Incorrupta

XLIV

UN AÑO, TRES MESES Y VEINTISIETE DÍAS DESAPARECIDA.

Me encuentro en la sala de espera de la oficina del jefe de Gobierno. Fui solicitada el mismo día en que los noticieros trasmitieron mi revelación, pero me doy el lujo de tardar tres días más para atenderlo. La lista de gente que solicita hablar conmigo es larga.

Esta vez vengo sola.

El hombre me recibe con un semblante endurecido. Su mirada me indica que está furioso. No me invita a sentarme y tampoco lo hace, por el contrario, va hacia la ventana y ahí se queda, inspeccionándome de frente con una postura erguida y desafiante.

—Señora Valdés, como se imaginará, después de su numerito, recibí una llamada de arriba. —Eleva la vista—. Supongo que sabe a qué me refiero.

Demoro un segundo en responderle:

—No, no sé. Dígamelo.

Él muestra una sonrisa fría.

—Fue demasiado lejos esta vez, Rita. —Niega con la cabeza—. Exponer al procurador causó un desmadre que no podemos permitirnos. ¿Sabe lo que está haciendo?

—No estoy aquí para escuchar amenazas, señor. La gente tiene derecho a saber la verdad.

El hombre se aproxima a la mesa y golpea el borde con el puño.

—La gente tiene derecho a la verdad, sí —me rebate. Esta vez no hay maquillaje en su comportamiento—, pero también tienen derecho a un gobierno que funcione sin caos. ¿Qué piensa hacer ahora, Rita? ¿Seguirá cavando más hondo?

Aunque lo intenta, él no va a hacerme dudar.

—Tan hondo como sea necesario —le respondo firme—. Y si eso significa enfrentarme a personas poderosas, entonces lo haré.

El jefe de Gobierno da un paso más cerca, en un tono amenazante.

La distancia entre ambos es de más de dos metros, pero siento que se encuentra encima de mí.

—Tenga cuidado con lo que desea. —Me apunta—. Hay consecuencias para aquellos que se meten demasiado en los asuntos que no les conciernen. No es intocable, ya lo sabe. —Truena la boca—, y las cosas pueden volverse muy difíciles para usted si sigue con la misma actitud.

Le mantengo la mirada, eso lo irrita más.

—No me intimidan las amenazas. Si quieren silenciarme van a tener que matarme.

—Píenselo. No está considerando las repercusiones de sus actos.

El Jefe de Gobierno regresa a la ventana después de eso.

Doy la vuelta y comienzo a caminar hacia la puerta.

—Haga lo que quiera —le digo desde ahí—, pero no me detendrá.

Salgo a paso veloz de esa oficina, a la que no planeo regresar.

Por lo menos ahora sé que el presidente está al tanto de mi caso.

Tal como dijo Susana, el grupo me espera.

El parque resplandece, bañado por la luz dorada del atardecer.

En una zona tranquila, bajo un gran roble, un círculo de mujeres se reúne.

Yo era su líder, así me nombraron desde el principio, pero tuve que ausentarme. Es tiempo de volver.

Susana, Margarita, Nancy, Rocío, Alba, Dolores, Ana Laura… Hay otras que no conozco, pero ya sumamos diecinueve. Varias de ellas llegaron la semana pasada. Todas tienen una historia que contar; una historia de angustia y desesperanza.

Soy recibida con cálidos abrazos.

Susana es la primera en hablar. Ella fue la encargada de dirigirlas en mi ausencia.

—¡Rita! Estábamos preocupadas de que nos dejaras.

Niego con la cabeza. Estoy segura de que eso no pasará.

—Tuve algunas cosas importantes que atender, pero ya estoy aquí. ¿Cómo están todas?

Carla, una mujer joven, con lágrimas en los ojos dice:

—Señora Rita, ¡la admiro tanto! Yo busco a mi hermano. En mi familia no sabemos qué hacer. La última pista que tuvimos resultó falsa, y cada día que pasa es un día más sin respuestas.

—Te entiendo perfecto. —Le toco el hombro—. Pero recuerda que cada vez que perdemos la esperanza, estamos dando una victoria a quienes quieren que nos rindamos.

Escucho que Nancy suspira.

—¿Y qué vamos a hacer ahora? —quiere saber.

Me sitúo en medio y les hablo. Después del encierro soy otra. No lograron quebrarme; al contrario. Lo que se llevaron fue mi miedo.

—Debemos mantenernos unidas y seguir buscando, seguir presionando a las autoridades para que sepan que estamos preparadas para los retos que nos lancen.

—Tienes razón —me respalda Susana—. Si alguien puede guiarnos en esta tormenta, eres tú.

—Voy a ponerme al día de las rutas de búsqueda que están siguiendo. —Con la vista, doy una vuelta. Hay caras nuevas que requieren atención—. Y me informaré de los casos recién llegados. También necesitamos seguir hablando con los medios para mantener la presión.

Varias se miran entre sí. La mayoría asiente o sonríe.

El grupo se siente revitalizado.




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