Impetu Amoroso

Capítulo Vigésimo primero: Día de compras para una novia jubilosa

Capitulo Vigésimo primero

ESTABA MUY ANIMADA MIENTRAS TOMABA LA CARRETERA costera hacia Margate. El cielo estaba azul y sin nubes, corría una brisa justa para mitigar el calor y la torpeza del aire.

Había poco tráfico, así que pude disfrutar del paisaje, el mar resplandeciente, las lagunas y las palmeras silvestres que crecían por todas partes. Sonreí al llegar a la ciudad y comencé a buscar aparcamiento. Iba a ser un buen día.

Pasé un tiempo buscando un vestido de novia y descubrí que, si bien la selección no era tan amplia como en Durban, encontrar algo bonito no sería difícil.

Y atrás dos tiendas un vestido llamó mi atención. Hecho de un satén grueso color crema, se ajustaba cómodamente sobre pechos altos, se ensanchaba suavemente desde la cintura, ganando amplitud y creando suaves pliegues en su caída hasta el suelo.

Las mangas y el canesú que llegaba hasta el cuello eran de un delicado encaje, y el efecto general del vestido era románticamente etéreo. Estuve tentada a comprarlo, pero le expliqué mi situación a una vendedora dispuesta, quien estuvo encantada de reservarme el vestido por unos días.

Al salir de la tienda de novias, empecé a buscar otras prendas. Soy alta y esbelta, tengo una figura que todo me sienta bien, y mi estado de ánimo de felicidad me ayudó. En poco tiempo encontré cosas que me gustaban.

Dos elegantes vestidos de seda, perfectos para la noche. Ropa informal: tres pantalones elegantes de diseño, unas blusas preciosas y una falda acampanada en varios tonos de azul y verde que me recuerdan al océano.

Reconozco que, por necesidad, siempre había sido cuidadosa con el uso de mi dinero, pero la herencia de mi tío había sido una ganancia inesperada y bastante maravillosa, que me abrió horizontes que antes estaban fuera de mi alcance.

De repente, había tenido ciertas esperanzas de progresar en mi carrera, había soñado con viajar. Pero, aun así, había sido cuidadosa, había presupuestado cada centavo. El derroche de hoy fue algo nuevo. Fue divertido. El hecho de poder gastar lo que quisiera sin remordimientos me hizo sentir un poco mareada.

Salía de la tienda cuando una voz ronca dijo:

—Hola, Erica. —Y me giré para que era Marilyn Simmons.

—Hola, Señora Simmons.

—¿Por qué tan formal? —Marilyn sonreía. Se veía tan increíblemente elegante que de repente me sentí desgarbada.

—Marilyn —corregí con torpeza.

Su mirada se había posado en los paquetes que llevaba.

—¿De compras?

—Sí. La boda es en unos días...

La sonrisa de Marlyn se ensanchó, mostrando una dentadura perfecta.

—¿Viene Víctor contigo?

—Está en Watamo. Tomé su coche.

Sin posibilidad de encontrarse con Víctor, Marilyn perdería todo interés en mí y se iría. Pero me sorprendió que dijera. —¿Por qué no tomas un café conmigo?

Un café era lo último que me apetecía. Buscaba una forma educada de decirlo cuando me lo impidió.

—Con todos esos paquetes, debes estar agotada. Creo que un descanso para tomar café es justo lo que necesitas. —Otra sonrisa. —Además, nos dará la oportunidad de conocernos.

Era difícil rechazar una invitación tan amable.

—Un descanso estaría bien —respondí con una sonrisa.

—Maravilloso. Hay un buen restaurante en la siguiente esquina.

El restaurante era pequeño y elegante, y bastante vacío. Pedimos café y un sándwich de queso tostado cada una, y charlamos.

Marilyn fue la que más habló. Charla informal, ligera y divertida. Si Marilyn era buena en eso, yo no. En compañía de la sofisticada mujer me sentí como una colegiala, descolorida y un poco tonta.

Algo de mi la alegría parecía haberse esfumado.

Relájate, me dije.

Intenta relajarte.

De acuerdo, eres hermosa y no eres competencia para mí. Fuiste una de las mujeres de Víctor... pero se acabó. Me eligió como esposa. No lo olvides, me dije.

—¿Ilusionada con la boda? —preguntó Marilyn.

—Mucho.

—¿Cuántos años tienes, Erika?

—Veintidós.

—La edad que tenía cuando me casé. —Sus brillantes ojos me observaban, lo que me incomodó. Tomé un café y me removí en la silla.

—¿Has comprado ya, tu vestido de novia?

—Miré algunos vestidos. Pero pensé en esperar y tomar la decisión final cuando llegue mi madre. Aunque tengo el presentimiento de que a ella y a la abuela de Víctor les gustaría ver el vestido antes de que me lo compre.

—Qué chica tan lista. —¿Había malicia en esos ojos brillantes? —A Caroline Keys le encantará. Y a ti.

Me está intentado contar algo, pensé.

—Pero tienes un montón de paquetes. Supongo que también has estado comprando otra ropa, ¿no?

—Bastantes, en realidad. —Levanté la barbilla, preguntándome por qué sentía la necesidad de ser desafiante. —Vestidos. Unos pantalones.

—Maravilloso. —Dijo Marilyn con la sonrisa que empezaba a temer. —Claro, no tiene sentido comprar demasiado. O sea, siempre puedes conseguir más después.

—¿Después?

—Cuando recuperes tu figura. —Una risa tintineante esta vez—. Después de que nazca el bebé.

La miré fijamente.

—No hay ningún bebé.

La ira se agitó en mi interior. El instinto me decía que la invitación de Marilyn podía ser algo más que simple amabilidad. —¿Eso es lo que crees? —Me costó mantener la voz baja y controlada... —Que estoy embarazada.

—Claro que no —La voz ronca, tranquila y serena, parecía burlarse de mí.

—Pero lo estarás.

—Y si llego a quedar embarazada, ¿hay algo malo en ello?

—Para nada. Sería correcto, según los planes de Víctor. Y de su abuela.

Hacía bastante calor en el restaurante, pero de repente sentí frío.

—No sé qué intentas decirme —dije—, pero creo que no quiero oír más.

—¿Porque te da miedo oír la verdad?

—Sé la verdad, Víctor y yo nos vamos a casar. Eso es todo por ahora.




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