Impredecible

Capítulo dieciséis.

Una semana y media después, el nuevo trimestre había empezado. También había empezado un nuevo año tras nochevieja pero yo no pude avanzar. No podía evolucionar después de perder a Alex. Tampoco pude avanzar sabiendo que Julia ya no estaba. Sentía como si me hubiera atascado, como si no pudiera ver nada más allá del dolor. Me despertaba por las mañanas después de haber dormido unas horas escasas y en lo único que podía pensar era en Alex. Llegué a un punto en el que ni siquiera sabía por qué lloraba, simplemente lo hacía y mis ojos se acostumbraron a ello. Salí alguna que otra vez a correr pero no hacía el recorrido que solía hacer con Alex, ya fuera por el miedo a encontrarlo o por el miedo a acordarme de él. Cuando salía de casa evitaba a toda costa pasar por su puerta. Era como si hubiera vuelto atrás, a la época en la que lo evitaba porque tenía miedo. La única diferencia es que antes lo evitaba porque no quería hablarle y luego lo evitaba por miedo a no tener nada que decirle. Y es que esa era la verdad. No tenía nada que decirle. Había gastado todas mis fuerzas en buscar las palabras correctas para decirle, pero no pude hallarlas. No encontré nada porque no existía nada. Alex se lo había llevado todo de mí y sólo me había dejado dolor. Dolor que quemaba.

Serena fue a recogerme ese día y no se comportó de la misma manera en la que solía hacerlo. No sólo Alex había roto conmigo, sino que había roto el grupo. Pude comprobarlo en la hora de la comida. Estábamos Mike, Scott, Serena y yo. Le dí vueltas a la ensalada mientras ellos no sabían qué decir. Me miraban, pero en el momento en el que subía la cabeza, la bajaban, evitando cualquier contacto visual. Evitaban a toda costa mirarme. No vi a Alex ese día, ni los días siguientes. Nadie me preguntaba por él y nadie me contaba nada de él. Era como si hubiera desaparecido. Un día, no sé si por curiosidad o preocupación, fui a un entrenamiento de béisbol. Sabía que Alex no estaba, pero era como si estuviera allí. Busqué el número doce en las espaldas, pero no pude encontrarlo. Me quedé hasta el final del entreno y cuando el entrenador anunció el final, me di cuenta de que estaba llorando. Me sequé las lágrimas y me levanté, dispuesta a volver al único sitio donde me sentía menos sola: mi cuarto. Cuando bajé de las gradas y me encaminé hacia el aparcamiento. Alguien me llamó en mi espalda. Era James.

-Hola- dijo nervioso. Le sonreí de vuelta-. ¿Cómo estás?

-Bien- mentí.

-Siento lo que pasó- dijo preocupado.

-¿El qué? Han pasado muchas cosas últimamente- intenté bromear pero era la realidad. No sabía si se refería a la pelea, a la ruptura, al atentado o a la muerte de mi amiga. No sabía qué sabía exactamente, pero, como según dijo Serena una vez, las noticias en Washingtonville corrían como la espuma.

-Todo. Pero sobre todo por la pelea. Es lo único que podía haber evitado- dijo con franqueza y me sorprendí.

-Ese es el menor de mis problemas ahora mismo- le contesté-. Olvídalo.

-¿Entonces me perdonas?

-Supongo- encogí los hombros-. Aunque no deberías haberte metido entre nosotros.

-Lo sé.

-¿Por qué lo hiciste?- pregunté.

-Por envidia, supongo. Alex siempre ha tenido problemas pero cuando los tenía siempre tenía a alguien cerca para ayudarle.

-¿Cómo?

-No sé cómo explicarlo. Pero, de todos modos, de todas las novias que ha tenido, creo que eres la más auténtica.

-¿En qué sentido?- volví a preguntar y me sentí un tanto inútil al no entender nada de lo que me estaba contando.

-Alex siempre ha sido un conquistador- dijo con media sonrisa-. Pero contigo lo noté diferente. Lo noté feliz.

Sonreí por un momento.

-No sé si lo era realmente- me sinceré con tono apesadumbrado.

-Hazme caso, lo era. Tú conseguiste en cosa de un mes lo que ni Sophia ni Brooke consiguieron- quise pensar que decía la verdad. Pero la verdad es que no me estaba ayudando. Se supone que Alex me había dejado, y si me quisiera de verdad, no lo hubiera hecho.

-No creo que eso sea verdad.

-¿Por qué?- preguntó.

-Porque si hubiera sido así no me hubiera dejado. Mira, James, sé que te sientes mal por lo que pasó y entiendo que quieras ayudarme. Pero no lo estás haciendo. Y nadie puede ayudarme.

-Quizá no estés dejando que te ayudemos.

-James- dije-. No has estado en la comida.

-¿Qué ha pasado en la comida?

-Nada. Porque no hemos hablado nada. ¿Va a ser así a partir de ahora? ¿Sentís tanta pena por mí que ni os atrevéis a tener una conversación delante de mí?

-El tiempo lo mejorará todo.

-He hablado contigo más que con cualquier persona en las últimas dos semanas. Nadie sabe qué decirme o de qué hablar. Sabía que al volver al instituto la gente se iba a comportar así conmigo pero también tenía la esperanza de volver y que, al menos vosotros, hiciéseis reír.




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