Impetu Amoroso

Capítulo trigésimo primero : Esa extraña sensación de alegría y dolor.

Capítulo trigésimo primero

Esa extraña sensación de alegría y dolor.

VIOLET-MARIE KEYS nació una noche en que una tormenta rasgó el cielo y azotó los océanos. Y la quise desde el momento en que la vi. Excepto que esa palabra parecía insuficiente para describir lo que yo sentía.

El manantial de sentimiento maternal que fluía de su diminuto y perfecto ser no era la dulce emoción que yo había imaginado.

Era algo feroz y primitivo, abrumador y abarcador.

Mi amor por Víctor era el amor de una mujer por un hombre.

Estaba compuesto de muchas cosas: deseo sexual, el deseo de estar con él en la alegría y en la tristeza. Anhelaba compartir mi vida con él, a pesar de que nunca sucedería.

Pero el amor por mi hija era algo muy diferente. Me impactó. Penetró hasta lo más profundo de mí; nunca había imaginado que la maternidad pudiera ser así.

Víctor era un padre orgulloso.

Vi la expresión en sus ojos cuando miró a la bebé dormida y cuando la sostuvo, un poco torpemente, en sus brazos. Había amor en sus ojos, además de orgullo.

Una expresión que me puso los pelos de punta.

Era injusto, pensé. Deberíamos estar juntos como una familia. Como una madre y un padre, viéndola crecer. Pero eso nunca sucedería.

***

Una noche, un mes después del nacimiento de Violet, la oí llorar hambrienta en la habitación contigua, pasé silenciosamente junto a la puerta de la habitación donde Víctor dormía, la levanté de la cuna.

Al poner al bebé en mi pecho, escuché los diminutos ronroneos que emanaban de la succión. Un nuevo sentimiento de amor maternal me invadió. No había nada que no hiciera por este pequeño ser que había llevado dentro durante nueve meses.

Trabajaría por ella, incluso mataría por ella. No había nada que no hiciera por ella.

Bueno, casi nada. ¿Podría dejar a Violet aquí con su padre y su tía Sally? ¿Crecer en Watamu, rodeada de todos los lujos que una niña puede tener?

¡No! Supe de repente, y con total certeza, que era lo único que no podía hacer. Mirando a mi bebé, con los ojos repentinamente nublados por las lágrimas, me di cuenta de que la revelación que acababa de tener no era nueva. Había estado en mi mente desde el momento en que Violet lanzó su primer llanto. Pero hasta ese momento no había estado lista para admitirlo.

Escuché pasos detrás de mí. No había oído a Víctor salir del vestidor. Me giré para mirarlo, con el pulso acelerado al ver la alta figura, desnuda hasta la cintura.

Y pude notar que se dio cuenta de mi pecho desnudo, de las lágrimas en mis ojos, e inclinó la cabeza hacia la bebé.

Su mano grande tocó suavemente la mejilla de nuestra hija y luego se posó, con la misma delicadeza, sobre mi pecho, y me estremecí.

—Qué bonito —lo oí decir.

No respondí.

Un momento después, él preguntó: —¿Estás llorando?

Negué con la cabeza.

La mano dejó mi pecho y me ahuecó la barbilla, de modo que tuve que mirarlo.

—Estás llorando. Erika, ¿por qué?

Tenía la garganta seca, pero tenía que decírselo. Debí haber hablado hace mucho tiempo.

—No puedo dejar a Violet —dije.

—Pues claro que no puedes.

—No lo entiendes. —Me dolía la garganta—. Me la voy a llevar.

—No te vas a llevar a Violet a ningún lado. El tono de Víctor era firme.

—Marilyn dijo que tú... —Me detuvo. No servía de nada decirle que Marilyn había insinuado desde el principio que lo único que quería de mi era una niña. Que haría todo lo posible por quedarse con el bebé. Ahora, con fiereza, dijo:

—Amo a esta niña, Víctor.

—Yo también.

—No puedo irme de aquí sin ella.

—Ninguna de los dos se irán.

Watamu es tu hogar —dijo Víctor—. Tu hogar, el de Violet. Nuestro hogar. Seguramente lo sabes, ¿verdad cariño?

Todavía me sostenía la barbilla, y ahora un pulgar acariciaba lentamente mi garganta. Hacía tanto tiempo que no me acariciaba, que no intentaba hacerme el amor.

Intenté comprender la respuesta que comenzaba hacerme en mi interior, me pregunté a mí misma, si él estaba jugando conmigo, que si estaba buscando las maneras de quedarse con Violet.

Pero el cuerpo firme de Víctor estaba tan cerca que mis sentidos ardían, y solo sabía que lo amaba y que los meses a solas en la gran cama eran una pesadilla.

—¿Seguro que lo sabes? —preguntó de nuevo.

Sacudí la cabeza, incapaz de hablar.

Lo oí hacer un pequeño ruido con la garganta, y la mano que me sujetaba la barbilla se soltó mientras él se alejaba.

Violet todavía estaba mamando, me incliné para besar su suave cabecita No era la primera vez que enfurecía a Víctor, ni la primera vez que me rechazaba.

Si tan solo pudiera contener las lágrimas. Me dije. Este era un momento de fortaleza y no podía dejar que la emoción me dominara. Pero las lágrimas caían sin control.

Me estremeció al sentir un frio metal en la garganta.

—Tranquila —ordenó Víctor, Sintiendo como se me tensaba la nuca

—¿Qué estás haciendo? —pregunté alarmada.

—Mira—. Él sostenía un espejo de mano para que yo pudiera verme en él. Alrededor de mi cuello llevaba una cadena de oro con un precioso colgante de diamantes que se ajustaba al hueco entre mis pechos.

Contuve la respiración.

—¡No!

—Te daré una pulsera a juego cuando tengamos nuestro segundo hijo —dijo Víctor, como si no hubiera oído la protesta.

—Víctor,

Víctor, Y los pendientes en uno de nuestros aniversarios de boda.

—No habrá más hijos. Ningún aniversario... —De alguna manera, logré pronunciar las palabras.

Lo sentí ponerse rígido. Y preguntó: —¿Todavía no ha terminado Violet de mamar?'.

La bebé había dejado de mamar hacía unos minutos, pero yo la seguía sosteniéndola contra mis pechos.

—Ponla en su cuna—, dijo Víctor.




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