Incorrupta

XLVI

UN AÑO, CUATRO MESES Y DOCE DÍAS DESAPARECIDA.

“Madres buscadoras encuentran cuatro fosas clandestinas gracias a una llamada telefónica anónimas”.

Es la nota que sale en el periódico en la cuarta página. Fue un hallazgo agotador, terrible, pero satisfactorio al mismo tiempo. Todas esperamos a que salgan los resultados forenses de los cincuenta y ocho cuerpos encontrados. Nuestros hijos pueden estar en cualquier lado.

Según lo que me reportan los amigos de Abigaíl, a Perla y a Jazmín las cambiaron de escuela. El padre de Santiago seguro tiene algo que ver. Tampoco su hijo ha sido visto en la escuela.

Un agresivo abogado me intercepta al llegar a mi casa para avisarme que les está tramitando una orden de restricción a los tres. ¡Ellos son los responsables de lo que le pasó a mi hija y ahora resulta que yo soy la que debe alejarse! Pero ni así van a hacerme desistir. Como dice Edmundo, seguiremos buscándola, y obtendremos pruebas para meterlos a donde pertenecen. Ya son mayores de edad, ya pueden ser procesados como adultos.

Si Leonardo estuviera aquí sería un gran apoyo, pero ahora ya no tengo la confianza de contratar a otro detective. Con el procurador atrás de mí, cualquiera se puede vender.

Con Elena y sus hijos como una responsabilidad, me doy a la tarea de que ellos no tengan que volver a esa terrible vida.

Nancy se ofrece a recibirlos en su casa, pero tenemos que encontrarles un lugar propio lo más pronto posible.

He vuelto a dar clases con menos horas en las mañanas, y eso me alcanza solo para cubrir mis gastos, los de Pablo y los que surgen con las búsquedas. Soy incapaz de mantener más bocas. No pienso molestar a mis hijos. Eduardo sigue en el extranjero con Roberto. Dice que se consiguió una novia gringa y ya no sabe si regresarse o no. Además, asegura que su arte es más valorada allá. José Luis y Natalia llevan el embarazo estable, pero están ahorrando por si se presenta alguna situación urgente. Sé de sobra que los hijos representan un gasto constante. Pablo sigue con Edmundo. Aunque haga sus pataletas para volver, estará con él hasta que lo consideremos prudente. Procuro dejarle su mesada más cuantiosa para que no moleste a su tío.

Por eso, y porque el grupo de madres buscadoras también lo necesita, iniciamos una campaña para que gente de buen corazón nos brinde una donación. Lo que gusten es bien recibido. Cada peso suma. Primero se pasa la voz solo entre amigos y conocidos, pero con el transcurrir de los días recibimos donaciones de negocios pequeños: tiendas de colonia, puestos de comida ambulantes, incluso las señoras de los elotes hacen una cooperación entre ellas y juntan ochocientos pesos que nos entregan de corazón. Todo avanza bien, mejor de lo que supuse, incluso una de las ferreterías más surtidas de la ciudad me contacta. Están interesados en hacernos una donación en especie. Acepto sin pensarlo.

En la tarde citada me visto mejor de lo usual y voy junto con las otras compañeras directo hacia la tienda, felices de recibir nuevas herramientas, felices porque así podremos buscar mejor a nuestros hijos. Las que tenemos son viejas y algunas dejan ampollas que tardan en sanar.

Somos recibidas por el equipo de empleados. El gerente es un hombre moreno de mediana edad que porta un traje sastre gris. Son cordiales con nosotras. Dos de los empleados llegan a la recepción cargando cuatro pesadas cajas. Dicen que están llenas de herramientas.

Nos acercamos a ellas con los rostros iluminados.

—Sabemos cuánto esfuerzo ponen en la búsqueda de sus seres queridos —nos dice el gerente de la ferretería—, por eso decidimos contribuir. Esperamos que esto les ayude en su honorable misión.

En el borde de uno de sus ojos marrones detecto una lágrima que se aferra a quedarse.

Mientras los empleados muestran impetuosos las herramientas, me conmuevo al volver a confirmar que existen personas alejadas de nuestro “problema”, pero que están dispuestas a darnos la mano.

Al día siguiente, el periódico local publica una nota en primera plana con una fotografía de nuestro grupo recibiendo la donación. En el titular se lee: “Las Madres Buscadoras Reciben Apoyo de la Comunidad: Generosa Donación de Ferretería Ventura”.

Sonrío al leer aquello. La comunidad empieza a darse cuenta de que también les puede pasar, o ya les pasó y no les hicieron justicia.

Apenas regreso de trabajar, escucho que el teléfono de la casa suena. Me apresuro a responder. Es el coordinador de una estación de radio que se identifica como Víctor Castro, y me dice:

—Nos gustaría entrevistar a las madres buscadoras para que nos cuenten sobre la solicitud de donaciones y sobre sus búsquedas. La historia ha tocado a muchas personas.

Acepto porque sé que esta es una oportunidad para atraer más atención. Tengo que asegurarme de que Elena estará estable no solo en el presente, sino a futuro. Todavía falta encontrar a la otra hermana. Elena dice que lo último que supo es que se hizo novia de un integrante de la Familia Michoacana[1]. Edmundo seguirá tratando de dar con ella, teniendo cuidado de no inmiscuirse con esa gente peligrosa.

Acuerdo que iremos hoy mismo a las ocho de la noche a la estación de radio.

Me invade un cansancio extraño, y decido descansar un rato en la sala antes de prepararme. Prendo la televisión. A las cuatro de la tarde hay un noticiero, así que decido verlo como suelo hacer cada que tengo la oportunidad.




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