ONCE MESES Y DIECISIETE DÍAS DESAPARECIDA.
Lucho por mantenerme firme, pongo todo de mí para lograrlo. Que el detective Medina no esté lo complica más. Sin que me diera cuenta, él se convirtió en mi soporte, en quien tenía puesta mi fe.
Me encuentro sola, sentada en el sofá. Pablo acaba de irse a la universidad.
Observo una fotografía de mis hijos cuando eran niños. La saqué del álbum familiar.
¿Cómo es posible que no sospecháramos que Denisse? Parecía una madre sufriendo, igual que las demás.
Edmundo dice que seguro nos buscó para engañar a las autoridades. Al meterse de buscadora, haría que quitaran los ojos de ella, y qué mejor que contar con un detective privado como pareja. Buscó cubrir sus huellas ¡usándonos! Eso sí que frustra. Pero lo que más resuena en mi cabeza es ¿por qué le arrancaría la vida a su bebé? ¿Qué daño le pudo causar una criatura inocente? ¿Cómo obtuvo el valor para hacerlo como lo hizo?... Supongo que son dudas que jamás serán resueltas. Deseo que le den una condena larga y sin posibilidad de reducirla.
Me dispongo a ducharme, cuando el timbre suena. Voy a abrir con pocas ganas de hacerlo. Seguro se trata de otro enviado del fiscal para persuadirme.
Al mover la puerta, descubro que es el cartero.
El hombre me entrega un paquete envuelto en papel manila.
Frunzo el ceño, intrigada, y vuelvo a entrar.
El paquete no pesa, es delgado y de más o menos sesenta por cuarenta centímetros.
Con manos torpes, rasgo el papel y lo arranco de un tirón.
Hay una nota pegada en la parte superior, la cual coloco sobre el comedor.
Quito la tela blanca que sigue cubriendo el contenido. Al hacerlo, se revela una pintura.
La sostengo a la altura de mi cara, la contemplo y mi respiración se detiene por un momento.
Los ojos se me llenan de lágrimas al reconocer la dulce sonrisa que tantas veces iluminó mi vida. ¡Es la imagen de mi Abi! Ahí está ella, capturada en un lienzo con trazos suaves y colores vibrantes. Mi preciosa niña ahora está inmortalizada en una pintura.
—¡Oh!, mi amor, te extraño tanto —digo con voz entrecortada.
La nota en la mesa cae al suelo.
Me apresuro a recogerla y enseguida leo las palabras escritas a mano:
“Mamá, espero que esta pintura te traiga un poco de consuelo en estos tiempos difíciles. La hice pensando en mi querida hermana. Con amor, Eduardo".
Mi hijo, tan detallista, siempre fue así, desde el preescolar. Cuando salía de clases corría a darme el dibujo que hizo. Varias veces sus profesoras reportaron su falta de concentración en clases. Es que a él le gustaba más dedicar las horas a plasmar lo que admiraba, lo que quería y lo que extrañaba.
Las lágrimas resbalan libres. Un susurro de gratitud se me escapa de los labios ante la belleza de ese regalo al que me aferro.
En el grupo de buscadoras tenemos una discusión pendiente: ¿qué pasará después de lo Denisse?
En cuanto nos encontramos un miércoles en la mañana, la abordamos.
Noto que Nancy es la más afectada. Denisse y ella compartían charlas seguidas sobre sus bebés. Confiesa que llegó a tenerla en gran estima.
Después de dos horas hablando, Leticia y Juanita deciden retirarse. Estuvieron poco tiempo y ambas prefieren ir por su lado.
Las demás seguirán, aunque Susana propone o, mejor dicho, exige que cambiemos de lugar de reunión.
No puedo estar más de acuerdo. El domicilio de Edmundo fue expuesto a nivel nacional. Prefiero que nos alejemos de él.
Por suerte, Luz, una madre que habla poco, nos ofrece un local que no usa desde hace años y que tiene un tanto abandonado. Solo debemos acondicionarlo y pagar los servicios.
Es hora de mudarnos.
Quedamos once madres, pero con eso basta para continuar.
Cada vez que veo a mi compañera Luz, recuerdo su caso, se parece tanto al mío. Casi tenemos la misma edad. María Guadalupe, su hija de quince años, desapareció en la tarde del diez de noviembre del 2001. Luz contó que aquel día su niña salió a verse con sus vecinos en el parque cercano. Desde entonces, no sabe qué le pasó. Intentaron comunicarse con sus amigos, pero ninguno de ellos la vio esa tarde en que desapareció.
Demoramos una semana completa en adaptar el nuevo lugar. Es más amplio de lo que supuse y se ubica cerca de un mercado pequeño.
Los recursos con los que contamos son limitados, así que improvisamos con cosas que tenemos en nuestras casas. Terminamos con una salita de distintos sillones, y sillas que no hacen juego. La mesa de madera que regaló Ana Laura pasa por el reemplazo de una pata. Susana y Margarita aportan con decoraciones para las paredes. Al final, quedamos satisfechas. Lo único que falta es contratar una línea telefónica porque, sin saber el motivo, el espectacular que Leonardo mandó poner ha sido pintado de blanco.