El alboroto y los gritos de la gente estalla en mi audición en el instante en el que arranco los audífonos de mis oídos. El metal chirriante de las puertas de los casilleros siendo golpeados, hace que las conversaciones sean menos escuchadas y difusas.
Miré de reojo hacia todos lados buscando a mis amigas, pero trato de no hacer contacto visual con nadie mientras me abro paso hacia las escaleras, que dan al cuarto piso de la universidad.
Las risas y los chillidos eufóricos son ajenos a mí mientras me concentro en llegar a mi destino sin llamar la atención. No es como si yo fuera una persona que suele sobresalir. No me gusta ser el centro de atención. A decir verdad, soy bastante buena en perderme entre la gente. No suelo destacar en ningún ámbito.
No soy la típica chica que es tímida porque sí, como en esos libros clichés que al final aman serlo. La verdad es que no siempre lo fui, antes del accidente era muy extrovertida y muy sociable, pero pasé de serlo a ser: “La rara”, ya que casi no hablaba, sin mencionar la heterocromía con la que nací, ya que mi ojo derecho es azul y mi izquierdo es verde. Desde pequeña he tenido bullying por ello y por lo cuál utilizo lentes de contacto verdes. Así evito que los ojos juzgadores me miren más de lo que realmente hacen.
Desde ese entonces he creído que sobresalir debe ser un horrible tormento. Las personas que destacan suelen ser observadas Y juzgadas todo el tiempo. No sé si soportaría ser el centro de atención siempre. No sé si soportaría escuchar todos y cada uno de los comentarios crueles que la gente suele decir a las espaldas de los populares
Simplemente no estoy hecha para eso, ni jamás lo estaré.
Subo las escaleras a paso lento y cauteloso. Temí que en cualquier momento alguien pudiera acercarse a mí y preguntarme acerca de los motivos, por los cuáles no asistí a clases la últimas semanas.
Débora se encargó de llamar a la universidad para explicar los motivos por los cuáles no me presenté, y tengo entendido que también pidió absoluta discreción respecto al tema de mi hospitalización.
Una parte de mí agradece que lo haya hecho. Lo último que necesito es tener a cientos de conocidos curiosos especulando acerca de los motivos por los que falte los últimos días, no quería que supieran que Intenté quitarme la vida.
Sin embargo, la otra parte de mí, la que se rehúsa a creer que traté de hacer algo tan horroroso, se siente acorralada. Mi tía se ha encargado de hacer que todo el mundo a mí alrededor se enteré del incidente. Incluso, se ha encargado de pedirles a todos que tengan un ojo sobre mí, y eso me irrita y me enoja demasiado.
Sé que lo hace porque está sumamente preocupada pero está volviéndome loca en todos los aspectos. A veces, deseo con todas mis fuerzas poder recordar qué fue lo que pasó después de aventarme al vacío pero por más que trato, no puedo hacerlo y eso no ha dejado de torturarme ni un solo instante.
¿Será verdad lo que dijeron los médicos, que todo había sido una alucinación?
Subí otro pie a las escaleras y me detengo a pocos metros de distancia hasta llegar al cartel de anuncios; justo al lado dónde está mi casillero. Sacó la llave de mi mochila e introduzco la llave en la cerradura, hasta que se abre y tomo los libros que necesitaré a lo largo del día, y después me dirigí hacia mí salón de clases.
Estoy a punto de entrar al aula, cuando una figura imponente es captada por el rabillo de mi ojo. Es apenas un vistazo fugaz, pero es suficiente para reconocer aquella mirada dura y penetrante.
Entonces en ese momento me congelé por completo. Algo parece haberse accionado dentro de mí cabeza. Es un recuerdo hace un par de días.
Casi puedo dibujar aquel cuerpo estático que vi en el cementerio al que fui con Antonella. Tenía sus facciones grabadas en mi memoria, casi puedo dibujar aquel gesto duro y fuerte en mis recuerdos, sin duda era él.
«¡Es él, es el tipo del cementerio!»
Mi corazón se detiene al verlo. Y una fracción de un escalofrío helado recorre todo mi cuerpo y vuelvo a mirar en dirección al pasillo.
En ese momento se escuchó el fastidioso sonido de la campana y todo el pasillo se llenó de estudiantes inmediatamente.
—¿Quieres moverte?—una voz Irritada y molesta llega a mis oídos, y me saca del trance en el que he estado sin darme cuenta.
Toda mi atención se dirigió a la dirección donde provenía esa voz tan molesta.
Era una chica de tez morena con trenzas africanas, y ojos negros que me miraban como si quisiera arrancar mi cabeza con sus propias manos. Me Toma unos segundos reaccionar y darme cuenta de que obstruyo la entrada al salón de clases, así que mascullo una disculpa antes de apartarme de su camino.
Volví mi mirada a dirección de ese extraño chico, y me sorprendí al darme cuenta que se había esfumado otra vez.
«No está ahí...» Mis manos se cierran en puños, pero ni siquiera eso es capaz de detener el temblor que provoca
La ansiedad que me invade es indescriptible. Doy un paso tentativo en dirección al corredor, pero me detengo en seco. No estoy muy segura de qué demonios es lo que quiero hacer, pero tampoco puedo apartar la vista de ese lugar.
Tomé una inspiración profunda, en un intento desesperado por calmar el latir acelerado de mi corazón; sin embargo, el saco de piedras que se ha instalado en la boca de mi estómago no se va. Traté de tomar conciencia y apoderarme de mí misma que no debo entrar en pánico, pero la opresión dentro de mi pecho es cada vez más Insoportable.
Mi mirada observaba detenidamente el corredor una y otra vez, pero no soy capaz de ver nada inusual.
«Debes tranquilizarte, maldita Sea!» Me digo a mí misma, pero la sensación de estar siendo observada no se va.
Mis párpados se cierran con fuerza y tomé una inspiración profunda antes de obligarme a entrar al aula. Debo dejar de darle vueltas al asunto. Sólo fue una mala jugada de mi cabeza.