Incomparable

XI. HAY QUE SER VALIENTE Y DEJARLOS IR

Esa noche no podía conciliar el sueño. Solamente pensar en Cindy viendo cómo sus humanos le daban sus cachorros a dos humanos, me rompía el corazón. Una vez tuve la oportunidad de verlos cuando mi amo se enteró que la perrita de su vecina había parido al fin, y me quiso llevar porque quería verlos. 

Recuerdo que la ama de mi amo le advirtió que no traje más perros a la casa, que conmigo era suficiente. Bueno, no sabía si sería un buen padre para un cachorro de cocker spaniel, pero daría lo mejor de mí para que ese cachorro no fuera tan salvaje y pateara la pelota en vez de morderla como tantas veces le había explicado a mi humano. Cuando habíamos entrado en esa casa, donde el único aroma era a anciano y que provenía de la dueña de Cindy, me dirigí hacia su lecho en el que se encontraba tendida, con sus cachorros frente a ella, mamando. Eran tan pequeños que podrían pasar como juguetes. 

Me pregunté a qué sabría lo que estarían probando en ese momento. No recordaba haber probado la leche de Madre y tampoco su imagen, ni cómo olía ni menos como ladraba. Los cachorros de Cindy ni siquiera habían abierto los ojos y se limitaban a gimotear y a buscar alguna otra teta en donde succionar en paz. ¡Eran tan tiernos!

Lo peor es que Cindy permitió que fuera ese tal doctor Strauss y su horrible humana que lo acompañaba, quien se los llevara. Yo siendo ella me hubiera negado muchas veces antes de que ese humano malvado se hiciera de ellos a toda costa, sin importar cuánta cháchara los hubiera educado sobre su adopción. 

No sabía cuánto tiempo permanecí tumbado frente a la casa de perros del patio cuando me incorporé, y atravesé la puerta de mascotas para ir a donde mi joven amo. Quería acompañarlo; tal vez se alegría de verme y me permitiría dormir con él. 

Toda la casa se hallaba en la penumbra; incluso la habitación del amo de mi amo. Solo una espeluznante estatua de un hombre desnudo bajo un árbol que hacía de lámpara en su copa, hilvanaba con una luz espectral y amarillenta la sala y parte de la cocina; el silencio era absoluto. Rasguñé la puerta de mi amo apenas llegué al piso de arriba, gimiendo para decirle que era yo y que me dejara entrar.

La puerta se abrió y mi amo se frotó los ojos; se había quitado la franelilla y ahora andaba en esos cortísimos shorts que tanto le gustaba usar.

—Hey, colega. ¿Qué haces aquí tan tarde? 

Estiré mis patas delanteras con un largo bostezo, seguido de un gemido. Mi petición era demasiado obvia: « ¿Podía dormir contigo esa noche?». Mi amo suspiró como si me hubiera entendido y se hizo a un lado, susurrando un entra, entra. Entré en la habitación que también estaba a oscuras, pero distinguí la figura de su cama a la cual salté y me eché, mirándolo con los ojos más grandes para que me dejara estar ahí con él. 

Cuando mi humano cerró la puerta y se giró para regresar a su cama, se detuvo con otro suspiro.

—¿Es en serio, Simba-Simba? —me preguntó con tono soñoliento—. ¿Dejarás que duerma en el suelo? 

«Si yo puedo, ¿por qué tú no?», me hubiera gustado decirle. Además el que estaba sentimental aquí era yo, no él quien ahora vivía el mejor de los romances con ese tal Oscar. Gemí para decirle un sí, aunque él se encogió de hombros, rodeó la cama y se acostó del otro lado, acariciándome.

—Rayos, apestas a mil demonios, colega. Tendré que bañarte este fin de semana.

Moví la cola de la emoción. ¡Mi humano me había olido! ¡Me había olido! ¡Sí, sí! Eso significaba que no perdí mi aroma y que seguía allí, que Silvestre no fue el único. Tendría que dejar que Cindy me olfateara para que se diera cuenta de que nada malo le había pasado a mi olor, solo que estaba muy limpio y ya no lo estoy.

—No puedes dormir, ¿cierto? —me dijo y rodeó mi cuello con su brazo para traerme hacia él. Puse mi hocico sobre su torso desnudo, viéndolo parpadear con la vista clavada en el techo, una mano detrás de su cabeza y otra acariciándome…, hipnotizándome, invitándome al sueño más profundo y relajante…—. Estoy muy ansioso, Simba-Simba. Quiero terminar la secundaria, quiero que me den mi título e irme a Metasio con mi hermana o en algún lugar; estar lejos de este pueblucho, tú y yo juntos, ¿eh? 

¿De qué está hablando? Ya va, ya va, ya va. ¿Está hablando de largarse de aquí? ¿Por qué, si a mí agradaba estar aquí? Bueno, quizá a él no tanto y por eso quería migrar a otro hogar donde lo aceptaran. ¿Sería que sus amos ya no lo querían?

—Eso sí, Simba, si viviremos en una casa alquilada, quiero que te comportes. No solo conmigo, también con cualquier chico que invite a pasar la noche. Cuando logre conseguir un trabajo, buscaré también un novio con quien divertirnos, salir a pasear al centro comercial, ver una peli juntos… —Suspiró—. Lo mejor de todo es que no habrá nadie quien nos critique, nos humille y nos diga qué está bien y qué no. Dos hombres y un perro contra el mundo, ¿eh? Suena interesante.

Mis párpados se hacían pesados a medida que hablaba. Su mano se detuvo en algún momento y se removió en su cama, lo que hizo que levantara mi cabeza y lo viese con la cabeza ladeada. Mi amo se apoyó en un hombro, con una sonrisa torcida en su boca.

—¿Te acuerdas cuando eras cachorro y aullábamos juntos cuando no podíamos dormir? 

¿Hacíamos eso? No lo recordaba.

—Anda, sé que lo recuerdas. Vamos. ¡AAAAAUUUUUUUUUU! —Mi humano aullaba horrible, sin ningún significado entendible para mis oídos. 




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