Incorrupta

XVII

VEINTICUATRO DÍAS DESAPARECIDA

 

El entrevistador me dedicó a mí, por ser “la iniciadora del movimiento”, una nota que salió al día siguiente en la televisión a nivel nacional. En ese momento no dimensioné hasta dónde llegaría. Hablé frente a la cámara sobre mi dolor, mi angustia ignorada, y la de todos los demás. Exigí que se nos atendiera de verdad.

Sigo sin comprender bien el porqué prestarnos tal atención. Tampoco éramos tantos como para justificarlo, pero lo agradezco muchísimo. El mismo día que salió la noticia me llamaron de la oficina del jefe de Gobierno. Hoy tenemos la cita a las nueve de la mañana. Pidieron que solo vayamos Luis y a mí. Seguro será a puerta cerrada. El hombre que nos contactó sonó demasiado serio.

Luis está revisando los aceites del carro. Yo espero paciente la entrada de la casa. Tengo confianza en que obtendremos cosas buenas en beneficio de la búsqueda de mi hija.

—¿Lista? —me pregunta mi esposo.

—Estoy lista desde hace media hora —le respondo.

Nos subimos al carro.

Luis luce más animado y eso me alegra.

Van a dar las ocho, pero no queremos llegar tarde y que nos cambien la cita por eso.

Llegamos quince minutos antes. La secretaria, a diferencia de la primera vez que estuvimos ahí, no nos hace esperar. Muy amable pie que pasemos enseguida a la oficina del licenciado Espinosa, el jefe de Gobierno. Huele a aromatizante floral y está todo bien ordenado.

En su silla detrás del escritorio se encuentra sentado el licenciado.

Se nota que también nos esperaba.

Una vez más, extiende una amplia sonrisa. Se levanta para darnos la mano.

—Señor Luis, señora Rita, por favor, siéntense. —Señala hacia las dos sillas vacías frente al escritorio.

Llama mi atención que conozca nuestros nombres.

—Licenciado, déjeme decirle que nos tomó por sorpresa que nos citara —comienza Luis en un tono amistoso.

El hombre vuelve a sonreír.

—Mi trabajo es para beneficio de los mexiquenses —lo dice como si lo leyera de un papel.

—Como ya sabe, seguimos buscando a nuestra hija —intervengo.

—Lo sé, lo sé. —Él hace un gesto de tristeza—. Lamentable noticia. —Levanta el escritorio una carpeta color beige. La abre y comienza a leer—. Contacté ya al fiscal Ramos, él personalmente va a encargarse de llevar su caso.

Logro escuchar el suspiro que Luis suelta.

—Licenciado, será de gran ayuda. Hasta ahora no se ha avanzado nada —Luis suena tan esperanzado.

El licenciado Espinosa también suspira.

—Cuenten con toda la ayuda que sea humanamente posible. —Su rostro cambia por uno serio—. Como parte de este acuerdo, necesito que firmen unos documentos. —Sobre el escritorio nos acerca la carpeta que sostenía—. Son mero requisito.

La recibo, antes de que Luis lo haga.

—¿De qué son? —pregunto al mismo tiempo que empiezo a leer el primer documento.

—Es solo un papel que confirma que el caso no ha tenido irregularidades de ningún tipo.

Sé que trata de ocultar el nerviosismo que carga, pero logro detectar un muy ligero temblor en su párpado derecho[CS1] .

No me gusta para nada que minimice lo que pide.

¡No, no pienso ser parte de su juego! Esto para mí es demasiado importante como para meternos en temas políticos.

—Eso es una mentira —lo digo sin detenerme a pensar lo que saldrá de mi boca.

—Rita… —Luis me mira impresionado.

Levanto el dedo cerca de la boca de mi marido.

—De seguro se quiere lavar las manos. Ya antes nos prometió ayuda y no nos la dio. ¿Qué cambió ahora? —me dirijo hacia Luis. Después giro a ver al licenciado—. A nosotros no nos han hecho ningún caso. —Resoplo, incrédula al recordar—. Al contrario, en la fiscalía hasta nos señalaron como posibles culpables de un delito en contra de nuestra propia hija.

Es ahí donde toda muestra de empatía se le desaparece. La máscara que el hombre trae tambalea. De un momento a otro, ya no luce cooperativo.

—¿Cree que la televisora fue porque les interesa su caso? —nos dice. Incluso su voz suena distinta, hasta cierto punto, sombría—. Tengo encima a varios que quieren sacarme, buscan desprestigiarme y hacerme quedar como un mal jefe, y están dispuestos a todo con tal de lograrlo, hasta de usar a los ciudadanos como ustedes.

«Porque es un inepto», pienso.

—Estamos de acuerdo con lo que pide… —Una vez más, Luis quiere conciliar.

—De acuerdo nada —interrumpo irritada.

A mi esposo ya no parece que lo deje en mal. Lo noto en su mirada fija en mí.

—¡Rita!

—No, Luis. A esta gente solo le interesan las apariencias. No nos va a utilizar. —Le planto cara al hombre—. Escúcheme bien, señor, sea como sea, tengo la atención de los medios. Si me lo propongo, esta conversación saldrá a la luz, y no creo que lo deje bien parado.




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