Incorrupta

XXV

SIETE MESES Y TRES SEMANAS DESAPARECIDA.

 

La luz del atardecer tiñe el cielo de tonos anaranjados en este melancólico enero.

No festejamos las fechas decembrinas, para nosotros no había nada que celebrar.

Los fracasos que tuvimos en la investigación fueron devastadores para todos.

 

La nostalgia me atrapa antes de irme al departamento de mi hermano para ver a las otras madres.

Descubro que Catalina fue la primera en llegar.

La inspecciono mientras ojea concentrada una carpeta beige. Creo que es el archivo de su hijo. Suele releerlo de vez en cuando.

A pesar de que Catalina viene de una familia acomodada, la considero valiente y decidida. Cualquiera pensaría que una persona así dependería de otros, pero ella no. Siempre es puntual y no falta, apoya en lo que puede, incluso con dinero para comprar herramientas.

El presupuesto para las búsquedas es otro tema complicado. Estamos solas, con nuestros recursos que a veces son limitados.

Margarita insiste en que busquemos donaciones, pero no estamos tan convencidas. El orgullo nos llega a superar incluso en estas circunstancias.

Yo me dedico a acomodar en un álbum las fotografías que Susana trajo ayer; no me avisó que vendría, quizá se le pasó.

Observo las manos de Cata, como le decimos de cariño. Las dos estamos sentadas en la mesa. Sus dedos se deslizan lento sobre los papeles. Son delgadas y largas. Para tener más de cincuenta años, no detecto las manchas típicas de la edad. Por el contrario, conserva hidratación y, además, cuenta con un estilo propio de moverlas; eso llama mi atención por un rato.

Ella me recuerda a mi tía Josefa. Detecto algunas costumbres similares, como la manera en la que sirve el café o cómo se maquilla.

Pasados unos diez minutos, Catalina se levanta para estirarse.

Sin buscarlo, mi atención se dirige a un sobre blanco abierto que se encuentra sobre la mesa. Ella lo cubría con el brazo. No tiene remitente, solo el nombre de Catalina escrito a máquina. A un lado, la hoja medio doblada reposa misteriosa. Alcanzo a ver letras recortadas de revistas. ¡Dios, no!

Comienzo a agitarme porque sospecho que se trata de una amenaza. La pregunta es, ¿por qué mi compañera está tan tranquila?

Sé que es incorrecto, que no debemos husmear en la correspondencia de los demás, pero termino por abrir bien la hoja. La leo lo más discreta posible:

 

“Última advertencia. Ija de tu puta madre, te metistes con el patrón y con el patrón no se juega, mejor sal de aki, lla sabemos todo de tu familia, deja de andar con la lengua suelta con los ministeriales o atente a las consecuensias”.

 

Un escalofrío recorre mi espalda. ¡Esas palabras amenazantes van dirigidas a ella! ¡No hay duda!

El corazón me late con fuerza y la mente se llena de temores y cuestionamientos.

Sin que me dé cuenta, Catalina se acerca por detrás.

—¿Ya la leíste? —pregunta seria.

Supongo que estoy lo bastante pasmada como para deducirlo.

Me levanto de inmediato.

Quedamos frente a frente.

—¡Te amenazaron, Cata! ¡Esto es grave! —La observo. En el fondo deseo que diga que es una broma, pero es una posibilidad remota.

—Sí, y no me importa. Conseguí información valiosa. —Una determinación feroz brilla en sus ojos—. Esta amenaza solo refuerza lo que supe. Trabajan con niños para que vendan las drogas, son sus mandaderos. Si mi hijo sigue vivo, ellos todavía lo tienen.

Niego con la cabeza.

—Esta gente no se anda con avisos falsos —intento hacerla entrar en razón.

Catalina se concentra en mí. Sus ojos desolados, parecidos a los que yo veo en el espejo cada mañana, me confirman que está convencida de seguir.

—Ellos se llevaron a mi hijo. Estoy muerta desde entonces. No me importa ya nada. Voy a buscarlo hasta en la mugre de ser necesario.

Su seguridad es envidiable. La comprendo.

—No quiero que te pase nada… —Ahogo el temor y la voz.

—Rita, ustedes me dieron el valor que necesitaba. Estate orgullosa de eso —concluye conmovida.

La comprendo. Sabe que enfrenta un peligro real, pero también sabe que su deber como madre es desenredar la desaparición de su hijo, incluso si eso significa arriesgar su propia integridad.

Catalina suspira profundo y luego vuelve a su carpeta beige.

Su determinación arde más fuerte que nunca, se nota. Seguro se alimenta por el insaciable deseo de justicia que a cada madre buscadora la embarga.

 

Para conseguir cita con uno de los mejores oncólogos del estado fue necesario esperar más o menos tres semanas, pero se logró.

Acompaño a Luis en esta que será la primera consulta. Lo acompañaré en todas las que tenga de hoy en adelante.




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