Indagando su oscuridad

Capítulo 42. Tienes ganado todo mi corazón

Eiren:

Cuando sueles recibir golpes tras desilusiones por la misma persona, hay un punto crítico (el cual es el más doloroso), donde, simplemente ya te esperas absolutamente todo de lo que pueda llegar a realizar y eso es lo que sucede con Abraham. Lo que acabo de ver no me derrumbó con aquella tristeza demoledora que siempre me abarca, sino una sensación de decepción que es capaz de perforar tu corazón de a punzadas.

No puedo sentir mis ojos aglomerarse de lágrimas porque siento que él no las merece, no le puedo otorgar un llanto que anteriormente le he dado y él no lo ha valorado.

Lo único que pude llegar a sentir es una clase de furor en mi pecho. Es una cólera tan fuerte que lo primero que llegué a pensar cuando los atisbé fue buscar un bate y hacerlos trizas a ambos. Me llegué a exaltar, casi llegar al histerismo con dicho panorama. Por poco pego un grito lleno de ira, rabia por el hecho de estar cumpliendo el papel de estúpida, de una idiota mientras ellos hacen y deshacen a su gusto.

Recuerdo como hace minutos mis manos y piernas temblaban, tiritaban por la cantidad de sensaciones negativas que aguardaba. Evoco como la gente que deambulaba por mi costado me divisó con extraño y preocupación.

Me siento decepcionada.

Siento que las únicas esperanzas que poseía de que todo se arreglara se han ido al caño y... Lo peor del caso es que llegué a idealizar que nuestra familia se podía volver a reconstruir, que podían llegar a ser (con el paso del tiempo), la misma que antes.

Lastimosamente toda persona tiene esa pizca de masoquismo que nos hacen ser más humanos. 

¿Y cómo odiarlo? ¿Cómo yo, Eiren Williams, puedo odiar a mi padre cuando se encargó de hacerme sonreír, de aprender a amarlo con ansias y andar por los senderos tan desnivelados de la vida? ¿Cómo puedo decir que quiero verlo despedazado por lo que ha hecho cuando solo quiero el bienestar para él?

Y es aquí, sentada en uno de los columpios del parque, donde afirmo que el amor de pareja, el noviazgo o matrimonio, no son las únicas circunstancias donde un individuo puede llegar a sufrir por llegarle tener efecto a alguien.

Ahora me pregunto, ¿amo a mi padre? ¿Lo adoro luego de todo el daño que me ha ocasionado, de todas esas veces que me he sentido morir por sus acciones?, si digo que sí, que lo quiero, ¿por qué suelen decir que está mal engancharse con alguien que te lastima, que te hace padecer? ¿Sería masoquismo? ¿Tendría que odiarlo en tal caso o, alejarme de él? Y es luego de dar tantas vueltas, donde afirmo que no, no puedo aborrecerlo porque se me es imposible, porque cuando las aguas se calmen, el seguirá ocasionando sonrisas en mi semblante, el continuará apoyándome para que avance...

Él seguirá siendo mi padre...

Quiera o no que sea de esa manera.

Por eso me frustro. Me agobio y desespero porque las cosas no tienen que transcurrir de esta manera. Nadie, independientemente de cómo sea, tiene por qué estar siendo abrumado y sintiéndose prisionero por no entender cuáles son las clases de sentimientos que le tiene a un miembro de la familia. Le echo la culpa a él, a mi padre, porque es esa persona quien ha ocasionado que en este instante tenga un vaivén de emociones.

Toda esa clase de rabia o furor que contenía, se ha convertido en un sentimiento de soledad impenetrable. Siento un hueco, un vacío más grande que el que ocasionaba Jarel al hipnotizarme. Esa carencia de afectos, se ha entremezclado con un deje de aflicción, con una congoja que me arrebata el respiro.

Cierro los ojos y apoyo mi sien en la cadena del columpio. Me sujeto débilmente de este y me balanceo con suavidad, permitiendo que el viento refresque mi rostro, que me haga entender que sigo viva, que por los momentos las emociones no me pueden dejar desfallecida.

¿Y Cassandra? ¿En dónde queda ella? ¿Dónde queda la fémina que me tiene que ayudar a superar mis problemas cuando, literalmente, está en el medio de uno?

¡Es lógico que sabe que es mi padre! ¡Maldición! ¡El mismo me acompañó en mis citas! Mi papá muchas veces me llevó hacia ella...

Me cuesta pensar que cuando tocaba el tema de los conflictos familiares, ella estaba ahí, escuchándome con fingida inocencia, con falsa aflicción.

¡Quiero matarla! Quisiera tenerla a un paso de mi cuerpo para ocasionarle un daño físico que pueda igualarse a la otra abolladura que implantó en mi corazón, siendo parte de la lista infinita de daños de esta. Me siento estafada, porque, a pesar del desagrado que siento hacia ella, por un momento llegué a pensar que si estaba progresando, avanzando con su ayuda.

Abro mis ojos con lentitud, sintiéndolos pesados y de repente, aglomerados de lágrimas. Una puntada dolorosa en mi pecho me hace inhalar por la boca y cerrarla para contener un gemido quejumbroso.

Desde mi posición, observo como niños que comprenden edades entre cuatro a siete años, juguetean en el pastizal. Lucen tan felices, tan libres, siendo ellos mismos con unos gestos efusivos que llenan el corazón de quienes los miren. Todos parecemos así de pequeños, siendo ignorantes del mundo deteriorado en el que estamos, desconociendo si más tarde podemos salir lastimados de ello. Extraño esa etapa de mi vida donde mi única preocupación era no tener una amiga con quien jugar. Cuanto quisiera volver a ser esa chiquilla vivaz y dinámica, esa la cual andaba felizmente por todos los panoramas.



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En el texto hay: tristeza, amor, suspenso

Editado: 12.03.2021

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