Siento un temblor en la barbilla, este corre lento, cruza el pecho, me da una buena sacudida, y se instala en el vientre. Ahí permanece, desgarrador, sofocante.
En lugar de abrir la puerta y salir a su encuentro, mi primera reacción es ir a la habitación de Abigaíl. Trece años intacta. La cerré y no dejé que nadie moviera nada.
Voy por la llave, la meto en la perilla y giro.
Me recibe una bocanada de polvo. Huele a humedad. Pero nada ha cambiado desde que se fue.
Permanezco en el marco, contemplo cada cosa de mi hija.
Busco encontrar de nuevo su aroma, escuchar su risa en los pasillos, sus pisadas cuando corría detrás de su hermano, su música a todo volumen, sus largas horas en la cocina.
¡La busqué tanto! Siempre creí que volvería a tener su ruido, su vibra, sus bruscas caricias cuando se emocionaba.
Vuelvo a la planta baja.
El detective sigue sin tocar.
Le voy a hacer más sencilla la tarea.
Salgo a paso temeroso, pero convencida de avanzar.
Lo encuentro enfrente. Me reconoce enseguida.
Quedamos cara a cara.
Ha madurado su físico, luce bien todavía. Fueron varios años de distanciamiento.
Leonardo asiente porque sé que lee la pregunta en mi expresión.
Lo que sospeché. ¡La encontró! ¡Encontró a mi hija!
Él cruza la calle y me alcanza en la acera.
—¿Muerta? —pregunto sin siquiera saludarlo.
Las lágrimas esperan a desbordarse.
El mundo se siente como un tren descarrilado que me tiene atrapada.
—Lo siento tanto —responde franco.
Cierro los ojos. Al fin comprendo el alivio que las compañeras que encontraron a sus hijos fallecidos describían. Te rompe toda, pero al mismo tiempo alivia.
—¡Trece años, detective, ¡trece!
—Sé que lo último que quería era encontrarla así.
—¿Dónde está? ¿Por qué Elías no me avisó?
—La está esperando. —Señala su coche.
En ese momento lo abrazo. Él nunca dejó de buscarla.
—Gracias —le susurro.
Leonardo espera para continuar. Todavía falta que me cuente cómo dio con ella.
—Hay algo importante que debe saber.
—Son solo huesos, ¿verdad? —le pregunto casi confirmándolo.
Él demora en responder:
—La palabra incorrupto tiene varios significados, como, por ejemplo: es alguien que se mantiene íntegro, como usted. —Hace una pausa, parece que busca la mejor forma de proseguir—: Y también es el nombre que se le da a un fenómeno en extremo extraño.
—¿Qué? —Ladeo la cabeza—. No… no entiendo.
—Venga conmigo y se lo mostraré.
De pronto se nubla. Corre una brisa fresca inesperada.
Vamos hasta donde trabaja Elías.
El detective permanece a mi lado desde que llegamos.
Yo respiro hondo. ¡Esta vez es real, es mi hija la que tienen adentro!
—Señora Valdés, comprendo que esto no es fácil… pero debe verlo.
Le asiento. Nada va a impedir que entre.
La recepcionista ya me conoce y enseguida llama a Elías.
Él sale, pero tiene una cara de susto que me preocupa más.
—¿Por qué no me avisaste? —lo cuestiono molesta en cuanto lo veo.
—¿Ya te explicó? —me pregunta, apuntando con el mentón hacia Leonardo.
Pero no sé qué hay que explicarme.
—Prefiero que lo vea por sí misma —interviene el detective.
—Pasen —pide Elías.
Nos entrega el cubrebocas y vamos detrás de él.
—Edmundo ya sabe, le acabo de llamar —comenta Elías en el trayecto—. Dice que viene para acá. Él les dirá a tus hijos.
Lo que sigue sucede veloz. He visto esto varias veces.
En cuanto menos lo pienso, se levanta la tela.
Contengo la respiración.
¡Debajo de esa manta blanca yace el cuerpo de Abigaíl inexplicablemente intacto!, casi como si el tiempo no la hubiera tocado. Los cabellos oscuros, los ojos cerrados, la piel de un tono que no parece real…
—Está incorrupta —afirma Leonardo con un tono bajo y respetuoso—. Se mantuvo así por trece años. Debe saber, señora Valdés, que falleció el mismo día en que desapareció.
La confusión me emboba. ¡¿Qué significa lo que dice?!
—No hay signos de descomposición —interviene Elías. Suena impresionado—, aunque ha pasado más de una década. Y no la embalsamaron. Es la primera vez que veo algo así.
Mi respiración se entrecorta. Fijo los ojos en Abi. Lo único que me interesa es que la tengo de regreso.