Inconexa

CAPÍTULO 8

"Honey, I rose up from the dead, I do it all the time.

I've got a list of names and yours is in red, underlined.

I check it once, then I check it twice, oh!"

"Look what you made me do - Taylor Swift"

Dos meses después…

Me ajusté el chaleco táctico frente al espejo sucio del almacén. La tela áspera rozaba mi piel en la camisa sin mangas que llevaba, pero no me importaba. Habían pasado dos meses desde que estuvimos en Estambul. Habíamos regresado a Bangkok para prepararnos y solo bastó una llamada a, la que ahora, llamaba mi familia para que vinieran a ayudarme.

De alguna forma, Lua, Carl y Louis habían descubierto quiénes éramos. Cuando buscamos transporte para volver desde Estambul, quisimos mentirles con nuestros nombres de nuevo. Lua soltó una pequeña risa y nos reveló que ya sabía nuestra identidad, sabía que mi rostro era buscado por más de cinco naciones. Pero no le importó, no solo nos ayudó a volver, fue él mismo hasta Turquía por nosotros.

Debo admitir que sospeché de su buena voluntad cuando era tan servicial, pero luego descubrí que eran “discípulos” de Malí, o así se hacían llamar ellos mientras bromeaban. Y mis defensas bajaron, sí Malí confiaba en ellos, yo lo haría. Y no me equivoqué, fue un descanso entre todo lo que estaba viviendo.

Los dos meses siguientes fueron de entrenamientos agotadores, de cargar armas, trazar planes, y, sobre todo, de recordar. Y con cada recuerdo mis ansias de que el día que pactamos llegara, aumentaban. Pero los días pasaron con lentitud.

Desde el amanecer hasta que el sol caía, nos empapamos de sudor y polvo. Recordando mis tiempos en las fuerzas, usé mis conocimientos en el campo para entrenarlos, pero no me abstuve de seguir puliéndome. Malí nos enseñó tácticas de combate cuerpo a cuerpo, preparándonos para ser precisos y letales con cada golpe. Krit nos instruyó sobre el uso de explosivos y armamento pesado, su paciencia infinita y la juventud de su rostro contrastaba con la rudeza de sus palabras y su amplia experiencia. Somachi afinaba nuestras habilidades de sigilo, enseñándonos a cómo movernos como sombras, a pesar de su increíble tamaño se movía con la misma gracia y delicadeza con la que lo hacía un gato. Lua, Carl y Louis tenían que cumplir algunos trabajos antes de salir del negocio como lo habían planeado, pero se encargaban de abastecernos cada vez que venían a vernos; comida, armas, ropa, cualquier cosa que necesitáramos.

Cada golpe, cada disparo, cada caída me recordaba que estábamos luchando por sobrevivir, pero también por vencer. Recorrimos terrenos hostiles, desarmamos trampas, aprendimos a comunicarnos con señas en medio del caos. Y a pesar del dolor en mi cuerpo, que protestaba por rendirse, no lo hice. Cada vez que pensaba en hacerlo, me recordaba que estaba un paso más cerca de mi objetivo.

Además del entrenamiento físico, pasábamos semanas vigilando los movimientos de Viktor con un sigilo casi obsesivo. Notamos cómo su paranoia crecía desde que dejó de tener noticias de mí, habíamos descubierto que, de alguna forma se había enterado de que estuvimos en Estambul, donde comimos y hasta donde nos hospedamos. Llegamos a la conclusión de que el dinero que usábamos, el del maletín, era rastreable. Quizás no para los gobiernos, pero sí para él. Así que dejamos de usarlo. Y eso, provocó que me buscara por cielo y tierra, desesperado. Sus movimientos eran erráticos, y en su desesperación, decidió trasladar la mayor parte de su organización a un edificio abandonado. Pensaba que ese lugar sería seguro, pero nosotros descubrimos que ese edificio, además de drogas y dinero, albergaba el centro de los túneles subterráneos, piezas clave para mover su mercancía y mantener su imperio. Ese hallazgo cambió el rumbo de nuestro plan y aunque contemplamos la idea de atacar en ese lugar, lo descartamos, el idiota había reforzado demasiado la seguridad y atacar ahí nos daba menos posibilidades de salir victoriosos. La única forma era atacar desde adentro, pero el lugar era una fortaleza.

Días después descubrimos que no toda su organización se había movido, había un lugar donde había consolidado su fábrica, un lugar menos custodiado, más accesible y que él visitaba con frecuencia.

En cuanto a mis recuerdos. Durante las noches, cuando el cansancio me pesaba en los huesos, los recuerdos volvían. Recordé a mis padres, aquellos que murieron en un accidente automovilístico.

Miriam y André, esos eran sus nombres. Por desgracia, no obtuve recuerdos de sus rostros.

Una curva traicionera en una lluvia torrencial y un camión fuera de control, les había arrebatado la vida. El impacto fue brutal. Yo era una niña cuando eso pasó. Quedé atrapada entre los restos retorcidos del auto. Los gritos se desvanecían con la lluvia, se mezclaban con los truenos mientras el frío calaba en mis huesos. El recuerdo fue tan real que pude volver a sentirlo, sentir el miedo, la angustia y el dolor de ver a mis padres sangrando frente a mí, incapaz de salir.

Fueron los soldados que patrullaban la zona quienes nos encontraron. Sus linternas rompieron la oscuridad que me envolvía, dándome esperanza. Sus manos firmes me sacaron de los escombros. Ese día, el ejército no solo me había rescatado del metal retorcido, sino también del vacío, de la muerte. Pero no pudieron hacer nada por mis padres, así que crecí en un orfanato al cual, nunca pude llamar hogar, pero la imagen de aquellos uniformes quedó grabada en mí con el paso de los años, así que, cuando cumplí la mayoría de edad me uní a ellos, buscando ser la mano que alguna vez me salvó.

Recordaba algunas misiones, imágenes fragmentadas de desiertos áridos, de bosques húmedos, del frío acero del arma en mis manos. Miras telescópicas, órdenes susurradas en la radio, el latido acelerado antes de entrar en combate. Cada fragmento de memoria era una pieza de mi historia y ya la había recuperado, casi, por completo. Pero ahora eso quedaba atrás. Lo que me importaba y en lo que luchaba por centrarme era el presente, la familia que había encontrado en ellos.



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En el texto hay: amnesia, accion, militar

Editado: 08.09.2025

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