Eiren:
Al llegar a casa sentí que todo lo vivido hace unas horas había sido parte de un cuento de fantasía. Las cosas transcurrieron casi perfectas para lo que usualmente acostumbro y eso me dejó descolocada. Aparte, sucedió tal cual me comentó Jarel... Entré a mi casa sintiéndome estable, tranquila a comparación de cómo estaba ayer.
Cuando el chico de ojos grisáceos me dejó a una cuadra antes, comencé a presenciar aquella intranquilidad e inquietud que normalmente me abarcan. Con tan solo el hecho de ver a mamá y pensar en lo que intentó hacer, millones de sentimientos y sensaciones me sobrepasaron. Recuerdo como si hubiese pasado hace segundos, la manera en la que tomó mi mano con la suya para que dejara de juguetear con mis dedos. El me divisó fijamente con una intensidad inigualable y pronunció con lentitud:
—agradece que sin importar las circunstancias, tienes a tu mamá viva, que es lo que en fin y al cabo importa. No le des tantas vueltas a lo que hizo, estarías martirizándote para nada. Solo busca ayudarla, pero primero date una mano a ti.
Y tras terminar su argumento, besó mi mejilla y acentuó el estado de parálisis en el que me encontraba. Tuvo que acordarme que tenía que ir a casa para que reaccionara y me bajara de su auto con mil y un titubeos. Mis piernas en ese entonces se convirtieron en un par de fideos y mi corazón lo sentí tan inestable que me hacía perder el aliento.
No comprendo por qué me agitó tanto lo que dijo; no obstante, me gustaron tanto esas palabras de aliento, de ánimo, que la sonrisa que se me forma al rememorarlo es radiante.
No tuve problemas por la tardanza de una hora y media. Leia le había notificado a Elissa que pasaría por su casa un momento para buscar unos archivos que necesitábamos para la universidad y dado el tiempo que normalmente uno tarda en llegar a la casa de Powell, escudaba aquella mentira con firmeza. Además, la única que se encuentra en casa es mi madre junto a Elea, Abraham no ha hecho acto presencia desde que llegué y eso que han pasado tres horas.
— ¡Eiren! —exclama Eliss desde su cuarto, despabilándome. Coloco los panes rellenos con pollo mechado y me apresuro en llegar hacia ella.
Al entrar la ubico agachada a un lado de la cama, estirando su brazo para tomar aquellas hojas que hace días coloqué ahí con apuro. Mi corazón da un brinco y abro los ojos de par en par al ver sus intenciones. ¡Mierda!
— ¿Qué haces? —pregunto, haciéndome la despistada. Con nerviosismo dejo el plato sobre una de las mesas de noche y espero que me responda.
— ¿fuiste tú quien las tiró hacia acá? —cuestiona en un tono bajo. Termina de tomar cada papel y se levanta con el material en manos.
Sus ojos los cuales parecen vacíos e idos, se empañan levemente. Me observa con tristeza, desesperación y angustia, como si le preocupara oír una respuesta afirmativa de mi parte. Se ve tan vulnerable y delgada que tengo el impulso de abrazarla y decirle que todo va a estar bien, aunque no sepa lo que le está sucediendo. El color todavía no ha vuelto a su rostro, aun se halla blanquecino, sin vida. Verla de este modo me parte el alma, me hiere inefablemente. Es la mujer que me dio la vida, ¿Cómo no preocuparme de sobremanera por lo que le pasa?
Doy unos cuantos pasos hasta sentarme sobre la cómoda. Tomo un respiro, llenando mis pulmones con una gran cantidad de oxígeno, tratando de sosegarme para lo que viene. No llegué a pensar que la hora de cuestionarle acerca de esto llegaría tan rápido.
Ella se sienta en la otra punta de la cama, con cautela. Deja las cartas en la cama y prosigue a tomar su coleta para hacérsela de nuevo. Vigilo sus movimientos, captando aquellas vibraciones que de repente da. Desde el incidente está así, tan concienzuda, al tanto de lo que sucede a su alrededor, como si esperara un golpe en seco a sus espaldas.
—Las vi en la cama el día de ayer —digo, viéndolas —estaba la puerta abierta y la curiosidad pudo conmigo —admito.
—lamento haberlas dejado a la vista. No pensé que las encontrarías —contesta cabizbaja.
—mamá. —Trago saliva para pasar el tan conocido nudo en la garganta —no las entiendo y por más que no quieras, con sinceridad, necesito que me las expliques.
—siento que es lo mínimo que puedo hacer después de todo —opina, alzando la vista. No contesto porque en parte no estoy de acuerdo. Dudo que pueda hacer algo para que olvide lo que hizo —quiero aclarar que esos escritos fueron de hace años hija —inicia.
Tomo todas las hojas y las coloco en mi regazo. Cojo la que está de primero y me encuentro aquella en la que aparecemos los tres, en ese entonces mi hermana no había nacido.
—Comienza por aquí —instruyo con sutilidad. Volteo el papel y me estremezco al interpretar nuevamente lo que dice —Es increíble que lo que se llamó anteriormente un error, ahora es lo que es capaz de alegrarnos los días. —Leo en voz alta — ¿a qué te refieres? ¿A mí? ¿Yo soy error para ustedes?
— ¿Qué? No mi amor, no eres un error para nosotros. Tu padre y yo te amamos —responde con rapidez.
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Editado: 12.03.2021