Nota:
> Hyung*: Ésta historia está basada en las provincias, cultura y costumbres de Corea del Sur, la palabra "Hyung " es un honorífico de respeto y se refiere cuando un chico es mayor al otro, el "Hyung" sería el mayor.
> Dongsaeng*: Igual que con la de arriba, "Dongsaeng" se refiere cuando es el menor.
2
Aquel lunes, en pleno inicio de semana en el que tenía que asistir a clases: YoonGi se levantó, aseó diligentemente y arregló con su impecable uniforme el cual llevaba descuidadamente la camisa blanca fuera de los pantaloncillos color caqui perfectamente planchados por su madre, el chaleco abotonado sobre la camisa y el saco el cual muy pocas veces se ponía, iba sobre sus hombros. Se rehusaba a seguir el código de vestimenta correcto, no por rebelde, era solo que era terriblemente incómodo el acomodarse la camisa cada cinco minutos... Aquello le traía consigo amonestaciones diarias, pero a él no podía importarle menos.
Salió de casa cuando el reloj marcó las 6:45 am. Entraba a las siete, pero en bicicleta eran pocos minutos de viaje y a él no le gustaba llegar muy temprano. Detestaba esperar, todo era más fácil cuando se llegaba justo sobre la hora, o al menos para YoonGi era así.
Al llegar tras el típico viaje que por un lunes en la mañana se le hacía tan aburrido y rutinario hasta el instituto, YoonGi dejó su bicicleta junto a las demás, bien asegurada y se colgó el bolso al hombro para incorporarse a la fila de chicos que como él, también llegaban justo a la hora.
— ¡Buenos días, YoonGi Hyung*! — escuchó aquella chillona vocesita que siempre le hacía bufar y torcer los ojos. La podía sentirse exasperar con el solo imaginar con quién tendría que lidiar los próximos quince o treinta minutos, si es que tenía suerte...
El bajito chico en su uniforme se acercó saltarín y alegre para tocar el hombro de YoonGi contrario al lado por el que se había acercado con el fin de que YoonGi voltease hacia aquel lado y no encontrara a nadie, como si el mayor no se hubiese dado cuenta ya de la posición exacta de su dongsaeng*. YoonGi se llenó los pulmones de aire y la mente de paciencia, pidiéndole a dios que no le de fuerzas porque no sólo él sabía lo que iba a hacer si se llegaba a irritar demasiado...
— Buenos días, JiMin. — respondió tajante y sin parar su andar.
El aludido sonrió en grande y chocó su hombro con el del otro uniformado igual que él. YoonGi volvió a tomar una respiración. Zen, YoonGi, Zen. Se repitió como una mantra.
— Me contó Tae-Tae que te castigaron de nuevo — Soltó JiMin sin eonder la dicha que le daba caminar al lado de YoonGi, y lo demostraba con esa sonrisa imborrable y brillante que dejaba ver los dientes incisivos torcidos en la parte superior, en lugar de restarle belleza: Aquella característica podía llegar a inspirar ternura, pero no en YoonGi. El pelinegro rodó los ojos.
— Qué chismoso...
JiMin rió.
— ¿Por qué te castigaron ahora? — preguntó el menor acompañando a YoonGi hasta la entrada del instituto donde pronto tendrían que separarse puesto él era un grado menor que YoonGi y su edificio estaba al otro lado. — ¿No comiste toda tu cena? ¿Rompiste un jarrón? ¿No ordenaste tu habitación?
— Por quedarme dormido en Hwagae Market...
JiMin se detuvo de repente y compuso un semblante serio. YoonGi también se detuvo al notar el cambio de actitud de JiMin.
— Hyung, ¿Sigues yendo a ese lugar? — Soltó con un aire a reproche pero un tono suave y condescendiente. YoonGi frunció el ceño. Allí iban de nuevo.
— Tengo que ir. Mi madre me envía porque allí venden todo lo que ella necesita para sus experimentos locos de receta.
— Sabes que no me refiero a eso. — cortó JiMin y se acercó a YoonGi nuevamente. — No deberías quedarte por los alrededores... Es peligroso. Ya sabes, la rivalidad entre nuestra gente y la gente de Gwan... — El mayor rió interrumpiendo.
— ¡JiMin, por dios! ¡Eso pasó hace años! — Exasperó YoonGi interrumpiéndolo — Yo creo que ni nuestros bisabuelos lo recordaran. ¡No seas tonto! — concluyó riendo y revolviéndole el cabello al preocupado menor.
El chico negó con la cabeza y bufó ante las palabras del pelinegro, sin embargo, no pudo refutar nada más.
— ¡JiMin-ie hyung! — interrumpió un jovencito castaño que se acercaba corriendo hacia ellos con su cabello y chaqueta ondeando al viento a medida que se acercaba a grandes y rápidos pasos.