Por la tarde fuimos a ver Nueva York. Andamos por las calles, tomamos algunas fotos y visitamos la estatua de la libertad. Después, Serena sugirió ir a tomar unas copas. Nos llevó a un sitio nuevo en una calle muy concurrida de Brooklyn. El sitio estaba bien y se respiraba un aire moderno y juvenil. Entramos y las paredes eran negras con algunas fotos y cuadros de color amarillo.
-April- me llamó Alex nada más entrar.
-¿Qué?- me giré.
-No me encuentro muy bien. ¿Podemos irnos?- me sorprendí un poco y entrecerré los ojos. Alex había estado feliz y aparentemente sano todo el día.
-¿En serio?- pregunté y asintió-. Bueno, pues… nos tomaremos una copa y nos iremos. Si nos vamos ahora, Julia no parará de insistir hasta que nos quedemos, y entonces nos costará más irnos.
Agarré la mano de Alex y lo introduje al interior del lugar. En mi interior pensé que un viaje así sería demasiado para él después de haber pasado por lo que pasó días atrás, pero al verlo insistir tanto en hacer el viaje, olvidé por completo que todavía no podía haberse recuperado. Julia se alejó a la barra y Alex y yo nos sentamos en unos sofás. Situé mi mano en su mejilla, preguntándole el por qué de su malestar. Me dijo que me tranquilizara, que no era nada y me dio un beso corto en los labios. Luego Julia apareció con tres copas rebosantes en las manos y nos las tendió. Mientras Julia me contaba no sé qué cosa sobre el instituto, miré por el rabillo del ojo a Alex. Estaba nervioso, jugando con sus dedos y mirando a su alrededor sin parar. Le dí unas cuantas veces en la rodilla, intentando averiguar qué le pasaba, pero simplemente sonreía y negaba con la cabeza. Intenté centrarme en Julia y en la conversación que teníamos, pero no pude aguantarlo más. Le dije a Julia que volveríamos en un momento y cogí a Alex, arrastrándolo hasta los baños. Avanzamos por el pasillo que llevaba a los servicios y nos quedamos en una esquina, sin entrar a ninguno de ellos.
-¿Me puedes decir por qué estás así? ¿Qué te pasa?- dije un pelín cabreada.
-Tengo un mal presentimiento.
-¿Qué?- pregunté pasmada.
-No me encuentro bien y me estoy agobiando ahí fuera- dijo refiriéndose al establecimiento.
-Vale, pues nos iremos- sentencié y me cogió de la mano, arrastrándome hacia la salida.
Cuando nos aproximamos hacia los sofás donde habíamos dejado a Julia, las puertas principales se abrieron produciendo un estruendo. Después, se oyeron gritos. Alex me cogió del brazo, arrastrándome en dirección contraria, y entonces lo ví. Todos los que allí estaban, que no eran pocos, se agacharon, y cuatro hombres encapuchados se hicieron cargo del lugar. Disparaban, aterrorizaban a la gente y gritaban cosas que no pude entender. Me agarré a Alex fuertemente y éste intentaba abrirse paso hasta la salida de emergencia. La gente se caía, pisaba a otras y sólo se oía el ruido de los disparos. Era ensordecedor. Después, pude respirar aire fresco y Alex empezó a correr, arrastrándome, calle abajo. Sólo se oían gritos desgarradores. De pronto, me acordé de Julia. Paré en seco soltando la mano de Alex y se paró. Me volvió a agarrar y tiró de mí, haciéndome correr. Cuando nos alejamos lo suficiente, Alex se metió en un callejón y se apoyó en la pared, controlando su respiración. Empecé a llorar y no podía hacer nada. No podía pensar y no podía ni siquiera moverme. Me senté en la acera y miré a Alex. Él también estaba llorando. Se sentó a mi lado y me acurrucó en su pecho. Le agarré la camisa e intenté parar de llorar, pero era imposible. Nuestra respiración era entrecortada y estábamos asustados. Después, se oyeron sirenas y los coches atravesaban las calles a toda velocidad. Miré a Alex y busqué su mirada, pero no la encontré. Estaba apoyado en la pared, respirando fuertemente y temblaba.
-Alex- lo llamé y me puse enfrente de él-. ¿Estás bien?
No me respondió, se palpó el pecho y su respiración se intensificó. Me toqué los bolsillos del pantalón en busca de mi teléfono, pero me lo había dejado en el bar, con Julia. Le cogí la cara e intenté calmarlo, pero fue imposible.
-Alex, estoy aquí- le subí la cabeza y me miró. Me cogió de las manos e intentó regular su respiración. Respiré con él, y poco a poco pude sosegarlo.
-Estoy bien- dijo por fin. Suspiré y lo abracé, llevándolo a mi pecho. No le pregunté que le había pasado. Su madre me contó que desde la muerte de Sophia había tenido ataques de pánico. A veces los tenía sin ningún motivo, de repente y a veces, al someterse a mucha presión, los sufría.
-Tenemos que volver- dije-. Tenemos que volver a por Julia.
-No vamos a volver- dijo tajante.
-Tenemos que ir a por Julia- repetí.
-Vamos al hotel- dijo levantándose-. No podemos volver allí.
-¡No sabemos dónde está Julia!- grité asustada.