CUATRO AÑOS, UN MES Y DOS DÍAS DESAPARECIDA.
Después de la repentina ausencia del procurador y de la falsa resolución que se atrevió a compartir en público, el caso de mi hija queda en el olvido; al menos del lado del gobierno, porque yo no me detengo ni un solo día.
Gracias a las dichosas redes sociales, Roberto hace una página con la información de su hermana, y se encarga de publicarla seguido.
Tengo ya cinco nietos. Roberto fue papá, para sorpresa de todos. Acaba de nacer hace dos meses el tercer hijo de Eduardo. La primera vez tuvieron gemelos. Todos varones. Él me cuenta por teléfono que todavía quieren a la niña, así como nos pasó a Luis y a mí. Quien diría que nos la iban a arrancar de las manos. A nuestra hija más buscada y deseada. Si Abi sigue viva, tiene ya veintiún años, casi veintidós. Por ratos imagino cómo cambió su carita, si embarneció o sigue igual de delgada, si su voz se hizo más grave… Cómo tendrá su cabello. Una parte de mí sigue y seguirá pensando que lo voy a poder averiguar.
También tengo dos ahijados, los hijos más chicos de Elena. Ya tiene un local establecido y se casó con un buen hombre. De la mujer azotada que conocí no queda nada.
Por el contrario, Susana no es la misma desde que encontró a su hijo como no quiere nadie. Con el paso del tiempo se consume poco a poco, parece que envejece más de lo normal. Sé que ella trata de estar bien, pero por momentos se pierde en sus propios pensamientos. Se pregunta dónde debe poner todo el dolor que carga. No sé ni qué responderle. Dejó de acompañarnos a las búsquedas, y la entiendo. Significaría revivir una y otra vez el hallazgo de su hijo.
En este año encontramos a dos desaparecidos de nuestro grupo: una jovencita de quince años rescatada viva. Fue víctima de trata de blancas. Es hija de Olga, una de las madres que vino a nosotras en el 2009. El segundo fue un muchacho. Por desgracia, tuvo la misma suerte que muchos de los cuerpos con los que damos. Era el nieto de doña Olegaria. Ni siquiera tenía dinero para el funeral, pero nos cooperamos entre todas para que pudiera darle la debida sepultura.
El psíquico Gaspar nos acompaña cada vez que puede. Ahora le creemos, le creemos de verdad. Su osadía se repitió cuando, con ayuda de una simple vela y un plato, ubicó dos cuerpos dentro de una presa: dos inocentes niños de los que abusaron y los tiraron allí sin cuidado alguno.
Hoy viajamos diez de nosotras a los límites con Morelos. Hallaron unos restos y queremos revisar que no hallan más en los alrededores. Por suerte, ahora contamos con la comunicación desinteresada del agente policial Silvestre Rosales. Él sufrió en carne propia la angustia de la desaparición forzada de su esposa como un método de intimidación del crimen organizado. Logró encontrarla viva, y desde entonces decidió ser un informante activo y un brazo derecho para el colectivo. No es Leonardo, pero la complicidad con él funciona a su manera.
La brisa fría acaricia la piel. Los altos árboles nos rodean.
Rocío está sentada en un banco plegable de los que llevamos. Es nuestro descanso luego de dos horas de trabajo. Frente a ella, Nancy la inspecciona mientras bebe un refresco de cola.
—Roci, te veo rara. ¿Qué pasó? —pregunta Nancy, amorosa.
Rocío suspira. Sus ojos se llenan de lágrimas enseguida. Habla viendo hacia la nada:
Presto atención a su interacción sin intervenir.
—He buscado tanto a mi hijo. No ha sido fácil. Lo busqué en cada rincón, cada lugar donde acostumbraba ir … —la voz de Roci tiembla—. Visité lugares espantosos, hablé con tantas personas, cavé en el mismito infierno —de pronto suena molesta.
Nancy se le acerca y pone una mano en su hombro.
—Eres valiente y fuerte. Te admiro.
Rocío baja la mirada y al mismo tiempo pica la tierra con un palo de madera.
—Antier fui a la morgue otra vez. No sé por qué, pero sentí que debía hacerlo. Ya había estado allí antes, más de una vez.
Las demás nos callamos, impacientes.
—¿Cómo te fue? —Nancy contiene la respiración.
—Lo encontré. —Las palabras salieron como un susurro, llenas de dolor, de rabia, de frustración—. ¡Tres años y nueve meses, Nancy, tres años y nueve meses, y siempre estuvo ahí!
¡No puedo creer lo que dice! ¿Cómo pudo pasar un descuido semejante!
Las lágrimas comienzan a deslizarse por las mejillas de Rocío.
Nancy la abraza con fuerza.
—Lo siento tanto. No hay palabras que puedan aliviarte.
—No hay palabras —responde Rocío—. No hay un responsable. Dicen que fue un error en la autopsia. Le pusieron que era un hombre de treinta y cinco años, por eso nunca me loe enseñaron. —Coloca el puño sobre el pecho—. Ahora tengo un vacío que no se llena. Y me pregunto ¡¿cómo pude estar tan cerca de mi hijo y no saberlo?!
Nancy le aprieta la mano.
—¿Y ahora? ¿Qué va a pasar?
Rocío se seca las lágrimas. Mira al horizonte como si buscara respuestas en el cielo.
—Lo mandaron a la fosa común. Pedí su exhumación, pero el proceso está sujeto a sus chingados protocolos. —Se mofa—: ¡Bola de inútiles!