Impredecible

Capítulo quince.

    Cuando llegamos a la funeraria donde Julia estaba, vi algunas caras conocidas. Podía ver el dolor en cada una de ellas, pero no podía ver la cara de Julia. Era como si estuviese a punto de irrumpir en la habitación, aliviándonos a todos. Vi a antiguos profesores, a antiguos compañeros y a sus padres. Ambos estaban derrotados. Tuve miedo de acercarme a ellos, de verlos y abrazarlos, pero se acercaron ellos. Me abrazaron y pensé en que su madre se estaba imaginando que abrazaba a su hija. Y es que, en parte, lo estaba haciendo. Habíamos crecido juntas y había pasado el mismo tiempo en su casa que en la mía.

    Iba a echar de menos a Julia. Iba a echar de menos todo de ella. Pero sobre todo sus ganas de vivir. Parte de mi personalidad la había estructurado ella. Ella era la que me animaba a salir, la que me hacía reír y la que me metía en problemas. En todo el tiempo que estuvimos en aquella sala, no paré de mirar en ningún momento la gran foto de Julia que estaba colocada en un trípode. Recordaba ese día como si hubiera sido el día anterior. La foto nos la hicieron al principio de mi último curso en el instituto Midwood. Como formábamos parte del equipo de animadoras, la primera semana de clase nos hicieron una sesión de fotos para el anuario. Cada una tuvo su foto individual y luego varias grupales. Recordé esa mañana. Nada más despertarme, Julia me llamó histérica y me contó que no encontraba su plancha de pelo. Entonces, la invité a desayunar y nos preparamos juntas. Recordé haberle pintado los labios granates, como en la foto. Recordé haberle puesto colorete. Recordé haberle peinado una y otra vez su larga melena rubia, eliminando a mi paso cualquier nudo. Solíamos rememorar momentos juntas, riéndonos como si estuviésemos viviendo en ese momento. Nuestros recuerdos siempre eran felices. Supongo que eso era porque ella me hacía feliz. El único recuerdo malo que tengo de ella es dejarla en aquel bar. Recordé haberme alejado de ella, dejarla sola en aquel alboroto. Recordé correr sin mirar atrás, sin buscarla. Recordé darme cuenta de la horrible persona que había sido. La había abandonado justo cuando más me necesitaba.

    Cuando llegó la hora del funeral, mis padres, mi hermano y yo formamos parte de la multitud que fue a despedir a Julia. Todos los que la conocían estaban allí. Diciendo adiós a un ángel. No se oía ni un murmullo excepto la voz del sacerdote que rezaba por ella. Empezó a nevar y la gente abrió sus paraguas, sumiendo a la multitud en círculos de plástico negro. Antes de que el féretro descendiera, las diez personas que conocíamos la pasión de Julia nos acercamos a él. Dejamos sobre la madera su banderín de las animadoras y el único trofeo que ganamos en una competición. Antes de alejarme toqué la madera color caoba e imaginé que la cogía de la mano. Pero la madera estaba fría y la mano de Julia siempre era cálida.

    En el viaje de vuelta a casa estaba demasiado cansada como para mantenerme despierta. Incliné un poco el asiento y mi madre apagó la radio, dejando que el sonido de la lluvia que salpicaba las ventanillas inundara el estrecho coche.

    Mi madre me despertó enfrente de casa demasiado rápido. Había dormido todo el viaje de un tirón y tuve que frotarme la cara unas cuantas veces para situarme. Bajé del coche y vi a Alex sentado en el porche. Mi hermano bajó las pocas cosas que nos habíamos llevado y todos le preguntaron a Alex cómo estaba. Él decía que bien pero yo sabía que no era verdad. Entraron a casa y nos quedamos los dos, frente a frente. Me abroché el abrigo y él no se movió.

-¿Dónde estabas?- no respondió. Su labio inferior temblaba y evitó mirarme a toda costa-. Julia ha muerto.

-Lo sé- respondió al instante-. Lo siento.

-Hoy ha sido su funeral- noté como mis ojos se llenaban de lágrimas-. Sólo faltabas tú.

    Rompí a llorar y limpié mis lágrimas. Alex intentó ayudarme con su pulgar, pero antes de tocarme apartó la mano. Intenté cogerla pero se apartó, metiéndola en el bolsillo de sus vaqueros. Miré cómo me despreciaba. Lo miré y todavía no se había dignado a mirarme.

-No puedo seguir así- balbuceó-. No puedo hacerlo.

-¿Qué quieres decir?- pregunté afligida.

-No puedo verte más- musitó. Al principio me pareció haber oído algo distinto, pero a los segundos lo entendí.

-¿Cómo?- pregunté.

-Lo siento- dijo por última vez y me rompí por dentro.

-No me hagas esto ahora. Por favor- le pedí y sus ojos se colmaron de lágrimas.

-April…

-¿En serio me estás haciendo esto?- cada palabra que salía de mí dolía más y más. El nudo que tenía en la garganta me dificultó respirar.

-Esto es difícil para mí- susurró.

-¿Y crees que para mí lo es?- grité-. Acaban de enterrar a mi mejor amiga y ahora estás rompiendo conmigo.

-Lo siento- volvió a decir y empecé a llorar.




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