Impredecible

Capítulo ocho.

Me desperté sobresaltada. Luke estaba en mi cuarto, dando golpes en la puerta con su puño.

-¡Buenos días!- le tiré un cojín y protestó abalanzándose sobre mi cama. Traté de taparme con el edredón, pero su agilidad ganó a mis brazos y la lanzó lejos de mi alcance.

-Es domingo- dije sin poder abrir los ojos.

-Tengo una sorpresa para ti- dijo volviendo a dar puñetazos en el colchón.

-Sólo quiero dormir. Vete- espeté dándome la vuelta.

-Tienes una visita abajo- dijo.

-¿Quién es?- pregunté extrañada.

-Serena- me desperecé en la cama y me senté, frotándome la cara.

Bajé las escaleras poniéndome una sudadera vieja mientras veía a Serena sonreirme desde el vestíbulo.

-Me encanta tu versión mañanera- dijo ella abriendo los brazos a mi llegada.

-¿Qué haces aquí?- la abracé.

-Estaba preocupada. Anoche te perdí de vista y no sabía si habías llegado a casa.

-Me trajo Alex- subió las cejas y le golpeé en el brazo. Decidí no mencionarle lo del beso y hacer como si no hubiera pasado nada, aunque no podía sacarlo de mi cabeza.

Mi madre salió de la cocina y se unió a nosotras, canturreando como suele hacer los domingos.

-¿Quién es esta preciosidad?- preguntó inspeccionando a la pelirroja de arriba a abajo.

-Es Serena- sonreí y mi madre la abrazó, acariciándole el pelo.

-Me encanta tu pelo- remarcó-. Es precioso.

-Gracias- dijo Serena un poco avergonzada.

Mi madre desapareció después de insistir a Serena para que se quedara a desayunar, pero ella se negó rotundamente. Después de charlar un rato más, salimos al porche, donde la acompañé hasta el coche. Cuando Serena estaba entrando en el coche, Alex aparcó a su lado, parando el motor. Me miró desde la ventanilla, sin decir nada y sin moverse, esperando a que me acercara. Cuando me despedí de Serena, me acerqué al coche y al mismo tiempo bajó de él. Me examinó de arriba a abajo, parándose en el peinado que lucía en esos momentos. Media sonrisa se dibujó en su cara, contagiándomela instantáneamente.

-¿Has venido a reírte de mí? - dije cruzandome de brazos.

-No. Quiero invitarte a desayunar.

Abrí los ojos intentando buscar una excusa, pero no encontré ninguna lo suficientemente creíble. Me froté los brazos resguardándome del frío al mismo tiempo que Alex se inclinaba exigiendo una respuesta.

-Iré a cambiarme- me giré y avancé hasta la puerta. Entré y entorné mirándolo una última vez: una sonrisa se dibujaba en su rostro.

En menos de diez minutos volví a salir de casa y Alex me esperaba en el coche. Me senté en el asiento del copiloto y arrancó. En el trayecto ninguno de los dos articuló una palabra y la tensión se podía palpar en el ambiente. El beso se repetía en mi cabeza una y otra vez, acelerando el ritmo de mi corazón cada vez más y yo sólo deseaba salir de aquel coche. Aparcó enfrente de una cafetería del centro, de fachada blanca y ventanas negras. Entró delante de mí y se alejó bordeando las mesas hasta llegar al otro extremo del establecimiento. Se paró al lado de una mesa enfrente de una ventana, decorada con margaritas. Me senté en una de las sillas y Alex me imitó, posicionándose enfrente.

-¿Te lo pasaste bien anoche?- preguntó cogiendo una carta de menú.

-Sí- respondí-. Necesitaba divertirme.

Asintió y nos sumergimos en el menú, evitando mirarnos a los ojos, algo que habíamos estado haciendo desde que nos metimos en el coche. Lo miré por encima del papel, esperando a que hablara, a que dijera algo, pero no hizo nada. Realmente estaba nervioso. Intenté tranquilizarme pero el recuerdo del beso volvió a mi mente, nublando mi vista. Dejé la carta sobre la mesa y suspiré, llamando su atención. Hizo lo mismo y apoyó los codos en la mesa, apoyando las manos sobre sus mejillas.

-Quería disculparme por lo de ayer- soltó pillándome desprevenida.

-¿El qué?- balbuceé. El camarero se paró a nuestro lado mientras Alex y yo sosteníamos la mirada.

-¿Ya lo habéis pensado?- dijo mirándonos a ambos, como si fuera un partido de tenis.

-Un café con leche, por favor- pedí mirándole con una sonrisa.

-Café solo- respondió Alex sin dejar de mirarme.

Esperamos a que se alejara. Me pregunté por qué había accedido a desayunar con Alex, a pasar más tiempo incómodo con él. Porque no importaba lo cercanos que nos hacíamos con el tiempo, ya que siempre iba a estar la tensión. La tensión constante que tuvimos el primer día en clase de biología.

-No debí besarte- murmuró-. Lo siento.

Apoyé los antebrazos en la mesa y reconocí que no me arrepentía en absoluto. No me arrepentía de lo que había pasado y acepté incluso mis ganas de que se repitiera de nuevo.

-No pasa nada. Ni siquiera lo recuerdo bien.




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