Incorrupta

XLVII

UN AÑO, CINCO MESES Y DIECINUEVE DÍAS DESAPARECIDA.

Resulta que Santiago, Sherlyn y Perla ya no viven en la ciudad, con todo y sus familias. ¡Fueron capaces de irse en lugar de decir la verdad!

¿Por qué eso las autoridades no lo toman en cuenta?

A diario hago teorías sobre lo que pudo ocurrir. Quizá discutieron por los asuntos del noviazgo con Santiago y mi hija se cayó sin querer. Quizá se infartó. Quizá alguien la atropelló y ellos estaban ahí… Se me ocurren tantas cosas. Pero lo que no se me ocurre es dónde está, si sigue viva o si falleció.

Lo que supe de Pablo fue que su tío lo volvió a aceptar en su casa. Edmundo desconoce por qué lo corrí, de ser así estoy casi segura que haría lo mismo. Si Luis viviera se sentiría igual que yo al saber que su hijo es un desviado, un degenerado, un falto de respeto. Se atrevió a hacer sus porquerías en nuestra casa. No pienso volver a hablarle hasta que acepte ir a un curso de la iglesia. Allí curaron al hijo de doña Imelda. Salió con su chiste de que era puto, pero con el curso se le pasó esa etapa. Hoy está casado con dos hermosos hijos.

Elena se encuentra bien. Ha aprendido a hacer pan, y junto con Paloma montaron una pequeña panadería. Ahora vive en un departamento pequeño con sus hijos. La veo feliz de que poco a poco se ha ido comprando sus pertenencias. Tiene grandes ganas de salir de delante y alejarse de la vida que tuvo. Fue afortunada de que el hombre con el que salía ya se consiguió otra mujer.

Una noche me despierta la ruidosa llamada de Ramón Orozco. Tiene la primicia de que al día siguiente saldrá un bombardeo de ataques en nuestra contra. Le agradezco tanto esa lealtad incomprensible para mí.

Aunque sea de madrugada, junto con las otras madres nos podemos de acuerdo para manifestarnos ante las calumnias que van a lanzarnos.

Tratamos de pasar la voz lo más que se pueda.

Desde las siete de la mañana la plaza de la ciudad está adornada con carteles de colores que dicen “Justicia para nuestros hijos” y “No más mentiras”. Es sábado, así que no fue necesario faltar al trabajo.

Estoy en el centro con las compañeras, sus familias y conocidos que pudieron venir.

Tal como Ramón dijo, los recientes artículos de prensa van directos y venenosos hacia nosotras. Nos acusan de quedarnos con las donaciones para usos personales. Hasta a Susana la señalan de comprarse un coche, cuando fue mi hermano el que se lo regaló.

Tengo el megáfono en la mano y comienzo con la voz firme hacia la gente que se va reuniendo:

—¡Hoy marchamos por la verdad! No solo por nuestras hijas, sino también para demostrar que no vamos a permitir que nos difamen. —Levanto las hojas engrapadas que tengo—. Aquí está la lista detallada de todas, absolutamente todas, las donaciones que hemos recibido.

—¡Nadie va a callarnos! —grita Susana, enfurecida.

—¡Los rumores que hoy salieron son solo intentos de destruirnos! —añado.

Mientras crece la multitud, un grupo de jóvenes se acerca con pancartas. Uno de los muchachos se adelanta.

—Gracias a ustedes logramos encontrar a mi hermana menor —nos dice, viéndonos de frente—. La dejaron en una fosa que descubrieron. ¡Nunca lo vamos a olvidar! Nos consta que trabajan sin interés.

Me invaden las ganas de llorar. Ese muchacho valiente no debe tener más de quince años. Si su hermana era menor, se trataba de una niña.

Levanto una pancarta que dice “Solidaridad y verdad” y me dirijo otra vez a la gente curiosa.

—La prensa podrá mentir, pero nuestra lucha es real. ¡Hoy nos presentamos aquí, ¡damos la cara!, para mostrar que somos fuertes y transparentes! Este no es solo un ataque contra nosotras; es un ataque contra todas las madres que luchan por encontrar a sus hijos. ¡Exigimos que se retracten!

La gente responde con vítores. Solo veo rostros de apoyo.

Hay transeúntes que se detienen, algunos se unen, y caminan sin dejar de escucharnos.

—¡Justicia! —grito al megáfono.

¡Justicia! —grita la multitud al unísono.

Experimento una oleada de emoción, y me doy cuenta de los alcances de una lucha que inició desde la desesperación.

—Juntas seremos la voz silenciada de nuestros hijos. ¡No más mentiras! ¡No más encubrir criminales! ¡No más robarnos nuestra paz!

No dudo, no temo. Sé que, con el apoyo de la comunidad, nada podrá detenernos.

Uno de los conocidos de Edmundo, del cual no pregunté ni el nombre, le avisó que ya tiene información de Ana María, la otra hermana del Rocky. Sí sigue en Michoacán, pero las noticias son desalentadoras.

Ana María se enredó con un sicario y, según lo que cuenta el amigo de Edmundo, no es un simple repartidor.

Mi hermano me pide alejarme, dejar las cosas así, pero la promesa que hice pesa más.

Hoy fui a ver a Elena para contarle. Ella misma quiere ir a ver a su hermana, y quiere hacerlo sola. Primero insisto en acompañarla, pero Elena conoce bien los bajos mundos y prefiere que la espere a que regrese. Las historias que escuchó tiempo atrás sobre la vida de Ana María no fueron buenas.




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