Impredecible

Capítulo cinco.

-¿Desde cuándo eres amiga de Alex Smith?- me preguntó mi hermano en cuanto subí al coche. Tenía la certeza de que nadie de mi familia lo había visto acompañarme esa mañana, pero mi hermano, aparte de molestarme la mayor parte del tiempo, se dedicaba a espiarme el tiempo restante.

-Lo vi mientras corría- evité contar la parte en la que yo me perdía en mitad del bosque-. Nuestra ruta coincidía y decidimos seguir juntos.

Emitió un sonido con la boca cerrada mientras subía las cejas y consiguió ponerme nerviosa. Le respondí con un leve puñetazo en el hombro. Cuando apagó el motor salimos del coche y corrimos para no llegar tarde a clase, ya que mi intento de hacer deporte había provocado un retraso descomunal. Por si fuera poco, la clase a la que llegaba tarde era a la única que me faltaba por asistir desde mi llegada al Washingtonville High: matemáticas. En vez de caminar por el patio y pasar por donde pasé los dos días anteriores, crucé la primera puerta que vi abierta, la del hall principal. Sólo quedaban algunas personas subiendo y bajando las escaleras, pero todo estaba desértico. Cuando vi a mi hermano correr hacia el pasillo de la derecha lo vi. Vi el cuadro enorme de la que un día fue Sophia. Contuve la respiración un momento, hasta que la falta de aire me obligó a volver a hacerlo. Era una imagen enorme de Sophia, de una foto que probablemente fue la de las animadoras, ya que tenía el atuendo habitual del equipo. Era castaña, tenía los ojos marrones y una sonrisa resplandeciente. Llevaba la parte de arriba de su melena recogida en una cola de caballo, y unos tirabuzones acompañaban el resto del peinado. El pelo castaño contrastaba a la perfección con el atuendo azul del vestuario de las animadoras, lo que me hizo arrastrar la mirada hacia abajo, hacia un cartel dorado en el que ponía: EN MEMORIA DE ANNA SOPHIA ANDERSON.

Me quedé mirando la imagen unos instantes más, hasta que un portazo me sacó de mis pensamientos y mis pies fueron solos a las escaleras, las cuales parecían alargarse con cada paso que daba. Después de retorcer dos pasillos y quedarme sin aliento, me planté enfrente de la puerta del aula de matemáticas y llamé intentando recobrar la respiración. Cuando me dieron permiso para entrar, vi que todos estaban en sus sitios y un hombre mayor me miró por encima de sus gafas.

-Lo siento- murmuré para que sólo él me oyera- Mi autobús ha tenido una avería-. No era una excusa brillante, pero era mejor que decir que esa misma mañana me había perdido en el bosque y hace sólo unos minutos estaba demasiado ocupada contemplando la imagen de la difunta Sophia.

-No pasa nada- dijo él en un gruñido-. Siéntate.

Empecé a andar por un lateral de la enorme clase, en la cual podría haber unas cuarenta personas. Las mesas estaban de par en par pero sobre todo estaban llenas. Vi una fila vacía al final, en la que estaba sentado Alex. Mi reacción interna fue quejarme, pero me puse tan nerviosa que lo único que hice fue dejar mi mochila en una de las mesas y sentarme en la de al lado, dejando un pupitre libre entre el de Alex y el mío. Antes de que sacara mis cosas de la mochila, Alex ya había arrastrado sus libros y se había deslizado en el asiento de al lado. Lo mire de reojo y estaba pendiente en lo que hacía, esperando que le hablara.

-Nos hemos encontrado dos veces hoy- murmuró-. ¿No me estarás siguiendo?

-Me has encontrado tú a mí- le respondí acompañando mis palabras con mi dedo índice.

Se rió y añadí:

-En las dos ocasiones- se rió y negó con la cabeza.

-¿Te has perdido buscando el aula de matemáticas?- preguntó y no pude resistir sorprenderme. Había llegado tarde, pero con unos minutos de diferencia respecto a él,

-No- dije rotundamente-. Eres tú el que ha llegado tarde.

-Tú también has llegado tarde- respondió él automáticamente.

-Lo que tú digas- repuse rodando los ojos. Decidí atender de una vez por todas al profesor de matemáticas y copié todo lo que había escrito en la pizarra hasta entonces. Intenté lidiar con la presencia de Alex a mi lado, pero de vez en cuando intentaba captar mi atención quejándose de la asignatura en susurros o insultando al profesor entre dientes. Cuando el timbre señaló el final de la clase, recogí instantáneamente para escabullirme de Alex y no tener que hablar con él otra vez, pero la intención fue en vano cuando giré mi cabeza y ya no estaba. Sonreí para mis adentros y salí del aula para ir a la siguiente clase.

-¡Llevaba siglos sin verte!- exclamó Serena cuando me senté a su lado en el comedor. Estaba sentada con otra chica y dos chicos, a los que saludé con una sonrisa.

-Desde la clase de historia de ayer- le respondí.




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