Eiren:
Arrugo el entrecejo y lo miro desconcertada. ¿Qué significa lo que acaba de decir? ¿Por qué después de todo mi corazón dio un vuelco al escucharlo? No comprendo por qué después del sedante que llevo en mi alma, mi pecho no se cansa de retener aquellos desbocados latidos que pretenden enloquecerme.
— ¿Qué? —pronuncio con un débil tono de voz. Me atisba significativamente y me pierdo por décima vez en sus ojos grisáceos. Sus labios, lo cuales lucen rojizos y húmedos, se fruncen con disgusto.
—no puedo Eiren. Aunque quiero dejarte en paz, tranquila, no puedo —responde, acentuando con pesar las últimas dos palabras. Siento que detrás de su contestación hay algo oculto, una respuesta más concreta.
—pero yo tampoco puedo seguir con estas preguntas en mi mente. Voy a enloquecer si continúo de este modo y eso a ti, no te importa —contesto con desdén.
—No quiero dañarte —musita, dejando el borrador sobre la mesa y juntando sus manos para mantener la compostura.
—ya lo estás haciendo. —Tomo el lápiz fuertemente y me entretengo terminando de copiar los ejercicios para proseguir a realizarlos. Jarel me arrebata el material de las manos y toma la hoja de examen para hacer los problemas.
¿Qué rondará por su mente? ¿Qué será él?
—voy a contestar tus preguntas. Supongo que te las mereces —anuncia, tomándome desprevenida.
—Eso me dijiste la última vez y me dejaste más confundida —le recuerdo.
—en todo este tiempo que llevas viéndome, me sorprende que te esperes siempre lo mejor de mí. Era de suponer que esa noche no te contestaría las dudas como querías —explica con cierta jocosidad en su tono. Apoyo el codo sobre la mesa y dejo reposar la cabeza sobre mi mano derecha.
—Eres indescifrable —expreso de la nada —cuando dices algo prudente, tus expresiones son contradictorias. Sinceramente, sirves para enloquecer a cualquiera.
Jarel deja el lápiz sobre el papel para tomarse el tiempo de escanearme el rostro con una sonrisa que deja a ver sus blanquecinos dientes. Suspiro inevitablemente porque aquel gesto es uno de los más bellos que he visto en todo lo que llevo viviendo. Su risa es tan genuina que siento una leve presión en el pecho que intenta trastornarme y sé que si no fuera por aquel bálsamo, actualmente fuera una gelatina temblorosa bajo su mirar. Él es intenso hasta en las cosas más mínimas. Extrañamente, su sonrisa se agranda por lo que sus ojos logran achicarse y sus diminutas pecas relucir de sobremanera en su pálida piel.
— ¿te digo un pequeño dato acerca de mí? —pregunta, aproximándose a mi rostro, pronunciándolo casi sobre mis labios. Asiento casi en las nubes y siento como la piel de su boca se desliza por mi mejilla hasta posarse por encima del lóbulo de mi oreja —me encanta saber lo que piensas —articula, dejándome estática en mi puesto. Jarel se aleja y vuelve a su posición inicial, disfrutando atentamente como mí rostro se torna rojizo y mis ojos se abren a más no poder.
Intento pronunciar una oración pero las palabras se traban, no encuentran una manera de salir con fluidez por la rigidez que me dejó al escucharlo. Esto no puede ser cierto. Simplemente es una mentira como las que siempre suele decirme. Seguramente solo me quiere ver el papel de tonta al creerle algo tan inusitado como esto. Es inefable. Estúpido. No puedo caer en sus falsedades como siempre.
— ¿Por qué te mentiría? Si sabes lo honesto que soy ante todo. Y no, no es estúpido ¿Por qué lo sería? —La sonrisa ladeada en sus labios me desagrada, por un instante, me provoca borrársela de un solo golpe porque siento que se está burlando de lo ingenua que soy.
El calor no baja de mis pómulos, más bien, asciende. Recuerdo cada cosa que he pensado en su presencia y siquiera el sedante que cargo puede evitar que la humillación no busque una manera de resurgir de mi cuerpo. No puedo creerlo. Qué vergüenza. Puedo jurar que mis ojos se humedecen ante tal congoja. No puedo evitar levantarme de mi asiento y salir del salón de clases sin inmutarme por los fuertes llamados de la profesora Lewis.
Aquel calmante parece que desaparece y casi pierdo el juicio por ello. Es como si estuviera tambaleándome en una cuerda floja, como si la balanza estuviera en un subir y bajar constante. Me siento inestable. Mi corazón se oprime en mi pecho y me hace doler. Me quejo porque había idealizado que aquella sensación somnífera iba a permanecer por más tiempo.
Pero no fue así.
Las lágrimas se acumulan en mis ojos y tengo que tallar mis parpados para hacerlas desaparecer. Deambulo por el pasillo para dirigirme hacia el baño y en el transcurso no puedo dejar de pensar en una sola cosa: Jarel me conoce más que nadie, sabe hasta la cosa que más me perturba en este mundo. Él comprende absolutamente todo porque ha estado ahí en los momentos que estoy a punto de desmoronarme. Me siento humillada. Decepcionada. Seguramente jugó conmigo cuando yo estaba pasando por los segundos más desgarradores de mi vida.
Escucho unas pisadas apresuradas en mis espaldas. Volteo con rapidez y veo al protagonista de mi calvario caminar con apuro hacia mí.
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Editado: 12.03.2021