El mes de noviembre pasó rápido y casi estábamos en Navidad. Habían pasado dos meses de octubre, lo que significaba que llevaba dos meses viviendo en Washingtonville. El tiempo había pasado rápido y me mantuve ocupada la mayor parte del tiempo. Los estudios se llevaron una parte importante de él y tuve poco tiempo para divertirme. Mi relación con Alex había mejorado: quedábamos para correr y para estudiar biología. A él se le daba bien genética y yo me defendía en lo referido a la teoría, así que formábamos un equipo de sobresaliente, o al menos de notable alto. Decidimos dejar el tema de Sophia aparte y nos descubrimos el uno al otro. Descubrí que Alex no era tan oscuro como pensaba y que tenía una parte tierna y cariñosa como si de un cachorrito se tratara. Pude mirarlo y no pensar en Sophia, lo que fue un gran paso para ambos. Dejé de verlo como al pobre chico cuya novia murió y empecé a verlo como a Alex Smith. Eso marcó la diferencia en ambos. No sé lo que Alex descubrió de mí misma porque no solíamos hablar de esas cosas pero descubrí una parte de mí que pensaba que nunca vería. Aprendí a ser feliz en Washingtonville y me dí cuenta de que llevaba una vida agradable. Los estudios me iban bien y quedaba con el grupo de Serena de vez en cuando, que también era el grupo de Alex. Los viernes solíamos quedar en casa de Scott, donde sus padres nos abastecían de cerveza y pizza a cambio de comportarnos y dejar el sótano limpio. Había conocido a más gente y mi círculo de amigos se centró en otras personas que no fueran ni Alex ni Serena. Mi madre vió que sus dos hijos estaban bien, por lo tanto ella también fue feliz. Comenzó a trabajar en una pequeña pastelería cerca de casa y ayudaba a mi padre con las reformas en casa, que poco a poco fue tomando forma de hogar. Al menos mi cuarto iba tomando forma de habitación de dormir: tiré el viejo mueble de los antiguos propietarios, pinté las paredes de morado pastel y puse unas cortinas nuevas. En cuanto a la decoración andaba un poco escasa y ni siquiera tenía lámparas decentes, pero como antes he mencionado, el instituto se llevó parte de mi tiempo.
Era jueves por la noche y no podía dormir. Al día siguiente tenía mi último examen del trimestre, el de biología. Iba bien preparada, pero los nervios acumulados de esa semana y la falta de sueño me impidieron conciliar el sueño. Cuando estaba a punto de golpear las paredes de la impotencia por el insomnio, mi móvil vibró en la mesilla de noche. Lo alcancé difícilmente por la poca luz que había en la habitación y lo desbloqueé, comprobando que tenía un mensaje de Alex.
“¿Estás despierta?”
Miré la hora y eran las dos de la madrugada.
“Sí” - le respondí. Tardó unos segundos en responderme.
“¿Me esperas en el jardín?” Antes de que pudiera pensarlo con claridad, le contesté diciéndole que sí. Lo habíamos hecho varias veces, sobre todo cuando Alex tenía pesadillas en mitad de la noche. Una vez, cuando apareció en clase con unas ojeras enormes, le ofrecí que me llamara cuando no pudiera dormir. Para mi sorpresa, nuestro insomnio tenía el mismo horario. Había veces en las que me pillaba en mitad del sueño, pero solía ocurrirle una vez cada dos semanas, por lo tanto no fue una gran molestia para mí. Me puse una sudadera de mi hermano y salí sigilosamente. Bajé a la cocina a oscuras y me paré al lado del fregadero para ver si Alex llegaba. Cuando vi que una sombra tocaba con el índice el cristal de la ventana, me acerqué a la puerta y giré el pomo. Salí y habíamos elegido la noche más fría de noviembre para encontrarnos. Le sonreí y se sentó en la barandilla, encendiendo un cigarrillo.
-Me prometiste que dejarías de fumar- le susurré.
-Lo siento- sonrió-. Un hábito.
-Estás en el equipo de béisbol, no puede ser sano- me senté a su lado.
-Supongo que el béisbol no me preocupa lo suficiente.
Reí ante su comentario y metí mis manos en las mangas de la sudadera, intentando resguardarme del frío.
-¿Estás nerviosa?- preguntó.
-Un poco. Aunque esta semana no he sentido otra cosa aparte de nervios.
Dió una calada y frunció el ceño.
-¿Te puedo preguntar algo?- asentí y pasé una pierna por la suya, apoyándome en ella-. ¿Cómo era tu vida antes?
-¿Antes de mudarme aquí?- pregunté.
-Sí. Nunca me has contado nada sobre eso- me paré a pensar un minuto y me di cuenta de que así era. Nunca le había hablado sobre mi vida en Nueva York.
-Bueno… Pues la verdad es que me iba bien. Vivíamos en Brooklyn, aunque eso creo que ya lo sabes- asintió-. Iba al instituto Midwood, volvía a casa en metro y mi mejor amiga se llama Julia. También tenía otras amigas, pero supongo que a Julia es a la que más echo de menos.
-¿Cómo es?- preguntó curioso.
-Muy inteligente. Pero inteligente de verdad. No es que se le dé demasiado bien el instituto, pero siempre tiene una solución para todo. Tiene el pelo corto y moreno, aunque supongo que desde la última vez que la vi le ha crecido. Llevo tiempo sin saber de ella.