotescos, hirientes y crueles. La multitud ya no se comportaba como individuos racionales, sino que se transformaba en una entidad colectiva alimentada por el odio y la rabia. Las palabras despectivas se volvieron aullidos salvajes, y los gestos amenazadores resonaban en el aire mientras los controlados se entregaban a la furia y la violencia.
El joven libre, superado en número y bajo el constante asedio de poderes controlados sin entrenamiento, luchaba con desesperación. Pero sus esfuerzos eran en vano en medio de la marea furiosa que se abalanzaba sobre él. La plaza, una vez símbolo de la grandeza y la unidad de Nova Roma, se había convertido en el escenario de una manifestación brutal de la desigualdad y el prejuicio que corroían las bases mismas del imperio.
Los mecanismos impulsados por el poder del alma que adornaban los alrededores parecían observar la escena con una mirada impasible, como si fueran testigos mudos de la oscuridad que yacía en el corazón de la sociedad. La arquitectura grandiosa y la tecnología avanzada no podían ocultar la fealdad de la violencia y la discriminación que se desplegaban ante ellos.
Mientras los controlados golpeaban al joven libre sin piedad, sus poderes, si bien débiles y sin entrenamiento, no eran suficientes para defenderse. Cada golpe asestado por la multitud era un recordatorio de la diferencia abismal entre los controlados y los libres en Nova Roma. La escena se volvía cada vez más caótica, una imagen aterradora de la deshumanización que podía surgir cuando la masa se dejaba llevar por la ira y el odio.
Los gritos de dolor se mezclaban con los aullidos de la multitud, creando una melodía infernal. La plaza, que debería haber sido un lugar de reunión y celebración, se había transformado en un escenario de horror. Y en medio de todo esto, Magno continuaba con su discurso, aplaudiendo y sonriendo, como si la violencia que ocurría a pocos metros de él fuera un tributo a sus ideales y su liderazgo.
La escena se revelaba como una obra sombría y distorsionada, donde la grandeza y la decadencia se entrelazaban de manera inextricable. Y mientras los golpes y los gritos llenaban el aire, Francisco contemplaba la escena con un sentimiento de desesperación y tristeza. El escenario que tenía ante él no solo era una manifestación física de la brutalidad, sino también un recordatorio doloroso de la realidad compleja y oscura que subyacía en el imperio al que había jurado lealtad.
Mientras Francisco observaba la escena, no pudo evitar sentir un nudo en el estómago. Aunque había conocido la desigualdad y la discriminación en el imperio, presenciarla de manera tan cruda y brutal lo llenó de una sensación de profundo malestar. Su entrenamiento lo había preparado para muchas cosas, pero no para ser testigo de una situación en la que la hostilidad y el odio se manifestaban de manera tan cruda y violenta.
Los gritos y los golpes resonaban en sus oídos mientras observaba la escena con una mezcla de impotencia y desesperación. ¿Cómo podía ser que en medio de una sociedad que se jactaba de unidad y gloria, pudieran coexistir tales divisiones y violencia? ¿Qué tipo de líder permitiría que esto ocurriera en su propio discurso?
La respuesta vino en la forma de Magno mismo. Mientras la multitud continuaba su violento linchamiento del joven libre, Magno no hizo nada para detenerlo. En cambio, siguió con su discurso, sus palabras cargadas de doble moral y desprecio hacia los libres. Su sonrisa y aplausos resonaban en la plaza, como si estuviera celebrando la brutalidad que ocurría justo frente a él.