Incorrupta

XL

TRECE MESES Y SIETE DÍAS DESAPARECIDA.

Camino y camino, sin éxito. El tiempo se me agota.

Ahora estoy rodeada de imponentes colinas.

Sigo buscando, hasta que diviso a lo lejos un campo de cultivo de trigo.

«Debe haber personas por ahí», pienso, deseosa de que así sea.

Camino tambaleándome a lo largo del sendero, las piernas pesan más con cada paso.

Muero de hambre, el estómago reclama alimento.

Hago un gran esfuerzo para llegar y se sienta como un triunfo cuando me detengo. En otra situación sería un hermoso lugar, se siente una tranquilidad que solo es interrumpida por el ruido de una oveja que está igual que yo: perdida, lejos de su rebaño, asustada.

Con la vista ya más clara me doy cuenta de lo sucia que está mi ropa. Tengo que cambiarla, aunque eso no es lo primordial. ¡Ojalá tenga, al menos, donde pasar la noche!

Levanto preocupada el rostro y ¡por fin doy con una pareja de campesinos!

Creo que buscan a la oveja.

Se trata de un hombre robusto que lleva puesto un sombrero de paja y de una señora delgada de baja estatura.

Para mi buena suerte ellos me notan en la distancia.

Conduzco a la oveja conmigo y acelero el paso.

Una vez que me encuentro próxima, me percato de que están preocupados.

Enseguida la señora le da un codazo al señor.

—Ándale, ayúdala —oigo que dice.

El señor le hace caso.

¿Tan mal me veo como para que sepan que necesito auxilio sin que lo pida?

La mujer se mantiene observándonos ansiosa.

Con lágrimas en los ojos, acepto el agarre del hombre. No me queda de otra que confiar en ellos. Estoy a punto de desvanecerme, pero antes le digo:

—Fui secuestrada y me liberaron… No sé dónde estoy —sale con voz entrecortada.

¡Es todo! Se han acabado mis fuerzas. Las malpasadas y las experiencias vividas en el encierro me agotaron, y vuelve la oscuridad.

Despierto, quien sabe cuánto tiempo después, en una cama que está dentro de un cuarto de ladrillo.

El foco pende de un cable largo y se mece con el viento que hace afuera. Me sorprende que tengan electricidad.

Un niño de unos diez años vigila desde la silla de la esquina. De inmediato sale corriendo al verme consciente.

A los pocos minutos entra la mujer que antes vi, trae consigo dos quesadillas y un vaso de agua de sandía. Detrás de ella reconozco al señor robusto.

Agradecida acepto el ofrecimiento. Devoro todo, encantada de probar comida de verdad.

La señora se sienta mi lado. Me contempla mientras mastico.

—Yo soy Aura y él es Marcelo. —Apunta al hombre—. Vas a tener que pasar la noche aquí —dice amorosa—. Mañana nos encargaremos de llevarte a la capital.

Ladeo la cabeza, impresionada.

—¿Cómo sabe que soy de la capital? —la cuestiono.

La mujer voltea a ver al que, supongo, es su esposo.

—No sabe —le dice a él.

Ambos se quedan callados, mirándose.

—¿Qué? —insisto—. ¿Qué no sé?

Esta vez es el señor Marcelo el que se apresura a responder:

—Eres Rita Valdés, ¿verdad?

Asiento, confundida de que conozca mi nombre. De un momento a otro ya no me siento a salvo.

Tal vez esta gente es conocida del Chaca o del procurador, y solo fingen ser buenas personas para retenerme.

Me levanto asustada y con la vista busco la salida.

La señora Aura saca de su mandil una hoja de papel y me la entrega antes de que avance.

La extiendo veloz.

Encuentro mi cara retratada allí con la frase “se busca” junto con más información. Es una ficha como la que tanto repartí de mi hija.

—Sales en todos lados: en la radio, en los periódicos, en las noticias… Todos te buscan —asegura don Marcelo—. No somos de los malos, no te vamos a lastimar.

—Puedes bañarte, si quieres —me ofrece la señora—. Tengo ropa que seguro te queda.

Es necesario que decida si es mejor irme o quedarme.

Sea como sea, no tengo dinero ni las suficientes energías para aguantar un viaje a pie.

—¿Dónde está el baño? —pregunto resignada. Le dejaré a la suerte otra vez mi destino.

La señora Aura sonríe y apunta hacia la ventana.

Me asomo vacilante. Logro ver el reducido cuartito.

Con lo mal que huelo considero prudente asearme.

Salgo de la casita. No es tan precaria como supuse, solo está a medio construir todavía. El baño lo tienen afuera, así se acostumbra en algunas zonas rurales.

Hay un pedazo de espejo colgado dentro. Demoro un rato en ser capaz de quitarme la ropa y verme en él.




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