Llegue a su casa a eso de las cinco de la tarde, estaba en el octavo piso de un edificio del centro. Bajo al recibidor por mí, pero siempre estuvo en silencio, con los brazos cruzados sobre su pecho. Entre con él al asesor, solo se limitaba a ver su reflejo en las paredes de acero.
—¿Comiste algo, Beatrix?
—Si, gracias.
Al salir del ascensor encontramos con una joven de unos veintitantos, de figura envidiable y enfundada en un vestido rojo que le quedaba como segunda piel y llevaba unos tacones de plataforma.
—¡Hola guapo! Hace mucho que no te veía por aquí.
—Hola Verónica, he estado ocupado.
—Nos tienes muy abandonados, deberías de venir más seguido.
—Trataré de hacerlo.
—Por ahí se rumora que hay una chica que está robando tu atención.
—¿Celosa?
—Sabes que sí, solo tienes que pedírmelo.
—No creo que a tu esposo le haga gracia.
—Detalles, siempre podemos sacar a Jacinto de la ecuación.
—En otra ocasión será, Verónica.
—Bien, bien, bien, seguiré esperando. Cuídate guapo y no te pierdas tanto.
Se despidió de él dándole un beso en la mejilla y entró al ascensor, en esta ocasión si yo hubiera sido una caricatura literalmente me saldría humo por las orejas.
—Vamos.
Abrió la puerta de su departamento y me cedió el paso, en la mesa del comedor había dispuesto todo el material que íbamos a utilizar así que sin preguntas y sin comentarios nos pusimos a trabajar, hicimos láminas, imprimimos imágenes y armamos rompecabezas. Trabajábamos en completo silencio, sólo hablábamos cuando había que completar alguna tarea.
El tono de llamada de mi celular nos distrajo momentáneamente, eran ya las nueve de la noche. En la pantalla del teléfono parecía el nombre Aarón Martín, lo cual provocó que Raziel le dieron golpe a la mesa y se dirigiera a la cocina.
—Buena noche.
—Hola cariño, ¿ya cenaste?
—No.
—¿Quieres que pase por ti para cenar?
—Aún no terminamos, en cuanto me desocupe te marcó para que cenemos juntos.
—Eso me parece perfecto.
—Por cierto, Aarón, esto no cuenta como cita.
—¡Rayos! Yo ya me había hecho ilusiones.
Corte la llamada y deje el teléfono sobre la mesa, el trabajo de esa semana estaba casi terminado, pero tenía que hablar con él. No podía huir como un vulgar ladrón, me dirigí a la cocina, lo encontré recargado en la barra del desayunador.
—Puedes irte yo termino y guardo las cosas.
—Este es un trabajo en equipo.
—Tu novio te está esperando.
—No es mi novio.
—¿No?
—No.
—Como sea está esperándote, lo mejor será dejar esto hasta aquí.
—¿Qué demonios te ocurre?
Levanto su cabeza y centro su mirada en mí.
—A mí no me ocurre nada.
—Sólo fue una maldita cita, es como si hubiera salido con cualquier persona.
Cruzo de brazos observándome, ahora tenía esa mirada aterradora siempre lo caracterizaba.
—No me interesa saber, sólo vete.
—Vamos a trabajar juntos tres años, los menos que podemos hacer es tener una relación cordial… ¿Qué pasara cuando comience una relación con alguien?
—¿Después de que rompes tu promesa?
¿Qué podía decirle? Pero yo no había roto la promesa, porque no le había hecho ninguna. Pero después de todo, tanto él como yo éramos libres de hacer lo que quisiéramos.
—No voy a disculparme por haber salido con Aaron, el hecho de que tú quieras imponerme tu voluntad es tu problema no mío.
—Bien ya lo dejaste claro… ¡Ahora lárgate!
—Eres un maldito bipolar.
—Tu una maldita ingenua, no te das cuenta de que Aaron sólo quiere meterse en tu cama.
—¿Ese es el problema?
—¿Que?
—Somos adultos estoy consciente de lo que él quiere, ¿porque no habría de querer lo mismo?