Eiren:
La molesta alarma suena como todos los días y mamá se adentra a mi habitación para abrir las persianas y permitir que los rayos del sol terminen de despertarme. Son acciones tan monótonas que me despabilo con el mismo desánimo de siempre.
La única anomalía que diferencia esta jornada de las otras, es aquello que no para de circular por mi cabeza desde hace ya cinco días. Lo sucedido hace una semana después de la cita con la psicóloga me mantiene ida por unos segundos. Definitivamente, fue aterrador. El hecho de haberme topado con aquel individuo que causó estragos en mi sistema en todos los sentidos posibles, me agobia inexplicablemente.
— ¿preparada para un nuevo día? —cuestiona Elissa efusivamente, despejando los pensamientos de mi mente.
Frunzo el ceño y con pereza me deshago del calentito cubrecama.
—mamá por favor, no empieces —refunfuño porque la conozco, ella tiende a animarme todas las mañanas y su esfuerzo siempre resulta ser en vano —No entiendo cómo puedes estar animada tan temprano —farfullo.
Me estiro y hago tronar mis huesos, ganándome una mirada disgustada de su parte.
—No seas mal educada —reprende, se apoya de su pierna derecha y se cruza de brazos —estos son los milagros de una buena taza de café por las mañanas, si gustas te preparo un poco mientras te alistas.
—no, paso. Me gusta estar así —comento y no es mentira, me agrada sentirme con somnolencia, de ese modo se me facilita dormirme en la clase de cálculo.
Es magnífica la sensación que me cargo al tener un gran suéter de algodón con los audífonos puestos con música lenta y relajante. Los párpados se me van haciendo pesados y picosos, empiezo a escuchar todo más lejano y prestarle poca atención a mi alrededor. De esa manera, con tan solo unos segundos, mi campo de visión se sume en una absoluta oscuridad, dando por acabado el martirio que se vive al escuchar el habla de la tediosa profesora de matemáticas.
— ¡Eiren! —exclama mi madre, haciéndome dar un respingo.
Joder, estaba quedándome dormida.
— ¿Qué?
— ¿a qué hora te acostaste ayer por la noche? No te quiero seguir viendo con el teléfono en la madrugada, amaneces con esas inmensas ojeras —replica, saliendo de la alcoba no sin antes mandarme una mirada de advertencia —te quiero lista en cinco —dicho eso, sale dando un portazo.
Dejo salir un suspiro cansino porque mi mamá puede ser intensa cuando se lo propone.
Después de alistarme, tomar la mochila del cuarto e ingerir un gran desayuno, salgo de casa y emprendo mi andar hacia la parada del transporte. Mamá no tuvo tiempo para llevarme ya que mi padre volvería del tercer turno y quería esperarlo con los brazos abiertos.
El ambiente se torna agitado al llegar a la universidad. Ya no tengo la tranquilidad y el silencio que tenía en mi camino, ahora todo es parloteos, bisbiseos y empujones a la hora de atravesar el estrecho pasillo. El gentío sonríe abiertamente, saludándose como si no se vieran desde hace años cuando solo fue un fin de semana.
Una mano aprieta fuertemente mi antebrazo y me hace dar una media vuelta en mi propio eje. Hablando de parloteos...
— ¡Eiren Janit! ¿Te habías olvidado de mí? —pregunta, haciéndose la ofendida.
Sonrío un poco y ruedo los ojos.
—no me llames por mi segundo nombre, no me...
—Janit, Janita, Janit ¿Cómo estas Janit? ¿Qué has hecho Janit? —Le tapo la boca con la palma de mi mano y niego lentamente al oírla.
—no sé cómo te soporto.
Se zafa de mi agarre y argumenta con rapidez:
—sabes que no puedes vivir sin mí. Además, soy la única que puede aguantar tu personalidad hostil y amargada.
—Gracias por los ánimos, ya entendí que soy un asco… ¿Feliz?
—Puede ser —responde, achicando sus ojos mientras sonríe.
Prosigue a caminar conmigo y me acompaña hacia mi casillero para tomar un libro que olvidé llevar a casa.
—Tengo un cuento interesante —comenta, subiendo y bajando las cejas con rapidez y picardía. Dejo de mirarla de soslayo y espero a que continúe. ¿Para qué periódicos si la tengo como amiga? —Hay alguien nuevo aquí —anuncia y me quita la intriga.
Alzo los hombros, restándole importancia.
— ¿eso es todo? —Hago una mueca —Siempre hay personas nuevas en esta universidad, no hay de qué sorprenderse.
—lo sé, pero, Melanie intentó acercarse a él y a tres pasos de distancia se encorvó como si no pudiera soportar alguna clase de dolor, incluso alarmó a los estudiantes porque comenzó a llorar.
Paro en seco abruptamente y Leia se detiene a la vez.
— ¿Qué? ¿Qué le pasó? —cuestiono, llenándome de incertidumbre.
—nada la verdad, el chico no le hizo algo. Solo la miró desinteresado y siguió comiendo. —Frunce el ceño —Cuando Mel se alejó de él, todo terminó y quedó temblorosa por el susto que había pasado.
—quiero ver quién es —comento, pensativa —Has activado mi curiosidad —anuncio y ríe en respuesta.
Puede que mi comentario le haya dado gracia, pero en realidad para mi es todo lo contrario. El sabor amargo que se instaló en mi garganta no significa nada bueno.
—De seguro está en unas de tus clases, se ve de nuestra edad —informa, comenzando a retomar el andar.
—no sé, esperaré a verlo.
Ahí finaliza nuestra conversación, dejándome con miles de cosas que pensar.
Melanie es una chica que cursa el mismo año que nosotras dos, es simpática y empática, siempre con una tierna sonrisa alumbrando su rostro. Es conocida por hacerse amiga de los nuevos ya que, según ella, no le gusta verlos solos sin compañía alguna. Es por ello que al escuchar lo que comentó mi mejor amiga, deduzco que las intenciones de Mel era serle de su agrado, aunque las cosas no salieron como ella esperaba.
¿Qué ocasionaría aquel dolor?
Debió ser algo verdaderamente atroz para que no pudiera retener el llanto, jamás la he visto llorar, ni siquiera la he visto decaída. No sé qué pacto hizo, pero la mayoría del tiempo parece una niñita llena de energía. Algunas veces bromea diciéndome que tiene ánimo para las dos y joder, le creo.
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Editado: 12.03.2021