Impetu Amoroso

Capítulo vigésimo noveno

Capitulo vigésimo noveno

Pero llegaría el momento en que tendría que pensar primero en mí misma. Para entonces, tal vez, su presencia continua en Watamu ya no significaría tanto para los demás, y lo entenderían.

Y ojalá llegara pronto, pues últimamente me sentía muy indispuesta. Cansada y sin apetito, con náuseas al despertar por la mañana y a menudo llorosa. Las emociones podían causar estragos en el cuerpo y el espíritu.

Una mañana, mientras atendía a Sally, me sentía particularmente mal. Grace acababa de traer una bandeja con un huevo frito con tocino y tostadas. Habían pasado casi siete semanas desde el accidente, y Sally estaba en pleno proceso de recuperación, pero su brazo derecho seguía dándole problemas, así que había cosas que aún no podía hacer sola.

Cogió un cuchillo y un tenedor para cortarle la comida. Mire el huevo y el tocino, y de repente, su olor pareció coagularse en mi nariz. Por un momento me sentí tan mareada que creí desmayarme.

—¡Erika! —Oí vagamente el grito de preocupación de mi hermana, pero no me detuve. Me tapé la boca con una mano y salí corriendo de la habitación hacia el baño.

Minutos después, regrese a la habitación. Me sentía agotada y estaba tan pálida que las pecas en mi rostro parecían resaltar en mis mejillas.

—Lo siento —dije con remordimiento.

—¿Estás bien, hermana?

—Bien. No sé qué me pasó.

—¿Erika...? —Sally me observaba con preocupación y un toque de curiosidad en los ojos.

—Debe ser algo que he comido.

—¿Eso crees?

—Seguro. —Dije observando la comida que se enfriaba.

—No te preocupes por el desayuno—dijo mi hermana alegremente—. Robert me trajo un poco de té y unas galletas antes de irse. No tengo mucha hambre.

Respiré aliviada. Poco a poco, recuperaba la energía, pero ver la comida me repugnaba. Lleve la bandeja a la cocina y me disculpe con Grace.

—Ayer tampoco te veías bien —dijo Sally cuando volví a la habitación.

—.Será algún virus que he cogido.

—No te preocupes, no es nada. —Mi hermana se rió—.Creo que estás embarazada

Mi cabeza se levantó bruscamente mientras miraba a Sally con horror.

—Oh, no, no estoy embarazada —dije.

—¿Estás segura?

—Claro que sí. —Las palabras salieron con fuerza. Unos segundos después, la incertidumbre me siguió.

—Oh, Erika…—Sally se reía de nuevo. —Piénsalo.

Miré fijamente a mi hermana un momento más. Luego, me dirigí hacia la ventana, con una mano sobre mis doloridas sienes... intentó pensar. Nunca había escrito nada; no tenía un diario al que recurrir. Pero la memoria me proporcionaba un marco de referencia que a veces era como un diario. Y sí tenía recuerdos.

Estaba imaginando cosas. Las palabras de Sally se me habían metido en la cabeza. Pero debía de admitir que quizás podría haber alguna...

Me aparte de la ventana. Los ojos de Sally estaban fijos en mí, cálidos y preocupados.

—No lo sé. Quizás.

—Solo hay una manera de asegurarme.

—Sí.

—Espero que sea un bebé. —La voz de Sally se volvió repentinamente feroz—. Creo que necesito ser tía.

—¿Porque quizás nunca sea madre? —Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Crucé la habitación y abrasé a mi hermana.

—Serás la mejor tía que un bebé haya tenido jamás —dije, y vi que los ojos de mi hermana brillaban con lágrimas contenidas.

—¿Verás a un médico?

—Esta mañana, si consigo cita. —Dudé, sabiendo que tenía que hablar, sin saber cómo serían recibidas mis palabras. Finalmente, dije: —Si estoy embarazada, no digas nada, Sally. Por favor.

—¿A Robert, te refieres?

—A nadie. Ni a la abuela ni a Sarah. Ni... ni a Víctor.

—Lo prometo. —Había compasión en el rostro de Sally. Nunca habíamos hablado de mi matrimonio, pero mi hermana no era ciega ni insensible. —Ya se lo contarás todo tú misma cuando estés lista.

¿Y cuándo sería eso?, me pregunté más tarde ese mismo día, mientras dejaba Watamu. Si de verdad estaba embarazada, llegaría un momento en que la forma de mi cuerpo haría innecesarias las palabras. ¿Estaría lista para hablar antes? Tal como estaban las cosas con Víctor, ¿podría soportar hablar?

***

No fui al pueblo, ya que no quería que nadie que me conociera o me vieran salir de la consulta del médico. En cambio, conduje unos buenos cuarenta y ocho kilómetros más, deteniéndome en un lugar donde me sentía a salvo de los chismes.

Una hora más tarde, armada con los hechos ¿acaso no lo sabía ya?, detuve el coche en una laguna solitaria y tomé el sendero que bajaba a la playa. Baje hasta la arena húmeda más cercana al agua. A lo lejos, algunos niños jugaban con cubos y palas, amontonando arena formando un castillo, mientras sus padres, sentados cerca, charlaban.

Soplaba una brisa que me levantaba el pelo de la nuca y me picaba la cara. Cuando algunas lágrimas brotaron de mis ojos, la brisa las secó, dejando pequeñas marcas en mis mejillas.

Siete meses y medio para el nacimiento del bebé, había dicho el médico. Estaba sana y no debería tener complicaciones. Incluso las náuseas matutinas serían solo temporales. Un hombre mayor, de rostro amable y curtido, me había deseado felicidad. Y yo le había dado las gracias e intente sonreír...

Una sonrisa se había congelado en mi rostro mientras caminaba.

¿Sería posible que no lo supiera hasta que Sally me metió la idea en la cabeza?, me pregunté mientras caminaba por la playa. Había atribuido mi vida diaria a la infelicidad cuando debería haberla adivinado todo el tiempo.

Faltaban siete meses y medio. Eso significaría que el bebé había sido concebido casi inmediatamente. Quizás el día de la boda, o en los días siguientes, antes del accidente. Esperaba que así fuera, pensé de repente, poniendo mi mano sobre un vientre aún plano.

Estaba destinado a nacer de padres que no querían estar unidos. Si hubiera sido al principio de nuestro matrimonio, al menos habría nacido de una pasión que era solo física, pero que había surgido del amor de la madre y de los fuertes sentimientos de deseo y afecto del padre. Habría surgido en un ambiente de alegría. Eso debía contar para algo, pensé.




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