Incorrupta

XI

DIEZ DÍAS DESAPARECIDA.

 

—El muchacho aceptó que iba a dejarla, pero asegura que no tenía planeado cuándo. Me dijo que le empezó a gustar una compañera y quería intentar algo con ella —nos narra el detective.

Leonardo ha venido a vernos casi a las once de la noche, aunque ya no nos parece raro.

Estamos sentados en la sala como de costumbre y él parece pensativo, pero no externa lo que sospecha. Hoy volvió a interrogar a Santiago sin avisarnos antes.

Sigo creyendo que el camino que quiere seguir es equivocado. Los jóvenes son eso: jóvenes. Un día tienen una novia y al siguiente otra, tan simple como dejar a la chica y ya está. ¿Por qué hacerle daño? ¿Por qué meterse en líos grandes si solo es un noviazgo? ¿Por qué el detective no se está tranquilo con Santiago?

—Sé que sueno como una completa ignorante, pero ¿eso de qué nos sirve? —lo cuestiono, después de darle un sorbo al té que Luis me preparó. Es un día difícil para mí porque el dolor de la mujer que encontró a su hija aún me carcome.

—Todavía no sabemos cómo se movió de lugar Abigaíl. Hemos revisado el video una y otra vez, checamos en las imágenes cada carro que pasó entre las tres y las cinco de la tarde, pero no logramos identificar algo que sirva. La calidad no es tan buena como quisiera.

Percibo la incredulidad en Leonardo, hasta ahora no ha obtenido nada útil y sospecho que se siente frustrado por eso.

—Es como si no hubiera salido de la casa.

—¿Qué? —suelto. Me pongo a pensar en lo que Pablo ha dicho. Nosotros no tenemos áticos ni bodegas, mucho menos cuartos ocultos donde pudiera estar.

—Ya vinieron a revisar la casa los investigadores del ministerio —confirma Eleonor.

Los investigadores, si se pueden llamar así porque parecen personas sin educación básica, que enviaron del ministerio han hecho mucho menos. Tal parece que nos culpan o buscan culpar a Abi de su propia desaparición.

—Y ya pasó bastante tiempo. Si tuvieran un cuerpo dentro, lo sabrían. A menos que… Puede ser… —Leonardo divaga.

Casi puedo ver la proyección de sus pensamientos, con varias líneas saliendo del punto de inicio como lentas ramas buscando un enlace.

Mi esposo se remueve en el sillón, se pone derecho y dice lo que temíamos preguntar:

—¿Podríamos estar ante eso del robo de blancas?

—¿Trata de blancas? —El detective mueve la cabeza de arriba abajo antes de responder—: Los tratantes son depredadores que acechan a las jovencitas. Usan carros con placas falsas y tienen sus trucos bien armados para pasar desapercibidos.

Todos detenemos el aire en los pulmones.

Estoy segura de que el solo pensar que nuestra Abi está pasando por algo tan horrible nos arrebata la fe.

—Si… si fuera así, ¿qué posibilidad hay de rescatarla? —vuelve a interrogar un Luis más nervioso. Su barbilla tirita y sus ojos se humedecen.

Leonardo se queda pensando, mira hacia la pared, suspira y baja el rostro.

—Pocas.

Aprecio su sinceridad, de verdad la aprecio, pero en este momento me provoca ganas de vaciar el estómago. La tristeza se apodera de mí. Necesito gritar, gritar como una loca, como la llorona que busca espectral a sus hijos y recorre las calles nocturnas lamentando su pérdida.

—Detective, sigamos con esto, no pensamos detenernos.

—¡Jamás nos vamos a detener! —secundo la frase de Luis. Es verdad, no pienso detenerme, así tenga que ir hasta lo más sucio, despreciable y peligroso que exista.

Despedimos con toda la cortesía a Leonardo. Seguro para él también fue un largo día.

No hemos parado en este tiempo, sobre todo él. Nosotros visitamos periódicos, hospitales, morgues... Repartimos carteles con sus datos en escuelas, centros comerciales, parques, paradas de camiones… La radio ha vuelto a pasar la nota un par de veces más. Nuestros conocidos siguen al pendiente, ayudan a su manera. Lo doloroso de esto es que no obtenemos más, ¡no hay nada! Solo contamos con un bolso, una cámara que no la vio y un montón de preguntas sin respuesta.

 

—Mamá, papá —nos llama Pablo, entreabriendo nuestra puerta—, ¿pueden venir?

Son las seis de la mañana, he dormido fatal y me levanto con un dolor de cabeza insoportable. La mala alimentación y poco descanso ya me pasa factura. Jamás fui una mujer delgada, pero ahora soy capaz de sentir los huesos de las caderas.

Sé que Luis está igual de afectado. A decir verdad, a él lo veo peor que a mí.

Es urgente mejorar, aunque nos cueste pasar el bocado. La salud es vital para soportar lo que venga.

Ni siquiera nos vestimos y salimos a la sala. Ahora nuestra habitación es la de la planta baja. Nos mudamos a esa para estar más cerca de la puerta.

Lo primero que veo es una maleta.

Un escalofrío me recorre y termina en mi nariz. Mis ojos se llenan de lágrimas.

—¡José! —Ha llegado mi hijo, el mayor, junto con su esposa: Natalia. No esperaba que viniera. Me voy directo a estrecharlo en cuanto lo reconozco.




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