Eiren:
Hoy estoy completamente decidida de algo y aunque me cueste admitirlo sé que es lo correcto. Tengo que alejarme de Jarel. Lo de anoche fue la gota que rebosó el vaso. Comprendí que desde que lo vi por primera vez mi vida se ha estado convirtiendo en un suplicio y eso no me hace bien.
Me molesta. Me enfado conmigo misma porque al pensar todo esto, pareciera que mi conciencia estuviera burlándose de mí, como si supiera que por más que lo intente, el chico de ojos enigmáticos jamás saldrá de mi mente porque vino para quedarse. ¿Por qué todo tiene que complicarse?
Diviso el reloj que se halla en una de mis mesas de noches y caigo en cuenta que me paré muy temprano, por lo que me da tiempo de ir a casa de Leia antes de que tenga que entrar a la primera clase que me corresponde. Me veo en el espejo y aliso con mis manos la falda del vestido azulado que cargo puesto. Camino hacia el closet y de uno de los cajones rebusco unas sandalias sencillas para colocármelas.
Suspiro cuando ya estoy lista. Sonrío levemente porque fue un buen despertar. Dormí toda la noche sin problemas y pesadillas. Después de tanto tiempo no tengo aquellas ojeras violáceas enmarcando mi semblante. Después de todo, apartando el dolor que sentí en el proceso, fue una buena elección permitir que Jarel hiciera lo que hizo.
Tomo la mochila con todos mis cuadernos dentro y desconecto mi teléfono celular del cargador. Salgo de mi habitación y bajo hacia la sala. Avanzo hacia la cocina y me detengo al ver como mi padre se ubica sentado sobre el mueble de dos piezas. Frunzo el ceño al ver como esconde su rostro con sus manos. Luce frustrado, arrepentido y endeble.
— ¿Estás bien? —le pregunto sin poder evitarlo.
Se sobresalta al oírme y aleja las manos de su cara con apuro. Me decaigo al ver sus ojos rojizos y cristalinos, aparte, un rastro de lágrimas se localiza en sus pómulos.
—Eiren —dice con cierto alarmo —buenos días —comenta tras suspirar —me asustaste. —Sus luceros azul cielo se achican al sonreír tímidamente.
—Pensé que estabas trabajando —manifiesto con desconcierto.
—hoy tengo el día libre y tu mamá tuvo que salir a trabajar más temprano, se llevó a Elea consigo —explica con detenimiento. Quedo en silencio un par de minutos. Solo lo observo, preguntándome cómo pudo haber lastimado físicamente a Elissa, cómo tiene la osadía de serle infiel y aun así verle la cara con descaro. Estoy segura de que, si no fuera por esta sensación tranquilizadora que tengo en mi alma, estuviera a punto de desfallecer por la cantidad de sentimientos negativos que contuviera — ¿vas a la universidad tan temprano? —interroga, haciéndose a un lado en el mueble.
—tengo que ir a ver a Leia antes de entrar a clases —le informo un poco inquieta.
— ¿quieres que te lleve? —pregunta, pasando el dorso de su mano derecha sobre sus mejillas para retirar las gotas saladas que tenía almacenadas.
—Uhm —vacilo antes de responder —si quieres.
Asiente con entusiasmo y se levanta para buscar las llaves de su auto. Mientras él se dirige a prender el vehículo yo me aproximo a la cocina para tomar dos manzanas y la taza que mi mamá me deja en el microondas con el almuerzo. Guardo una de las frutas y el envase en el bolso. Le doy un mordisco a mi desayuno y salgo apresurada de la casa ya que escuché como Abraham tocó el claxon dos veces.
Cierro la puerta principal con llave y me introduzco en el carro. Me abrocho el cinturón y acomodo el morral sobre mi regazo. El ambiente amaneció tan nublado gracias a la lluvia de anoche que no hace falta que se suban los vidrios y se prenda el aire acondicionado para refrescarnos.
Mastico lentamente a la vez que de reojo oteo como Abraham está concentrado en la avenida que se nos presenta. Tengo curiosidad del por qué se deben sus lágrimas y la manera tan angustiada en la que se veía.
— ¿Por qué llorabas? —cuestiono en un hilo de voz.
Es impresionante pero cada vez que lo veo la imagen de mi mamá con morados en su semblante aparece en mi mente, a su vez, rememoro aquel día en el que estaba en la heladería y lo vi efusivo mientras le entregaba un ramo de rosas a la mujer que se hallaba sentada en el asiento de copiloto de su auto.
Despega la vista de la calle por la que transitamos para verme unos segundos. Se remueve en su asiento y visualizo como decae sin inmutarse a mi presencia.
—siento que estoy perdiendo mi hogar —declara, dejándome pasmada. Alzo las cejas ante el impacto que fue para mí escucharlo decir algo tan relevante y directo como eso. Pensé que iba a mentirme —y todo por mi culpa. Solo fíjate, tú quien eras la que más me hablaba en casa solo tratas de evitarme. Pareciera que fuera una carga en el hogar.
— ¿Cómo quieres que hable contigo si nunca estás? —me defiendo.
Me sorprendo ante mi arrebato y el desdén con el que ejercí aquella cuestión. Nuevamente, sé que si lo de ayer por la noche no hubiese sucedido no tuviera el ímpetu de siquiera replicarle.
—hija, tengo que trabajar el doble. Muchas plantas de la compañía en la que estoy están cerrando y temo que si cierran en la que pertenezco o reducen el personal, no tenga dinero para aguantar los gastos en casa mientras busco otro empleo. Aparte, el dinero de los abuelos se está volviendo escaso, no podemos darnos el lujo de quedar en cero.
Analizo lo que me acaba de informar ¿será verdad lo que dice? Porque estoy a punto de creérmelo. La forma tan sincera con la que habló ocasiona que el rastro de molestia que siento hacia el comience a desvanecerse.
—igualmente. Entonces deberías aprovechar el tiempo que tienes libre y no discutiendo con mamá. Mucho menos estar las… —Me quedo callada cuando estaba a punto de terminar la oración, supongo que es a causa de la intensa mirada que me dirigió al comenzar a hablar.
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Editado: 12.03.2021