Incorrupta

XXXII

DIEZ MESES Y SEIS DÍAS DESAPARECIDA.

 

El martes en la mañana llamo a Luis, pero Natalia me cuenta que anoche se la pasó vomitando por la quimio y lleva apenas dos horas dormido.

Es en momentos así en los que deseo poder teletransportarme y cuidar de mi esposo. Aunque solo sirva para sujetar su mano, sé que le daría aliento.

Por desgracia, es imposible. Debo tragarme la angustia y seguir mi día.

En esta semana, las madres buscadoras hallamos restos humanos en un predio ubicado al norte del estado: un cráneo y una mandíbula, además de diferentes fragmentos de huesos que no tienen forma. Elías me dice que quizá la persona fue desmembrada con una motosierra. Debe ser una muerte horrorosa si lo hicieron cuando todavía estaba vivo.

Hoy continuamos buscando por el mismo lugar por si hay más restos.

—Ayer salí con Leo —nos confiesa Denisse, mientras picamos el suelo con las barretas.

—¡¿Qué?! —exclama Susana—. ¡Cuéntanos todo!

Denisse se encoje de hombros, sonriente.

—Fue algo casual. Solo fuimos por un helado.

—¡Ay!, qué tierno es —dice Nancy, y hace un puchero.

—¡Es maravilloso! —intervengo. Lo primero que viene a mi mente es la permanencia del detective.

—Cuéntanos todos los detalles —le pide con voz picara Margarita, y le da un leve codazo—. ¡No te guardes nada!

Denisse suspira. Ha detenido su tarea con la barreta y mira hacia la nada.

—Fue maravilloso. Hablamos durante horas. Descubrimos que tenemos tantas cosas en común, desde nuestros gustos en música hasta nuestras comidas favoritas.

—¿Y qué más? ¿Te invitó a algún lugar de cinco letras?

—¡Dolores! —Mis ojos se abren más.

Pero a Dolores poco le importa mi intervención porque responde:

—Yo solo digo que no se haga del rogar si quiere atraparlo.

—Es un hombre encantador —prosigue Denisse—. Creo que podríamos tener algo especial.

Me aproximo a darle una palmada en la espalda.

—¡Estoy feliz por ti, y por él!

—¿Planean volver a salir? —quiere saber Susana.

—Pues… —Sonríe—, le platiqué que me gustaría ir a nadar, hace calor, y me dijo que iríamos este fin de semana.

—¡Genial! El lunes mismo nos das santo y seña, ¿eh?

El interés de Susana nos contagia.

Denisse asiente sonrojada.

Es una mujercita bella, hace bonita pareja con Leonardo, más que eso, siento que encajan perfecto.

—Aquí hay otro hueso —avisa Ana Laura en la distancia.

Vamos rápido a verlo.

Descubrimos que no se trata de un fragmento. La mano está completa, luego sale el brazo. ¡Este es un cuerpo completo!

No detectamos hedor. Debe llevar mucho tiempo enterrado.

Lo primero que hacemos es revisar las prendas, si las hay. En cada tela llena de tierra busco el vestido azul rey, el que llevaba puesto el último día que la vi. Esta vez son unas bermudas cafés y una playera blanca, ambas de talla extra grande. Seguro es otro hombre. Sospecho que en esta parte hay más cuerpos enterrados de lo que esperábamos.

Es hora de llamar a las autoridades, otra vez.

 

El fiscal Navarro me llama en la noche del miércoles. Quiere que nos veamos temprano.

Asisto a la fiscalía indicada a las ocho de la mañana, puntual.

Él entra al cubículo al que me hicieron pasar. Tiene una expresión endurecida.

Me encuentro de pie a un lado de la silla. Los nervios no me dejan estar tranquila.

—Señora Rita —dice el hombre—, necesito que se siente. Hay noticias importantes.

Accedo. Los dos nos acomodamos en las sillas ruidosas de metal.

—Por favor, dígame qué pasó —le pido.

El hombre entrelaza las manos sobre la mesa.

—Enrique Meléndez finalmente ha confesado.

¡Pierdo el aliento y dejo caer el cuerpo sobre la silla! Es algo que creí que no sucedería porque ninguno de los intentos anteriores rindió frutos.

—¿Qué... dijo? —tengo que saberlo, aunque me hiera—. ¿Dónde… dónde está mi hija?

Se nota que el fiscal Navarro busca las palabras adecuadas para transmitir lo que sabe. Al final, opta por acercarme un par de hojas engrapadas.

—Esta es una copia de la declaración firmada. Se la puede quedar. En resumen, Meléndez admite haber llevado a Abigaíl a una cabaña en las afueras de la ciudad, y admite que después de una semana teniéndola cautiva se la entregó a unos tratantes por diez mil pesos.

Imagino a mi Abi pasando esa tortura. Duele hasta el tuétano. ¡Diez mil miserables pesos es lo que vale la vida de mi preciosa niña!




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