Eiren:
Jarel tiene la habilidad de seducir a una persona en cuestión de segundos. Es imposible no descarriarse ante la intensidad de sus ojos.
La manera en la que ladea su rostro como si buscara hasta mi más profundo secreto me mantiene acoplada a cada uno de sus movimientos. El me cautiva, me trae fascinada ante su incomprensible forma de ser y supongo que esa es la respuesta del por qué no pasó ni un minuto más para que nuestros labios se unieran en una danza interminable.
Su boca se mueve firme ante la mía, imponente y con un toque de suavidad. Es como si tratara de poseerme con dicho gesto. Intento seguirle el ritmo, procuro no ejercer un tropiezo y dañar este momento. Las sensaciones me abarcan, me sofocan de una manera exquisita y refrescante, me hacen ver las estrellas y viajar hasta tocar las nubes con la palma de mis manos.
Jadeo y no puedo evitar que esas pequeñas respiraciones salgan entrecortadamente. Jarel acuna mi rostro y separa su cara a un centímetro de la mía. Su mirada esta fija en mis labios, examina como lucen entreabiertos y rojizos, anhelantes a que vuelva a posar su boca sobre ellos. Cierro los ojos por unos segundos y me dejo llevar por la ocasión. En mi vida había presenciado aquel vaivén de emociones que tratan de trastornarme, enloquecerme.
Pestañeo y me ahogo en el color grisáceo de sus magníficos e intrigantes ojos. Aquella aura, aquel ambiente que se torna pesado y renegrido cuando el menor de los Edín hace acto de presencia yace ahí, palpable de un modo inimaginable. Siento como si fuera fuego puro el trazo que deja Jarel al deslizar su pulgar sobre mi mejilla con continuidad.
Tomo la iniciativa y rozo nuestros labios antes de alejarlos levemente. Frunce el ceño con disgusto y toma la parte de atrás de mi cabeza para estampar nuestras bocas en un beso extasiado. Muerde con suavidad mi labio inferior y prosigue con nuestro deleite. La velocidad de nuestras acciones se ralentizan y la sensación que aquello produce me deja al borde de la locura. Su lengua, con cautela, delinea uno de mis labios para proceder a introducirse en mi cavidad bucal.
Y de nuevo aquella presión en mi pecho, aquel efecto abrumador capaz de arrebatarme el aliento está expectante. De a poco voy despertando del mundo de puras maravillas en el que me ubicaba. El adormecimiento me ataca. La pesadez en mi cuerpo se acentúa con fiereza y el terror yace asomado a punto de hacerse sentir en todo su esplendor.
Intento calmarme, mantener mi corazón relajado porque yo permití que esto pasara. Puede resultar muy doloroso en el proceso pero luego, es felicidad pura, es una tranquilidad inigualable que se apodera de mi cuerpo. Sin embargo, está siendo más doloroso que la primera vez. En este instante, lo que menos pienso es en el beso de Jarel. Todo el ímpetu que poseo se está escabullendo y la vitalidad que resguardaba se está tambaleando significativamente.
Mis ojos se colman de lágrimas y ellas se deslizan por mis pómulos con prisa. Mi cuerpo quema, mi cabeza duele horriblemente y gracias a esto caigo en cuenta que esta no fue la decisión más prudente que pude haber tomado, siquiera sé que conlleva este acto. Poso las manos en su pecho y agrupo las pocas fuerzas que me quedan para apartarlo, pero la fortaleza que tenía se desvaneció.
Me asusto, me aterro internamente porque a mi parecer, Jarel no le importa ni lo más mínimo mi desconsuelo. Es como si la persona que pareció ser hace unas horas nunca hubiera existido, como si todo fuera fingido.
Él se aleja abruptamente y es increíble cómo me tambaleo hacia atrás, ocasionando que mi espalda se golpee con la puerta de copiloto. Sus ojos, los cuales eran grises, pasaron a ser de un negro estremecedor. Con esa mirada parece el diablo personificado, un monstruo. No se inmuta por mis lágrimas, no se mueve ni mucho menos habla. Solo observa lo que hizo, el dolor por el que me hizo pasar. La comisura derecha de su boca se eleva mientras sus ojos se achican.
Respingo del susto y con eso reúno el vigor suficiente para abrir la puerta y bajarme a tropiezos, casi cayéndome por lo charcos de agua generados por la lluvia que no quiere parar su curso.
¿Qué he hecho?
Me recompongo apresurada, empapándome hasta los zapatos y con un manojo de nervios atravesando mi alma. Jarel sale del vehículo y con las manos vueltas puños se acerca hacia mí.
—me lo agradecerás —dice con la voz ronca. Quedo cabizbaja, no quiero verle la cara porque sollozaré al ver lo cínica que luce.
—Tú mismo viste que quería detenerme —balbuceo.
—sabías muy bien lo que iba a pasar, no lo hice sin tu permiso. —Me toma por los hombros y me da una leve sacudida —Eiren, mírame. —Niego con la cabeza. Retira una de sus manos de mi hombro para agarrar mi barbilla y elevarla para que lo observe fijamente. Agradezco en silencio que el gris de su iris haya vuelto — ¿no lo sientes? —Cuestiona y lo diviso confundida —cálmate y sentirás esa paz que tanto deseas. No te hice daño ¿no confías en mí? —Sonríe y no sé qué significado darle a ese gesto.
— ¿Por qué duele tanto? —pregunto con dificultad ya que las gotas heladas que caen sobre nosotros se adentran en mis ojos.
—Esos dolores que te atormentan se agrupan para poder salir y mientras más fuertes sean, más doloroso será todo.
—no lo entiendo ¿salen? Es decir ¿ya no vuelven? —Frunzo el ceño —No lo creo, la otra vez luego de un día que pasé serena todo volvió y peor.
—es lógico, cada día de tu vida atraviesas momentos que te dejan una marca y generan lamentos. Posteriormente, recuerdas lo sucedido en el pasado y el dolor que sentiste en dicho instante. —Quedo cabizbaja porque internamente tengo la culpa de que esos recuerdos me torturen diariamente, yo soy la masoquista.
Suspiro entrecortadamente, destensando mis hombros. Me hago a un lado para encaminarme hacia la acera y emprender rumbo hacia mi hogar.
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Editado: 12.03.2021