Narra Leo.
Eran las 3:30 am aquel día que hacia una fuerte pero tranquila brisa en el bosque que volvían el sitio en un inmenso, pacifico y perfecto lugar para meditar y despejar la mente del estrés acumulado de una semana de arduo trabajo, no obstante en esa gélida brisa mañanera se encontraba un joven golpeando un árbol, haciendo resonar el bosque rompiendo así el silencio, pero ¿cuál era la razón para que estuviera golpeando aquel árbol de manera que denotara frustración, furia y en pequeña forma satisfacción?...
Todo comenzó como todas las mañanas a las 3 en punto, incluso antes de que se ocultara la luna para dar paso al sol del nuevo amanecer. Como era costumbre para mí desde que tenía doce años, empezaba el día de manera activa y provechosa, comiendo, vistiendo ropajes ligeros que usaba para entrenar y luego de mentalizarme en dar mi "Máximo esfuerzo", me dirigía al bosque lo cual me tomaba 25 minutos solo para entrenar como todos los días ¿pero para qué exactamente? Para responder a eso primero deberán saber quién soy.
Mi nombre es Leo Lenad de dieciocho años, un metro sesenta y cinco de altura, cabello castaño, ojos celestes y con un solo objetivo, acabar con el gobernante actual, pero ¿por qué tal decisión? A mi corta edad de diez años, el día de mi cumpleaños, un soldado bajo la orden del rey cercenó la cabeza a mi padre, de esta manera asesinando a mi única familia, sin razón justificable, y decidí ocho años o dos mil novecientos veintidós días después, ir al castillo con la finalidad de entrar a él a como dé lugar y matar al mismísimo rey, pero primero, procedía a entrenar como lo hacia todos los días, usando al árbol como adversario y golpeándolo con todas mis fuerzas, empleando un estilo de pelea que consistía en partir huesos, que yo había creado mediante horas y horas de entrenamiento a lo largo de mi vida, por cerca de 1 hora y media seguidas al día, para de esa manera endurecer mi cuerpo, aumentar mi resistencia, pero sobre todo para prepararme en cuanto a técnica se refiere, luego de terminar ese agotador entrenamiento procedí a cambiar mi ropa por algo más normal, tanto como lo era mis andrajos que usaba cuando cortaba leña para cocinar y encima de todo una capa con capucha para dar una vibra de viajero, luego procedí a dar rumbo a mi sendero.
Seguí a un ritmo constante el sendero de dos kilómetros y medio que me llevaba hacia el castillo, yo me sentía realmente cansado pero aun así no bajé la velocidad ni por un momento, el deseo de empezar al fin mi venganza que planeé un día caluroso de verano a mis once años y medio, al fin llegaba a la segunda fase, así mismo el cosquilleo y la emoción que sentía de al fin romper con mi aislamiento auto-impuesto desde ya muchos años me ponía ansioso y con expectativas, en ese momento a mi cabeza llegaban muchas dudas como ¿Qué tanto habrá cambiado la ciudad desde que ya no la visito? ¿alguien se acordara de mí, y de mi padre? ¿alguien habrá notado mi ausencia? y ¿sabré como llegar al reino?.
Aun con esas dudas no dejaba de pensar ni por un momento en mi objetivo, pasados unos cuantos minutos y sin siquiera notarlo había llegado a mi destino, una grande e imponente muralla de cincuenta metros, oscura, construida a base de wolframio también conocido como wólfram o tungsteno, hecha bloque por bloque por alquimistas a la orden del rey, que tenia a los lados dos torres que eran cinco metros más altas que la misma muralla, de las mismas se erigían unas banderas azules con un pez dorado saltando en el centro que era el sello de Tifanía, una hermosa ciudad con una reserva de agua a un lado en la cual vivían una amplia diversidad de peces, al entrar supe exactamente donde se encontraba el castillo y no solo porque ya había estado en la ciudad, cuando era niño, sino porque en cuanto entré, no pasó mucho tiempo para que notara una colina, que se encontraba al otro lado de la ciudad, la cual tenía en su cima un blanco castillo que hondeaba la bandera de Tifanía.
Una vez supe donde estaba el castillo del rey, me decidí a invertir el resto del día en recolectar información que me sirviera para saber cómo entrar al castillo, y así prepararme para el ansiado día siguiente. Luego de hacer diversas preguntas a las personas que abarrotaban las calles, sobre mi padre, sobre mí, sobre los guardias y sobre el castillo terminé por concluir tres cosas. Primero, la gran mayoría de las personas no querían tener nada que ver con los soldados que servían al rey, segundo, nadie recordaba ni remotamente que mi padre y yo alguna vez existimos, y tercero, es que a pocas calles de ahí se encontraba una posada en la cual, según las personas con las que había hablado, todos los días se reunían todo tipo de fieles sirvientes del rey, desde soldados, hasta caballeros, por lo cual si bien mi intención era recolectar información ese era el lugar en el que debía comenzar.
No me tomó mucho llegar a la posada y en cuanto entre a ella, vi que aun si, por fuera pareciera humilde y descolorida, por dentro era un lugar muy acogedor, se sentía un calor que me parecía familiar, aun teniendo la necesidad de sonreír cambié mi expresión para parecer alguien importante y exigente, en cuanto tomé asiento escuché una voz tranquilizante femenina que me decía "¿Deseas algo en particular?" pensé por un momento tratando de ser lo más amable posible y le dije:
—Por supuesto, sin embargo usted no puede cumplir mis deseos —dije un tanto molesto por la pregunta.
—Con todo respeto pero ¿para que vino entonces si no puedo ayudarlo? —respondió la posadera.
—Vine porque esperaba que pudieras ayudarme no con algo que deseo si no que necesito —repuse con rapidez para que no me echaran.
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Editado: 12.09.2024