Incorrupta

XXX

NUEVE MESES Y CINCO DÍAS DESAPARECIDA.

 

Con el transcurso de los días, es mi nombre el que aparece en los periódicos, el que mencionan en los noticieros. Me llaman la “líder”, la iniciadora del movimiento de madres buscadoras, la rebelde que desafía hasta al gobierno. ¿Quién lo diría? Yo que hasta temía a las multas, pasé a ser una alborotadora.

Las otras madres aceptan esa asignación no pedida. Me respetan y tienen su fe puesta en mí. Cargo ahora con una responsabilidad todavía más grande.

Luis prepara sus maletas en la noche, está listo para irse.

Ya lo acepté, aunque voy a extrañarlo demasiado.

Pablo y yo lo llevamos al aeropuerto. Es el primer viaje largo con mi licencia nueva.

Como a veces las notas periodísticas las hacen sin permiso, decido imprimir playeras con la fotografía y el nombre de mi hija. Así, cuando me fotografíen, la cara de Abigaíl saldrá en primera plana.

Mi esposo está listo para abordar.

Nosotros aguardamos a su lado.

Ignoro el bullicio del lugar. La gente va a prisa, ensimismada, adormitada o desesperada. Nada de eso me importa, centro mi atención en Luis. Siempre detesté que nos separáramos y ahora es peor por su enfermedad. Temo que desmaye en el vuelo o pierda la memoria… José me prometió que estaría esperándolo antes de que aterrice el avión.

—Es hora. —Luis solo sonríe.

La voz de Pablo se quiebra un poco cuando le asegura que se portará bien.

Los tres nos unimos en un cálido abrazo.

—¡No olvides llamar tan pronto llegues! —le advierto llorosa.

Luis asiente.

“Última llamada para el vuelo doscientos cuarenta y seis con destino a Monterrey”, dicen en el altavoz.

Pablo se aferra a su padre por un momento más.

—Nos veremos pronto, ¿verdad? —pregunta cual niño que no quiere soltarse.

—Nos veremos pronto —le asegura amoroso.

Ojalá que así sea.

Con los ojos brillantes, Luis se dirige hacia la puerta de embarque.

Lo observamos alejarse.

Experimento un dolor que solo la promesa de un reencuentro futuro puede adormecer.

 

Me he quedado sin mi apoyo, sin mi consejero más sincero, toca arreglármelas como pueda.

Al día siguiente, es hora de volver a la rutina que las madres ya tenemos establecida.

Después de la marcha se nos unieron Malena, Luz, Leticia y Juanita. Ahora somos catorce, porque Cata sigue con nosotros.

Salimos a repartir carteles y luego tenemos planeado ir a la ferretería grande para ver si nos dan descuentos en las palas y barretas. El dinero con el que contamos es limitado. Catalina era de nuestras principales donadoras. Ella no escatimaba en gastos.

Sin el salario de Luis, tarde o temprano debo volver a trabajar, aunque le pediré al director de la escuela que me dé menos horas. No pienso abandonar al grupo.

Denisse es de las que jamás falta. Dice que trabaja de mesera por la noche, por eso tiene tiempo en las mañanas.

La conocemos poco, pero, al ser la más joven, la consideramos la “pequeñita”. Además, suele ser atenta, prepara las tortas que nos llevamos a las salidas.  Deseo de corazón que encuentre a su pequeña. Es doloroso pensar en que una bebé indefensa esté pasando penurias.

Es una lástima que Denisse no cuente con el dinero para contratar a alguien como Leonardo. Una investigación privada le serviría demasiado.

Me encuentro en el departamento de Edmundo. Él no está. Salió de viaje por su trabajo. Apenas estamos Denisse, Dolores y yo.

La carpeta de Catalina sigue aquí y decido darle una ojeada.

En realidad, no hay mucho. Sospecho que se llevó una parte a su casa, o nunca nos la compartió. Ella sabía que corría riesgo. El famoso “Marrano” es más importante y conocido de lo que imaginé.

Estamos las tres acomodadas en el sillón grande.

Dolores y Denisse comentan a mi lado sobre la marcha y de cómo nos puede favorecer. No presto atención a eso, ya lo hemos comentado antes, hasta que una frase me hace voltear a verlas:

—Fue su detective el que invitó a varias organizaciones a unirse a la marcha.

Denisse tiene su dedo levantado hacia mí.

—¡¿Leonardo?! —le pregunto impresionada.

—Sí, él fue —confirma—. Me enteré sin querer porque lo escuché llamando por teléfono.

¡Claro! ¡Debí imaginarlo! ¿Por qué no me avisó o me lo dijo después? Que sea así de reservado me lleva a creer que lo omitió porque prefiere el anonimato.

Escucho a Denisse suspirar bajito.

—Es tan atento…

—¿Te gusta el muchacho? —la cuestiona Dolores, sonriente.

Denisse baja la cabeza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.