Impetu Amoroso

Capítulo vigésimo séptimo

Capítulo vigésimo séptimo

EL TIEMPO PARECIA MEDIRSE POR CADA PASO DE ROBERT. Arriba y abajo de la habitación.

Mi cabeza se sacudió cuando un médico entró en la habitación. En un instante se puse de pie.

—¿Los parientes de la señorita Janes?

—¡Sí! —Mi garganta estaba tan apretada que le dolía hablar. —¿Cómo está?

—Usted es ella... —El médico nos miró inquisitivamente.

—Hermana, —dije.

—Soy su prometido—, intervino Robert secamente. —¿Cómo está, doctor?

—La operación ha terminado. Está en la sala de recuperación.

—¡Gracias a Dios! —Dos exclamaciones simultáneas.

—Tiene varias lecciones, que serán dolorosas en la recuperación. Incluyendo cuatro costillas rotas. Y una pierna.

—Se curarán, ¿verdad? —, pregunté con ansiedad.

—Se curarán. Pero me temo que la pierna sufrió una fractura bastante incómoda.

Algo en el tomo de su voz encendió una a alarma en mi cabeza.

—¿Estás diciendo que no volverá a caminar? —Mi voz sonaba angustiada.

—Caminará, pero es demasiado pronto para estar seguro. Quedarán cicatrices permanentes. Y quizás podría cojear.

—¿Cuándo podremos verla? —preguntó Robert.

—Dentro de un rato. Ahora está en la sala de recuperación. Pasará un tiempo antes de que se recupere lo suficiente de la anestesia como para hablar.

—Esperaremos—, murmuró Robert.

—Hay una cosa más. —El médico dudó, su mirada compasiva pasó de Robert a mí, y luego volvió a posarse en Robert. —Ha habido una lesión interna. Nada que pueda afectar su vida. Pero la señorita Janes podría no ser capaz de tener hijos.

Dudé de nuevo, y a través de su dolor, comprendí que esto no era fácil para él. —Lamento tener que decirle todo esto, pero. A veces es mejor que conozca los hechos.

Salió de la habitación. Miré a Robert con impotencia y luego volví a mi silla. Pensé que Robert reanudaría su furioso paseo, pero él se sentó a mi lado y hundió la cabeza en sus manos.

A pesar de su tristeza, su corazón se conmovió. Se estaba tomando el incidente con mucha más seriedad de la que yo le habría dado.

Le puse la mano en el brazo y, a diferencia de Víctor, él no la apartó.

—¿Estás bien?

—Sí. Dios mío, Erika, nunca debí haberla dejado…

—No seas tonto. —Hice un esfuerzo por hablar con firmeza—. Fue un accidente. No puedes sentirte culpable.

Robert levantó la vista, con el rostro demacrado.

—Te sientes fatal, ¿verdad? —contesté con voz entrecortada.

—Si.

Quedamos en silencio unos instantes. Me removí en la silla. Había algo que tenía que preguntar. Una pregunta quizás cruel, pero, al igual que el médico, comprendía que había cosas que decir.

En voz baja, pregunte:

—¿Esto cambiará la situación?

Levantando la cabeza, Robert me miró, aturdido y sin comprender.

—Las lesiones de Sally. Lo siento, Robert, pero tengo que saberlo.

—¿De qué estás hablando?

Esto me parecía más difícil de lo que esperaba.

—Ya oíste lo que dijo el médico: ¿cambiará la situación? —Una expresión extraña se dibujó en sus ojos.

—Creo que preguntar si las lesiones de Sally cambiarán lo que siento por ella. Y cuando no respondí el añadió.

—La quiero. Amo a Sally. Maldita sea, Erika, ¿no lo entiendes?'

Lo miré aturdida.

Robert, el Casanova, el mujeriego.

Robert, a quien solo le interesaban las chicas con rostros y cuerpos perfectos, hablaba con pasión sobre el amor. La única palabra que nunca había salido de los labios de su hermano.

—Puede que cojee…por un largo periodo de tiempo.

—¿Y qué?

—Y puede que nunca te dé hijos.

Algo se movió en la garganta de Robert.

—¿Qué demonios intentas hacer, Erika? ¿Ponerme en contra de Sally? ¡La quiero! Claro que me habría gustado tener hijos. Pero lo que más importa es Sally. Va a ser mi esposa, y te guste o no, más te vale que lo entiendas.

Sus ojos se nublaron con lágrimas repentinas.

—Lo entiendo—, susurré con el doloroso nudo en la garganta. —Y me alegro. Me alegro muchísimo,

Había algo más que entendí. Había actuado precipitadamente para salvar a mi hermana de un matrimonio que creía condenado al desastre, cuando no era así en absoluto. Robert y Sally se querían. Aunque él nunca lo sabría, Robert acababa de pasar una prueba.

Me había arriesgado para rescatar a Sally, cuando mi hermana nunca había necesitado ser rescatada. Y el resultado bien podría ser perjudicial para mi propio matrimonio.

Un daño temporal, intenté tranquilizarme, pues le explicaría a Víctor todo lo sucedido, y él lo entendería. Por supuesto que lo entendería.

El objeto de mis pensamientos entró en la sala de espera, con vasos de café de poliestireno en las manos. Lo miré a los ojos cuando él me ofreció una taza, y vio que estaban duros. Mi expresión angustiada, la súplica silenciosa que le dirigí, no la suavizaron.

Y de repente La confianza en mi matrimonio parecía frágil. Sabía que habría un ajuste de cuentas.

Llegaría esa noche. Mucho antes de lo que me hubiera imaginado.

***

Esperamos en el hospital hasta que Sally recuperó la consciencia lo suficiente como para reconocernos y decir algunas palabras.

Ella apenas pudo contarnos lo sucedido. Pedaleaba por el tranquilo camino rural, y se encontró con un coche. Este la atropelló repentinamente y la tiró de la bicicleta.

Yo sabía que la culpa había sido de ambos. Víctor nos dijo que el conductor había estado en shock tras el accidente.

No hablamos mucho. Sally empezaba a sentir dolor y también tenía mucho sueño. Sali de la habitación. Y en la puerta, me giré y vi como Robert besaba a mi hermana con mucha ternura.

Regresamos a la cabaña a recoger nuestras cosas y luego condujimos durante toda la noche hasta Watamu, ya que la cabaña no tenía teléfono y estaba más lejos del hospital.




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