Incorrupta

II

CATORCE HORAS DESAPARECIDA.

 

Ni siquiera entiendo cómo fui capaz de conciliar el sueño. Solo dormí a lo mucho dos horas porque nos pasamos la noche en vela esperando su llegada o siquiera una llamada que nos diera algo de calma. Luis salió un par de veces con una de mis primas a dar más vueltas en el carro, yo me quedé en casa contactando a los hospitales; ninguno obtuvo algo que sirviera.

Mis hijos reaccionaron tal como pensé.

Eduardo se puso a llorar y no pude lograr que se quedara calmado. Él es el segundo de los cinco, pero es el más sensible y es nuestro artista. No sé de dónde lo heredó porque estamos muy alejados del arte, pero se ha metido en cualquier cosa que tenga que ver con ese mundo. Tiene veinticinco años, aunque siento que ya ha recorrido más de dos vidas. Se dedica a dar clases de guitarra en un centro de cultura en Morelos y compone en sus ratos libres. Dijo que tomaría el primer autobús que encontrara. Viaja de madrugada y no debe tardar en llegar.

José Luis, el mayor, vive en Monterrey con su esposa, llevan cuatro años de casados. Él es pediatra y mi nuera es dentista. Les va muy bien, cuentan con casa propia y estabilidad económica, lo que les quita la calma es que no han logrado tener hijos. Ellos no pueden venir por sus empleos, pero sé que estarán al pendiente de cualquier noticia. Aunque quiso sonar tranquilo, me di cuenta de que está aterrado, pero no lo demuestra porque su temperamento es similar al de su padre.

Roberto, el tercero, se encuentra fuera del país por un diplomado que está haciendo; todavía le queda un mes fuera. Él decidió ser desarrollador de software y siempre está estudiando lo que se le ponga enfrente.

Luis y yo somos docentes y, aunque no suena tan extravagante, nos dio lo suficiente para pagar los gastos de las carreras de todos nuestros hijos que fueron a escuelas federales de prestigio. Entre nuestras limitaciones, tratamos de que tuvieran a la mano los materiales que se necesitaran para que estuvieran cómodos. Abi quiere ser repostera, ama hacer pasteles y sé que tiene talento para eso.

Estoy muy segura de que mis hijos se sienten aterrados al igual que nosotros. Las noticias que se escuchan en la televisión son poco alentadoras, y las revistas morbosas muestran una realidad que a cualquiera le produce náuseas y horror. Yo evito pensar en lo peor. ¡No!, no puedo ni siquiera imaginar que mi hija puede aparecer en uno de esos medios porque el aire comienza a hacerme falta.

Eduardo ha llegado, lo sé porque reconozco cómo toca la puerta.

Pablo se adelanta a abrirle y yo voy detrás de él.

—¡Hijo! —alcanzo a decir para luego abrazarlo.

Sus manos tiemblan y su mirada me desarma.

—Debí ser policía o militar, al menos así serviría de algo —me dice con la voz a punto de quebrarse.

—Cálmate, mi amor, sé que va a volver con bien, ya verás. —Pero no lo sé, no estoy segura de lo que digo, acaban de cumplirse quince horas desde que salió de la casa y mi mente está perdiéndose para no desplomarme por el miedo que me ha invadido.

Luis llega detrás junto con mi prima Eleonor. Después de tanto darle vueltas por fin han ido a preguntar a ver si no estaba detenida o… en la morgue, y me quedo callada esperando lo peor. Aprieto la mano de mi hijo y mi corazón late frenético. El tiempo se detiene y mis oídos parece que no funcionan bien porque dejo de escuchar con claridad, como si me hundiera en una piscina de la que no logro salir.

Luis niega con la cabeza y yo respiro de alivio porque al menos no está en ese horrible lugar.

—Deberíamos denunciar su desaparición —insiste mi prima.

—Todavía no ha pasado el tiempo… —les digo con un gran pesar.

—¡Qué importa! —Eleonor se pone frente a mí y me toma de los hombros para continuar—: ¡Hagamos algo ya!

—Sí, Rita, deberíamos tratar —la apoya Luis.

Voy por mi bolsa sin decir más. Tomo la foto donde se le ve mejor el rostro a mi niña y salgo. Se ve tan hermosa con esa carita que tiene. Evito derrumbarme al recordar que no está preparándose para ir a la escuela y mis pies se mueven haciendo un tremendo esfuerzo.

Eduardo viene con nosotros y de nuevo Pablo se queda en casa como un guardián junto con Alma, mi otra prima.

Llegamos al Ministerio Público en cuarenta y cinco minutos y nos encontramos con la escena que menos pensamos hallar. Una larga lista de personas está antes que nosotros. Me aterra el saber cuántas han venido a lo mismo que nosotros. ¡Cuántas no llegaron a casa a dormir!

El tiempo pasa y apenas logramos comer algo rápido porque ni el hambre nos aborda. Por fin nos toca turno y el encargado de atendernos menciona tajante lo que ya sabemos.

Veo la cara de ese hombre tan ausente de compasión e imagino que golpeo la mesa para obligarlo a llenar la maldita hoja, pero no lo hago porque hasta en estas situaciones extremas me porto diplomática.

Luis y Eleonor se miran con tremenda decepción y por fin veo a mi esposo destruirse.

Las autoridades no buscan ni piensan buscar a mi hija hasta que sus absurdas pautas hayan sido cumplidas. Estamos solos en esto, al menos en las eternas horas que quedan para que pueda iniciarse una investigación formal.




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