“En el año de 1188, en el segundo siglo después de los acuerdos de paz entre especies y el establecimiento de las tres grandes capitales, un nuevo enemigo apareció, haciendo de su hogar la Tercera capital “Achlys” El territorio helado, donde el sol es casi imperceptible por la censura de la niebla. Al principio eran solo rumores, donde los relatos hablaban de cambia-formas llenos de malicia y perversiones, que se entregaban por completo a un instinto malévolo que alteraba su forma física, contaminando sus pensamientos y comportamiento.
El tiempo hizo más reales a estos seres, dotándolos de nombres coloquiales entre la población “Las brujas” quienes servían a una entidad oscura y dañina, provocaban desastres, atormentaban a los mortales, secuestraban a los indefensos y seducían a los hombres.
Ver a uno de estos seres, era la muerte segura. Donde el cadáver, totalmente seco, con los ojos hinchados, casi fuera de sus cuencas, era la prueba definitiva, la marca de muerte de la maldad.
Antes de la nueva década ya no eran cuentos para no salir de noche, eran una amenaza definitiva, letal y problemática. La Monarquía entreno caballeros para defenderse, pero de las más oscuras grietas, salían los lacayos de la oscuridad, seres abominables que jadeaban de dolor, apestosos y rápidos, que cerraban sus fauces alrededor de las extremidades de los combatientes, invalidándolos en segundos.
Amparados en la oscuridad estos seres parecían multiplicarse, con sus ojos rojos posándose en quien sería su próxima víctima, con sus garras negras de metal corroído tomaban a sus presas en un agarre de hierro, con sus picos llenos de filas de colmillos desordenados, arrancaba trozo por trozo la apetitosa carne, mascando el hueso, tomando hasta la última parte de los mortales, adueñándose de la esencia y energía de este.
Cada ataque los hacía más fuerte, sino eran detenidos era cuestión de tiempo para que aquella plaga acabara con la civilización que tan duramente se había establecido. Los seres alados, totalmente desligados de las reglas terrestres, eran los únicos que podían hacerles frente, no solo su agilidad y destreza, también por contar con las mismas armas, los convertían en sus cazadores naturales. Pero no cualquiera es capaz de empuñar armas bendecidas, de enfrentarse a seres que exudan veneno y energía impura, no, los cazadores son los sobrevivientes de la miseria, de los dolores más inimaginables, que lo han perdido todo y están dispuestos a sacrificarse a ellos mismos, entregando por completo su energía en el exterminio de los contaminados.