Vanessa
—Sé sincero conmigo, Massimo —fingí que le restaba importancia, para luego dirigir hacia mis labios la copa de vino—. ¿De verdad estás interesado en alguien? —cuestioné con ansias, esperando con esperanza su respuesta.
Estábamos sentados en una mesa. Y cuando traté de preguntarle eso, su rostro cambio por completo, mostraba algo de seriedad—. Pero no pongas esa cara; bueno, así es el amor, estás triste y de la nada piensas en esa persona. Y te sale una sonrisa desde el fondo de tu alma, sin saber el porqué —me expresé animadamente y el sonrió.
—SÍ pero, ¿Cómo sabes eso, si no estás enamorada? —preguntó confundido.
—¡Qué burro eres!—exclamé sonriendo, dándole un codazo, ya que el estaba al lado mío—. Sí estoy enamorada, pero el nunca me ha mirado. Soy invisible para él —dije sincera mirándolo a él.
—Pues que imbécil es ese chico Vanessa, no te preocupes, algún día llegará un hombre que te merezca —manifestó y casi me muerdo la lengua para no reír, se estaba ofendiendo a sí mismo.
—Pues... Quizás ese hombre me ama, sólo que no me ha dicho sus sentimientos aún.
—Pues te deseo muchísima suerte, más que la mía —opinó algo triste, para después levantarse de la mesa; con su cerveza en la mano. Mientras buscaba algo con la mirada en todo el lugar.
—¡Espera!, no te vayas. ¿Por qué sigues triste? —no hubo respuesta de su parte—. ¡Ah ya sé!, te conozco bien, estás triste porque la mujer que amas, no te hace caso.
—No, no es eso. —pasó la mano por su nuca—. Es que ella no lo sabe.
—¿Y qué esperas para decirle?
—¡No! —se expresó rápido—. En realidad no sé si ella siente lo mismo, me siento extraño siempre fueron las mujeres que me buscaban, pero con ella es tan diferente —contestó pensativo; tan distante mirando hacia el cielo a través del gran ventanal en frente de nosotros, que mostraba el hermosos jardín.
—¿Y por qué no se lo preguntas?, A lo mejor ella corresponde a tus sentimientos. Las mujeres sabemos esconder muy bien nuestro cariño —le conté mientras caminábamos por el pasillo, sin rumbo alguno.
—¿Tú crees? —se detuvo y me miró.
—¡Claro que sí!, soy mujer. Sé perfectamente lo que hablo —opiné con certeza.
—¿Vanessa te podría decir un secreto?
—Massimo, lo que tú me pidas, sin importar lo que fuese, yo lo voy a hacer. —Tomé sus manos esperando que me exprese sus sentimientos, algo que he esperado tantos años.
—Nunca sé lo he dicho a nadie Antonella, ni si quiera a Erick temo su reacción. —mi ceño se frunció al no entender nada, ¿Qué tenía que ver Erick con todo esto? —.Estoy enamorado cómo un loco de...—Suspiro cerrando los ojos—. Tu mejor amiga, Rubí.
—!¿Que?!—cuestioné atónita.
Rubí
—¿Rubí?, ¡Rubí! —exclamó Débora preocupada—. ¿Estás bien? —repetía esa pregunta una y otra vez, sacándome de lo más profundo de mis pensamientos.
—Buenos días tía —hablé asombrada, quitando mi vista del balcón del departamento, para verla—. Lo siento mucho, no te sentí llegar —traté de explicarle serena para tranquilizarla.
—No tenías que decirlo —utilizó sarcasmo moviendo sus manos—. Sé que estabas en la luna, dime algo, después que fuiste a esa dichosa fiestecita, has estado algo rara. ¿Pasó algo que no esté enterada? —interpeló cruzándose de brazos. Llena de harina con un delantal blanco en su ropa, parece que estaba haciendo un pastel de soletilla, para hacer el: Famoso tiramisú italiano.
—Pues nada tía, ¿Qué va a suceder? — Entré al apartamento tratando de evadirla.
—No me vegas con ese cuento señorita. No nací ayer, ¿Estás pensando en aquel chico que viste en la fiesta, verdad?
—¡Por supuesto que no! —mentí yendo a la cocina, y me serví un vaso de agua—. ¿Además cómo te enteraste?
—Escuché tu conversación con Massimo en la noche —me encaró descaradamente.
—Es de muy mala educación escuchar conversaciones ajenas —puse las manos en mi cintura, algo irritada.
—Y es mucho peor, que no me cuentes tus cosas —me regañó entrando una bandeja al horno—¿Para qué?, para que vayas corriendo a contarle mi vida a un psicólogo, estás muy equivocada.
—Yo solo quiero… —la interrumpí.
—Ayudar a tu sobrina loca, que preferirías no cuidar —caminé hacia mi habitación y rodee los ojos al ver que me seguía.
—Sabes que no pienso así —impidió que cerrará la puerta de mi cuarto rápidamente —. Yo sólo quiero que vuelvas a ser la misma de antes.
—Esa Rubí murió el día que mataron a mis padres —la seriedad con lo que pronuncié cada palabra, hizo que la luz que provenía de su mirada sé desvaneciera.
—Perdóname yo solo quería ayudarte, pero es que me preocupas. Mira ese vendaje. —Señaló mis muñecas y un escalofrío pasó por todo mi cuerpo, al recordar lo que había sucedido hace unas semanas—. Pensé que ibas a morir, estoy desesperada necesitas ayuda —terminó su discurso, con la estúpida excusa, que tenía que ir donde un especialista.
—No volveré a ir donde esa psicóloga, ni donde ningún otro, no entiendes que el problema no está en ellos, sino en mí. Tengo que cicatrizar mis heridas, y no estas. —Señalé mis vendajes—. Sino las del alma —toqué mi pecho.
—Esta bien. —Se rindió suspirando, ya cansada de intentar—. No volverás a ir al psicólogo, eso sí, si me prometes que no volverás a hacer lo que hiciste hace días —se refirió al casi “suicidio”—. Y que me tendrás confianza, ¿Cómo antes? —me preguntó estrechando su mano y yo la tomé.
—Como antes —sonreí sin mostrar los dientes, y la deje pasar a la habitación.
—¡Ahora sí!, cuéntame todo de ese chico —chilló con entusiasmo, sentándose en mi cama.
—Tía tú no cambias. —Sonreí moviendo la cabeza, y un olor a quemado se hizo presente en todo el departamento.
—Esta bien no tengo problema. —Me siguió explicando la técnica, de este postre típico.