David despertó mareado, sintiendo que el mundo giraba a su alrededor. Se levantó con dificultad, sosteniéndose en los muebles de su departamento mientras se dirigía al baño. El rostro pálido que le devolvía la mirada desde el espejo le recordó la gravedad de su situación.
"Un día a la vez," murmuró para sí mismo, mientras se preparaba para ir al hospital.
En el hospital, David se acomodó en la sala de quimioterapia, conectándose a la máquina que administraba el tratamiento. A su lado, Jack, le sonrió con calidez.
"Hola, David. Hoy te ves un poco más cansado," observó Jack, con una mirada paternal.
David suspiró, tratando de encontrar consuelo en la familiaridad de su rutina. "Sí, Jack. Me siento más débil cada día. No sé cuánto más podré soportar esto."
Jack asintió con comprensión. "Lo sé, hijo. Es una batalla dura. Pero recuerda, no estás solo. Estamos en esto juntos."
Las sesiones de quimioterapia se habían convertido en algo más que un tratamiento para David; eran un momento de conexión con Jack. A lo largo de las semanas, una relación de padre e hijo había empezado a formarse entre ellos, con Jack ofreciendo consejos y apoyo que David necesitaba desesperadamente.
Unos días después, David notó los primeros signos visibles del deterioro de su cuerpo. Su piel se veía más pálida, y las ojeras bajo sus ojos se hacían más profundas. El simple acto de subir las escaleras hasta su departamento lo dejaba sin aliento.
En una de sus sesiones de quimioterapia, David y Jack conversaban sobre sus vidas antes del cáncer.
"¿Qué solías hacer antes de todo esto, Jack?" preguntó David, intentando distraerse del dolor.
Jack sonrió, sus ojos llenos de recuerdos. "Era maestro de escuela. Enseñaba historia a chicos de secundaria. Me encantaba ver cómo se iluminaban sus rostros cuando entendían algo nuevo. ¿Y tú, David?"
David suspiró. "Yo cantaba. Solía actuar en un bar local. La música siempre ha sido mi refugio."
Jack asintió, admirando la pasión en los ojos de David. "Tienes un don, David. No dejes que esto te lo quite. Sigue cantando, aunque sea solo para ti."
Con el paso de los días, la debilidad de David se hizo más evidente. En una de sus lecciones de canto con Sarah, tuvo que hacer una pausa para recuperar el aliento. Sarah, preocupada, se acercó a él.
"David, estás bien? Pareces más cansado de lo normal," dijo Sarah, con una mirada de preocupación.
David forzó una sonrisa, intentando restar importancia. "Solo he tenido unos días difíciles. Nada de qué preocuparse. Sigamos con la lección."
Pero Sarah no estaba convencida. Sabía que algo no estaba bien, pero respetaba la decisión de David de no compartir sus problemas.
Las conversaciones con Jack se volvieron más profundas y significativas. Hablaron sobre sus miedos, sus sueños y lo que esperaban lograr si superaban la enfermedad.
"David, quiero que sepas que aunque no somos familia por sangre, te considero un hijo," dijo Jack un día, con la voz cargada de emoción.
David sintió un nudo en la garganta. "Gracias, Jack. Yo también te considero un padre. No sé qué haría sin ti."
La conexión entre ellos era un ancla en medio de la tormenta que ambos enfrentaban. En Jack, David encontró la figura paterna que necesitaba, alguien que lo entendía y lo apoyaba incondicionalmente.
Sin embargo, la enfermedad no daba tregua. Una mañana, mientras se miraba en el espejo, David notó que su cabello empezaba a caer. El impacto visual de su condición lo golpeó con fuerza, recordándole lo frágil que era su situación.
Jack se despertó temprano, como hacía todos los días desde que había empezado su tratamiento. El primer rayo de sol de la mañana se colaba por la ventana de su dormitorio, llenando la habitación de una luz suave y cálida. Se sentó en la cama, sintiendo la rigidez en sus huesos, y tomó un momento para respirar profundamente, preparándose mentalmente para el día que tenía por delante.
A su lado, en la mesita de noche, una foto de su difunta esposa, Ellen, le sonreía desde el marco plateado. La imagen era de uno de sus viajes favoritos a la playa, cuando aún eran jóvenes y el mundo parecía lleno de posibilidades infinitas. Jack acarició el marco con cariño antes de levantarse y dirigirse al baño.
El agua caliente de la ducha le ayudó a despertar por completo. Mientras el vapor llenaba el cuarto, Jack cerró los ojos y dejó que el agua lavara sus preocupaciones, aunque solo fuera por unos minutos. Cada mañana, este ritual le daba la fuerza para enfrentar el día, recordándole que aún estaba vivo y que cada día era un regalo, a pesar de los desafíos.
Después de vestirse con unos cómodos pantalones de algodón y una camisa de cuadros, Jack bajó a la cocina. El aroma del café recién hecho llenó la estancia, proporcionándole una sensación de normalidad. En la mesa, su hija mayor, Emma, estaba ya sentada, leyendo el periódico.
"Buenos días, papá," dijo Emma, levantando la vista y sonriéndole.
"Buenos días, cariño," respondió Jack, devolviéndole la sonrisa. Se sentó frente a ella y tomó un sorbo de su café. "¿Y los niños? ¿Ya se han ido al colegio?"
"Sí, los dejé hace un rato. Estaban emocionados por la excursión de hoy al museo," contestó Emma.
Jack asintió, contento de escuchar sobre sus nietos. "Me alegra saber que están disfrutando. ¿Y tú? ¿Tienes un día ocupado en el trabajo?"
"Sí, bastante. Pero haré una pausa para el almuerzo y pasaré a verte en el parque. ¿Te parece bien?"
"Perfecto, me encantaría," dijo Jack. "Siempre es un placer pasar tiempo contigo."
Emma sonrió y volvió a concentrarse en su lectura mientras Jack terminaba su café. Tras despedirse de su hija, Jack salió de la casa y se dirigió al parque local, donde solía pasar las mañanas alimentando a las palomas. Era una rutina sencilla, pero le traía una paz profunda. El parque era su refugio, un lugar donde podía reflexionar y encontrar consuelo en la naturaleza.