Incomparable

XIII. CLAY

Si alguna vez llegué a conocer a Clay, pues mi mente no lo recordaba; y lo que hacía que la situación fuese más vergonzosa era que él sí se acordaba. Después de que mio amo le presentara Derek a Oscar, y estrecharan la mano con un cierto dejo de desconfianza, el juego se volvió más complejo. Clay y yo perseguíamos el frisbee de un lado a otro, mientras los humanos se divertían viéndonos saltar y ladrar para atraparlo.

Estaba ansioso de que mi amo y sus amigos se cansaran para poder hablar con Clay, descubrir más sobre él y de lo que sabía…, incluso saber más de mí de lo que yo mismo sabía. Qué incómodo que alguien te conozca mejor que uno mismo; se sentía como si mi vida ya hubiera sido vivida por aquel husky. 

Desconozco cuánto tiempo pasamos jugando; lo cierto fue que cuando el sol empezó a declinar, Oscar se dejó caer de espaldas diciendo «Es todo por hoy. Me cansé», uniéndose mi amo y el nuevo amigo, Derek, quienes, a la final, se sentaron cerca de la orilla del lago. Los atardeceres en el pueblo no eran los más bonitos que había visto nunca, quizá habrían otros pero como los de mi pueblo no. El sol abandonaba el cielo detrás del curioso bosque, dejando que el cielo se tiñera de un anaranjado tan intenso que me erizaba los pelos. Mi amo me dio agua en el tazón que se trajo en su gracioso morral y, mientras bebía, comenzaron a hablar de cosas de humanos: de dónde venía Derek, qué hacía, con quién vivía y esas cosas aburridas que no entendía. 

Sin embargo, sí había algo que llamaba mi atención y era Clay que se encontraba sentado un poco alejado de su amo, como si me esperase. Apenas me terminé de beber toda el agua, dejando mi panza bastante y saciada mi sed, me acerqué y eché junto a él, contemplando con la lengua afuera a los humanos entrar en el parque Presley y algunos marcharse hacia sus hogares.

—Así que… —« ¿Cuál fue la palabra que usó para describirse a sí mismo? ¿Clon?»—. Eres un clon.

—Sí, el tercer clon de mi especie bajo las manos de ese doctor Strauss y sus humanos.

—Oye, no quiero sonar como un perro cobarde, pero… me incomoda un poco que sepas más de mí y yo de ti no recuerda nada. No sé. Es una sensación muy, muy rara. 

—¿Con que quieres saber de ti, eh? —Se volvió hacia mí con ligeros jadeos—. Uno de los clones más exitosos de su afamado consultorio.

—¿Yo también soy un clon? —pregunté. Eso sí no me lo esperaba…, o tal vez sí, pero oírlo de alguien más era espeluznante—. ¿Qué eso? ¿Qué es un clon?

—Es una réplica exacta de algo, o eso fue lo que entendí por experiencia propia. En mi caso, mi yo original sufría de un tumor que me prohibía respirar tal cual como respiro ahora. Era como si unos colmillos invisibles mordieran mi cuello, me prohibía respirar y, no importara cuánto me esforzara por tomar aire, era imposible inhalar. 

Aunque tampoco sabía que era un tumor —no me malinterpreten como ignorante, seguía siendo demasiado ajeno a ese tipo de cosas para aquel entonces—, suponía que debía de ser algo muy malo. Al menos, Clay no empezó su historia con que era un mes de octubre como lo hubiera hecho el egoísta de Silvestre.

—Mis humanos me llevaron a aquel doctor Strauss —continuó Clay, apartando la mirada y posándola en algún punto lejano del lago—. Yo solo quería estar sano, poder jugar con mi humano sin sentir que me asfixiaba y evitar que se preocupara o llorara por mí. Él me ama y yo lo amo a él; cosas de perros. 

»Al principio, ese doctor Strauss se portó muy bien conmigo hasta que insertó una aguja en mi piel. Luego me pusieron muchísimos tubos que se conectaban a uno solo que me metieron en la boca para que pudiera respirar.

—¿Y no mordiste ese tubo? 

—No. Me envolvieron la boca alrededor el tubo para evitar que lo mordiera o lograra quitármelo. Como sea. Después, el doctor regresó y les dijo a mis humanos que mi situación era bastante complicada, que lo mejor sería dejarme en sus manos para que mejorara. Que el tumor estaba demasiado avanzado y que una operación sería lo más conveniente. Nunca en mi vida había estado tan asustado como en ese momento. 

»Mis humanos se fueron llevándose a mi joven amo arrastrado. A partir de ese momento, fui completamente de ese lunático que me durmió para evitar que me moviera mientras me extraía algo rojo de mi cuerpo, otros pinchazos en mi cabeza y otros entre mis patas; todo en un mismo momento, sin poder defenderme. Allí, inerte pero respirando, sintiendo sin quejarme ni chillar. 

»Luego me llevaron por un largo pasillo a una sala muy fría. En el recorrido, pude ver como esas cajas que los humanos suelen llamar «urnas» con cosas adentro; cosas vivientes, cosas que parecían perros, pero sumergidos en líquidos que no sabía si era agua u otra cosa. Estaba sediento y quería agua, así que tal vez aluciné un poco. Pero no miento con esas urnas. 

»¿Tú crees que ese doctor Strauss fue capaz de curarme o de siquiera dejarme ver a mis amos una vez más?

Hubo una larga pausa. No podía concebir lo que decía Clay. ¡Era casi inaudito!

—No —prosiguió—. No me dejó, y mucho menos me curó. Vi cómo cosas amorfas crecían en esas urnas de agua, tomaban forma con una rapidez que no podía siquiera creer. Él solo decía que en uno de esos cuatro cuerpos podré volver a vivir y estar con mis humanos, que no había nada que hacer por mí excepto prepararme un hueco para enterrarme y pudrirme. Distinguía los días de las noches cuando una humana entraba e inyectaba algo a esas urnas, lo que hacía que lo que contenía creciera más y más, y toma forma de lobo… Una forma muy similar a la mía, pero no era yo. De eso estaba seguro.




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