VEINTINUEVE HORAS DESAPARECIDA.
Durante el trayecto voy de copiloto y tengo el ángulo perfecto para observar al detective. Me da la impresión de que es muy reservado, algo que agradezco porque la gente que habla demasiado llega a cansarme. Estoy a dos años de cumplir los cincuenta y soy una mujer casada, pero no estoy ciega. Enseguida pienso que su apariencia es bastante llamativa. Tal vez no parezca un modelo de revista, pero sus facciones son armoniosas y en especial su nariz respingada atrae mi atención. También apruebo su ropa, a Abi seguro le parecería de buen gusto. Se ha tomado la molestia de lucir formal, se puso perfume y usa una camisa negra y un pantalón del mismo color que le sientan bien con su piel morena. No parece ropa barata y el coche en el que se mueve es un SEAT Ibiza, sospecho que un 2005; Luis podrá confirmarme el dato más tarde. Aunque suene a locura, esos detalles me dicen que al ganar un sueldo decente es porque hace bien su trabajo.
Llegamos a la casa de Santiago en menos de veinte minutos. Para nuestra fortuna no había tráfico. La casa está ubicada en una colonia agradable a la vista, aunque la nuestra se le acerca. La entrada está iluminada y yo agradezco que sea así porque quiere decir que no se han ido a dormir.
El detective se baja y se apresura a abrirme la puerta, una cortesía poco usada en estos tiempos.
Antes de tocar, lo detengo sujetando su hombro. Me urge saber ya qué fue lo que le dijo Pablo y se lo cuestiono.
—Su hijo quiere que le pregunte al novio sobre la fiesta de Jazmín —me responde sin más rodeos.
—¿A qué se refiere? Abi no fue a ninguna fiesta —comento, pero en realidad no me siento segura de eso porque no controlamos lo que hace cuando va a la escuela.
En ciertas ocasiones ha tenido que salir a realizar tareas por las tardes, así que no sé si haya ido a alguna fiesta. Los jóvenes pueden ser atrevidos y hasta inconscientes, ¡si lo sabré yo que crie a cuatro hombres! Aunque a ella la consideramos una muchacha inteligente.
—Eso es lo que vamos a averiguar —dice tajante.
Estamos a punto de tocar, pero escuchamos una discusión que logra que la mano del detective se quede suspendida. No se logra entender bien lo que dicen, solo sabemos que son voces masculinas.
Los dos nos pegamos más a la puerta.
«Pero ¿cómo se te ocurrió?... Van a sospechar… Es urgente hacer algo…». Es lo que logramos captar.
Un escalofrío me recorre.
Al ver que hay silencio, decidimos tocar.
Abre la madre de Santiago, parece sorprendida de verme allí. Se le ha corrido el maquillaje y sus ojos no paran de ver dentro. Me sorprende hallar así a Irene porque ella es alguien muy preocupada por su aspecto, incluso en su propia casa.
—Lamentamos molestarla a esta hora, señora Pereyra, pero investigo el caso de la joven Abigaíl González. —Muestra su credencial—. ¿Me permitiría hacerle unas preguntas a su hijo Santiago?
Irene luce confusa por un segundo.
—Sí… Sí. Pasen —responde y suelta la puerta a la que se aferraba.
Enseguida noto el nerviosismo que ella intenta ocultar mientras se adelanta. Luego nos pide entrar hasta una pequeña estancia que tienen y sale en busca de su hijo. Hay allí una bonita mesa cuadrada de madera con cuatro sillas, ideal para la ocasión.
Supongo que el detective presiente que algo ocurre y lo siento alerta. Observa cada detalle del lugar.
Yo solo quiero saber qué es lo que discutían porque creo que tiene que ver con mi hija.
—Debemos ser más listos —me susurra él.
Sabe por lo que estoy pasando y con esa frase logra calmar mis ganas de ser irracional.
Santiago llega cinco minutos después. Su padre lo acompaña. Salvador siempre me ha parecido alguien demasiado enérgico, incluso con su esposa, pero es una persona decente.
Nos saludamos rápido.
Leonardo se presenta para informar el motivo de la visita y comienza enseguida con las preguntas de rutina que hasta yo conozco gracias a las películas que hemos visto. Pablo y Abi son fanáticos del cine y cada vez que pueden nos arrastran para verlas junto con ellos.
El padre del joven se encuentra sentado a su lado y permanece en silencio. Santiago responde todo tranquilo, hasta que el detective suelta la pregunta que yo esperaba:
—¿Qué me dices de la fiesta de Jazmín?
Los dos hombres se ponen pálidos de inmediato, y el muchacho tarda un poco más en poder hablar.
Desde que supe que estaba enamorando a mi hija me alegré porque lo creíamos un joven dedicado y amable; con todo lo que pasa, ya no sé si sea así en realidad.
Santiago gira a ver a su padre, como si él aprobara primero lo que va a responder.
—Fue… fue el cumpleaños de la amiga de Abi, hace dos semanas —su voz suena tensa.
De pronto, siento la urgencia de obligarlo a soltar todo porque temo que esconda información que pueda darnos alguna pista.