Capitulo vigésimo octavo
INTENTANDO CONTROLAR UN ESCALOFRÍO, DEJÉ EL VASO y salí sin decir palabra de la sala hacia el dormitorio. Estaba tan cansada que tuvo que esforzarme para cepillarme los dientes y desvestirme.
Sali del baño y encontré a Víctor en la habitación... Era obvio que había estado esperando por mí. La puerta estaba cerrada y él estaba ligeramente inclinado sobre la madera labrada.
Algo en sus ojos, en su porte, lo hacía parecer un depredador preparándose para acercarse a mí.
Pero él no era el marido que yo conocía, y eso también lo entendía. Había una ferocidad en su rostro y en sus ojos que me destrozaba. La mirada de poder y fuerza que siempre lo acompañaba era fortuita, al igual que su aire de sexualidad. Nunca lo había visto tan atractivo. Ni tan peligroso.
Sin pensar en lo que hacía, me levantó Las manos para protegerme los pechos que se veían bajo el brillo invisible de un camisón de seda.
Como si la acción despertase algo en su interior, sus labios se curvaron con desdén y se apartó un paso.
—Qué modestia —se burló—. Te vi con menos ropa esta mañana.
Incluso al principio de nuestra relación, cuando me trataba con desprecio, no había tanta dureza en su voz, ese deje de absoluta antipatía y desprecio.
—Me has visto desnuda —concedí con firmeza—.
—Así es. La novia ruborizada. La virgen inocente. Apasionada pero virtuosa. Tan imbuida de moral anticuada que tuvo que casarse antes de poder entregar su preciosa virginidad.
—¡Para!
—Una zorra virtuosa. La señora Keys, una zorra virtuosa. Y pensar que caí en la trampa.
—No quiero oír más. —Me tapé los oídos con las manos.
Pero el me las apartara bruscamente.
—Oirás lo que tengo que decir, mi querida esposa. Tú has puesto las condiciones desde el principio, ¿verdad? Tu dulce inocencia me engañó, lo admito. No sabía que estabas jugando todo el tiempo.
—Oh, Dios, Víctor, basta, por favor, basta.
—¿Qué te atrajo de mí? ¿Mi dinero o mi cuerpo?
Él me agarraba las manos, sujetándomelas entre nuestros cuerpos. Estaba tan cerca de mí que podía ver la violencia en sus ojos, la tensión en la piel que se estiraba sobre sus pómulos como una máscara a punto de romperse.
Ahora estaba realmente asustada, pero no podía dejar que lo supiera.
—Estás borracho—, espete.
—¿Y eso te ofende? —Un movimiento brusco de sus manos me acercó aún más a él, de modo que pudo sentir la tensión de su cuerpo, una tensión que no tenía nada que ver con el amor ni la pasión.
—Sí.
—Vaya, ¿no es increíble? Mi inocente esposa está... avergonzada por mi borrachera. Me di cuenta de que te acabaste el brandy en un santiamén.
—Solo una —me defendió—. No tiene nada de malo.
—Excepto que nunca mostraste esa faceta tuya hasta hoy.
—No bebo, Víctor. Estaba molesta por Sally.
—Ah, Sally. Me preguntaba cuándo ibas a convencerla. Y Robert. ¿Qué dirá Sally si sabe que estás deseando llevarte al hombre que quiere?
—¡Eso no es verdad!
—¿Entonces niegas que intentabas seducirlo esta mañana, hermana?
—Al menos... —Lo miré con impotencia. —Víctor, te dije en el hospital que teníamos que hablar.
—Querías explicarte. —, dijo él con sarcasmo. —Un desperdicio de energía—Su tono era seco.
—Hubo una razón para lo que hice—. dije con entusiasmo.
—Sin duda se te ha ocurrido una por...
—Víctor, por favor...
Se apartó de mí tan bruscamente que caí sobre la cama.
—No quiero oírlo. No nos degrades más a ambos tratando de explicar lo que pasó, Erika.
Se sentía mal.
—Entonces, ¿adónde vamos desde aquí?'
—¿Adónde crees que vamos?
—Supongo que…—Me detuve humedeciéndome los labios, que estaban secos, y me costaba pronunciar las palabras que pondrían fin a todo lo que apreciaba. —Supongo que lo nuestro ha terminado.
Un pequeño movimiento en su mandíbula.
—No dije eso.
—Me desprecias. No confías en mí'.
Se acercó a la cama y me miró, alto, ágil y agresivamente masculino.
—No, no confío en ti'.
—Entonces me iré de aquí. Me iré mañana'.
—No lo harás'.
Y lo miré sin comprender.
—Es la única manera'.
—De ninguna manera. Para empezar, Sally volverá pronto. Necesitará que la cuides.
Me había olvidado de Sally. En la pasión y la tristeza del momento, me había olvidado de mi hermana. ¿Qué me pasa?, se pregunté con desesperación.
—Tienes razón. Me quedaré hasta que se recupere—. No supe qué me hizo añadir: —Dijiste "para empezar".
Víctor no respondió. Simplemente se quedó mirándome. Quise protegerme de nuevo, pero el orgullo acudió a mi rescate. No me humillaría ante él.
—¿Para empezar? — lo animé.
—De verdad que no importa—dijo él en voz baja. —Solo entiende que no hay marcha atrás. Hace unos días hiciste unos votos.
—Ya no son válidos
—Son válidos. Estás unida a mí para siempre, Erika
¿Por qué? ¿Por qué? Me odiaba, no confiaba en mí, pero hablaba de para siempre. La respuesta me llegó de repente. —Estás pensando en tu abuela.
No respondió. No importaba. Tuve ahí la respuesta. Si Víctor no me quería, sí sentía una profunda lealtad por su abuela. Marilyn Simmons se lo había explicado.
—Me quedaré—, dije con cansancio, —Pero estaremos casados solo de nombre. Es lo que ambos queremos. Déjame ahora, Víctor.
—Aquí es donde duermo.
Lentamente, deliberadamente, se desabrochó el cinturón.
—Entonces me voy —dije, apartando la mirada.
—Te quedarás aquí. En esta cama.
Me aparte de él cuando se acercó a mí,
—Tú Intentaste seducir a mi hermano esta mañana, no conseguiste lo que querías. Debes estar terriblemente frustrada.
—¿No me toques? —siseé mientras él se sentaba en la cama.
—Te tocaré cuando quiera. —En un rápido gesto, me sujetó y rodó sobre mí.
Los minutos que siguieron fueron una agonía, pues no había amor en el acto. Incluso en mi estado de fatiga, parecía incapaz de desear a Víctor, de responder a su tacto. Pero era consciente de que me estaba utilizando. Esa sensación era lujuria.
Editado: 17.05.2025