"You used to be so smart
You fluttered round the yard making your magic
Got to set you free, you were blinded by deceit"
"Electric Bird - Sia"
—Te dolerá un poco —advirtió, pero no le dio tiempo de procesar la información cuando introdujo unas pinzas en la herida.
A pesar del trapo que mordía con fuerza, su grito resonó en las paredes de metal de aquella vieja bodega. Mamba, Fah y yo nos esforzamos por sostener sus extremidades para evitar que escapara de las manos de Malí. Poco después, éste sacó el pequeño trozo de plomo y lo dejó caer al suelo y Somachi dejó de luchar por escapar de nuestro agarre.
La culpa recorrió mi pecho hasta llegar a la punta de mis dedos, pero no dije nada. Esperé pacientemente junto a él mientras terminaba su curación, esperaba que, de alguna forma, mi compañía sirviera de apoyo para su dolor.
—Sé que será difícil, pero mientras puedas, no muevas mucho el brazo —pidió su jefe mientras se deshacía de los guantes quirúrgicos. El pelinegro asintió y se sentó en la mesa que habíamos improvisado como camilla.
No podía seguir haciéndole daño, ni poniendo en peligro a más personas. Tenía que irme y encargarme de lo que fuera esta mierda, sola. Pero no podía irme sin más, sin agradecer que gracias a ellos aún respiro.
Las palabras vacilaron en mi garganta unos segundos, nadie te prepara para agradecerle a alguien que arriesgó su vida por ti, incluso cuando eso significaba enfrentarse a una mafia.
—Si vas a decir algo, dilo sin más —dijo Malí de espalda a mí, mientras terminaba de recoger las cosas con las que había curado la herida de su guardaespaldas.
—Lamento haberlos metido en esto —pronuncié por fin—, gracias por ayudarme, pero no puedo…
—¿Qué? —se giró hacia mí. Los cuatro pares de ojos me miraban con atención— ¿dejar que nos enfrentemos a los nagini? —sentí como la ironía bailó en su voz.
—Me quieren a mí, no a ustedes —sentencié con algo de enojo en mi voz.
¿Por qué tomaba con ironía el que su hombre, y posiblemente él, casi había muerto hace una hora?
—Ahora nos quieren a todos —refutó. Y aquella oración me pesó en el pecho.
—Ellos me quieren a mí —repetí.
La culpa de haber puesto un blanco en su espalda por haberme ayuda casi quiebra mi voz.
—Nos quieren a todos —repitió de nuevo, esta vez con un poco más de autoridad, como si esperara que sus palabras quedarán grabadas en mi cabeza y ya no tuviera razones para objetar.
—No debería de ser así —me quejé—. Es mi culpa que ahora estemos aquí mientras nos rastrean por toda la ciudad.
—No nos obligaste a hacer nada de esto, Aslin —regañó Mamba tras de mí.
—Tampoco es la primera vez que nos enfrentamos a algo así —recordó Somachi elevando una ceja con diversión.
—Además, tú nos salvaste también —completó Malí. Y entonces quise decirle que no fue para tanto, pero no me dejó—. Si no hubieras intervenido, no sé qué habría pasado. Estaba sin municiones.
Me quedé en silencio. Quería decirles que no, que no tenían por qué agradecerme porque era yo quien debía hacerlo. Era yo a quien querían. Y era yo quien debía enfrentar esto sola.
Pero no pude, las palabras se quedaron atoradas en mi garganta cuando un nudo se formó en ella. Mis ojos picaron cuando las lágrimas amenazaron con salir.
Por lo menos, no estaba sola en medio de todo esto. No recordaba mi pasado, ni quién era realmente, no recordaba a mi familia o si, siquiera tenía una. Desconocía completamente lo que sabía; no sabía que podía disparar un arma o si quiera que tenía una buena puntería.
La frustración, la ira y el desespero se arremolinaban en mi cuerpo y arrasaban con todo a su paso. Sentí como mi corazón bombeaba sangre con fuerza por todo mi cuerpo, la adrenalina llegando a la punta de mis dedos haciéndolos temblar e incrementando mis ganas de salir corriendo a cualquier lugar lejos de aquí. Mi respiración se volvió caótica y mi visión algo borrosa.
«—¡Dilo! —gritó con desprecio mientras apoyaba la planta de su pie derecho en mi antebrazo.
Me quejé de dolor. Sentía como mi cuerpo ardía, pero ese ardor se incrementó en el lugar donde él apoyaba su peso. Mis ojos se llenaron de lágrimas y quise suplicar para que se detuviera, pero las palabras no salían de mi boca. Solo gritos desesperados.
Se agachó y me tomó con fuerza del cabello para que me levantara del suelo, con dificultad me puse de pie antes de que me estrellara con fuerza contra una reja. Ni siquiera pude quejarme cuando el aire le faltó a mis pulmones por el impacto de mi espalda con el metal.
Dos hombres se acercaron, me tomaron de las muñecas y me ataron a ella. Hicieron lo mismo con mis pies. Antes de apartarse, uno de ellos me sonrió con malicia y un diente de oro brilló en su boca.
Aquel hombre que me había lanzado, se acercó a paso lento hasta que apareció en mi campo de visión borrosa. Me tomó con fuerza la barbilla y se rio a centímetros de mi cara.
—Vamos a ver si soportas esto.
Editado: 03.08.2025