Incorrupta

XXIV

SIETE MESES DESAPARECIDA.

 

Tal como dije, el préstamo que solicité fue aceptado. Siempre procuré ser cumplida en pagar hasta los impuestos, ahora esa dedicación rinde frutos.

Edmundo se ofrece a llevar al “informante” el dinero.

Metemos los billetes a una maleta deportiva pequeña como lo hacen en las películas.

Leonardo proporciona la dirección de entrega. Es en Pachuca.

Esto tiene pinta de pago de secuestro, solo que con menos esperanzas.

No sé de qué manera demostrarle a mi hermano el gran agradecimiento que le tengo por atreverse a hacer tanto por nosotros.

Las otras madres compran un cirio y lo prenden en casa de Edmundo. Le han pedido a Dios que lo proteja y que lo regrese con bien. Saben que hará algo peligroso, pero no les di detalles de qué. Ellas ya le tomaron cariño a mi hermano. Están rompiendo la coraza con la que se cubrió años atrás después de nuestro desinterés en sostenerlo cuando más lo necesitó.

Edmundo se va por la tarde. Serán tres horas eternas en las que no pienso soltar el rosario.

Como suele pasar, el reloj marcha lento cuando queremos que las manecillas se muevan veloces.

Por suerte, mi hermano vuelve sonriente y nos dice que “ya estuvo”.

Todavía no sé si sentirme feliz por esto. Aún no sabemos si es seguro el encuentro con el tratante. El topo[1] ese puede arrepentirse y el dinero será solo un regalo para él.

 

Recibo al detective por la mañana del día siguiente del pago.

Son las vacaciones de diciembre. Pablo acompañó a su padre a comprar algunas piezas del carro. Antes era Abi quien iba, aunque no supiera nada de automóviles. Sabía que, si seguía a Luis, él terminaría por ceder a alguno de sus caprichos reposteros.

Llama mi atención que se quitó la barba que tenía meses cuidando. Luce más joven, pero me agrada más con la barba, le brinda una especie de seriedad interesante.

Lleva puesto una gabardina color beige. Hoy amaneció helado afuera.

Me percato de que se mueve de lado a lado en el recibidor.

El corazón empieza a acelerarse ante el miedo que causa su comportamiento. Estos meses conviviendo me hicieron conocerlo. Siempre que se porta así, es porque trae malas noticias.

Ni siquiera me detengo a invitarlo a pasar a la sala.

—Detective, ¿qué le pasa? Parece preocupado.

Él demora unos segundos en verme a la cara.

—Necesito hablarle de un asunto. Considero que es importante que lo sepa.

¡Sabía que lo del pago sería un fracaso! ¡Solo nos estafaron!

—¿Qué sucede? —pregunto temerosa.

Leonardo levanta el brazo para que nos vayamos a sentar.

Me adelanto y me dejo caer sobre el sillón solitario.

Luis estará decepcionado si sí resultó ser un robo.

Leonardo reposa la cabeza sobre ambas manos. Unos segundos después, se levanta.

—Verá, señora Valdés, hace unos meses pasó una cosa… extraña. Fue antes de que me pidiera que dejara de seguir a las jóvenes. Estaba en una guardia frente a la casa de la señorita Sherlyn. Era de tarde. Ella ya había llegado de la escuela. Estacioné el carro y me acomodé para esperar, pero en ese momento la joven salió de su casa. Parecía intranquila y...

—¿Qué? —pregunté hosca.

El detective no acostumbraba darle tantas vueltas a los asuntos que trataba, de ahí mi desesperación.

—No vaya a pensar mal de mí —dice sonrojado—, de ninguna manera pretendería algo con una menor.

—Leonardo, no le estoy entendiendo. Sabe que puede decirme lo que sea y no lo juzgaré.

Él respira y se acomoda en el sillón.

—La señorita Sherlyn llevaba puesta… digamos que… poca ropa. Una falda rosa muy corta y un… ¿cómo le dicen? —Apunta hacia su pecho—. De esos que van en la parte de arriba. Era pequeño y negro.

—¿Un top?

—Sí, eso. —Su vista se pierde, parece estar recordando cada detalle—. Pasó cerca de mi carro. Caminó despacio por ahí y de pronto… se alzó la falda. Se le veía… —Suspira, avergonzado—. Usted sabe.

No necesito que lo explique.

—¿Supone que Sherlyn intentó seducirlo? —pronunciar aquello en voz alta lo vuelve más preocupante.

—Primero pensé que así es la moda de las jóvenes, y luego pasó lo del documento.

—¿Hay un “pero”?

Leonardo asiente.

—Un agente que tiene el caso de Abigaíl fue a su domicilio a realizar un interrogatorio. Esto pasó luego de que en la fiscalía le hicieran caso a su denuncia. Resulta que Sherlyn hizo lo mismo ese día, pero se atrevió a tocar al agente cuando su madre fue por un vaso de agua. Ya se imaginará dónde fue dicho toque. Me enteré apenas en una salida con otros colegas. En nuestro ambiente se sabe de todo.




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