Ambos estados, tanto el de la vida como el de la muerte, me dan esperanza. Este entendimiento me produce fascinación y un profundo placer mental.
En vida puedo colmar mi existir con todo aquello que me brinda sentido, propósito, y felicidad. Cohabitar con el azar y la duda, sortear lo fortuito y los infortunios. Regocijarme en lo próspero.
Y en la muerte, la idea de la no consciencia, de la nada absoluta, del no ser ni estar, le trae calma y paz a mi alma agobiada por mis pesares y los del mundo. Es una salida definitiva en donde el dolor desaparece.
Siempre he decidido aceptar y vivir abrazada a dos fenómenos que rigen la existencia, cualidades que conviven en un ciclo invariable: la incertidumbre de la vida y la inevitabilidad de la muerte.