Eiren:
Las ojeras violáceas que enmarcan mi semblante y lo demacrada que luce mi cara son las causantes de que la mayoría en la universidad posen su vista en mí. Sus vistazos y comentarios burlescos son los que provocan que me hunda en mi eje y quede cabizbaja.
He dormido tan mal que no me inmuto ante la muestra tan grande de debilitamiento que ejerzo. Hace tiempo que no me desvelaba de este modo, es tan agotador que vuelve cada respiro un martirio.
No pude sellar mis párpados por más de diez minutos porque otra pesadilla se hacía venir, cada una más fuerte que la anterior, arrebatándome el aire y dejándome hecha ovillo en la cómoda, sollozando contra la almohada. Mi alrededor se había desvanecido en ese momento, solo estaba ahí, como si hubiese retrocedido el tiempo y me estuviera enterando que alguien tuvo la osadía de abusar de mí.
Actualmente mi humor está por el piso, siendo pisoteado por las miradas intensas del gentío. Para completar la situación, Leia no vino, la única chica que soporto y viceversa tenía unas diligencias y no asistió. Es por ello que yazgo sola, a la deriva, sin alguien del cual me pueda apoyar. A todo esto, se le agrega que no he podido sacar de mi mente la mirada de aquel chico de ojos grisáceos y lo que causa es que mi cabeza llegue a doler.
A paso cansado, retomo el andar y cierro los ojos ya que estos escuecen, quieren ocultarse bajo mis párpados para toda una eternidad. Pican y provocan que pase mis dedos con espereza sobre ellos con la intención de rascarme pero solo empeoro el trabajo. Alzo el rostro y quedo rígida al verlo, apoyado sobre uno de los casilleros, concentrado en su teléfono celular mientras tensa su mandíbula y pasa saliva con fuerza.
A los segundos, un chico con semejanza a él, se aproxima a este y lo saluda con un golpe en su hombro. Sus ojos grisáceos se clavan en aquel hombre y su mirar se vuelve molesto, estresado.
Son tan parecidos con aquellos rasgos deslumbrantes que podría asegurar que son familia.
Mientras me localizo como una ridícula viéndolos con curiosidad, el individuo de ojos mieles pilla mi escaneo y establece una sonrisa ladeada en sus labios. Con disimulo, golpea con el codo a su acompañante y este se queja para después captar su llamado. Él me observa, no con tranquilidad como su pariente o amabilidad, su ojeada es fría, helada como un témpano de hielo. Mis mejillas dan indicios de sonrojarse por lo que continúo dando zancadas para pasar frente a ellos y salir de las instalaciones de la universidad.
Cuando el friolento clima me recibe, exhalo aliviada. Es increíble lo atosigada que estaba cuando ellos me observaron, me sentí tan estúpida. Definitivamente, la ojeada de aquel chico de grisáceos luceros no es normal. Una gélida ventisca estimula la pesadez que percibo en mi pecho y es debido a ello que termino sintiendo mis ojos cristalizarse por el vaivén de sensaciones negativas que se aglomeran en mi interior.
De nuevo, al cerrar mis parpados, el video se reproduce de nuevo involuntariamente. Siento que mis vellos se erizan aun cuando sé que esto es una ensoñación; sin embargo, es difícil, esto es muy difícil de soportar.
Me encuentro sobre mi cama, sentada en forma de indio en el tiempo que veo como las ramas de los árboles chocan unas con otras, las hojas secas caen a la vez que otro relámpago aclara el denso cielo. Unas manos se posan sobre mis ojos y sonrío al saber que mi madre tiene la manía de hacer eso.
Aunque me haya sentido relajada, todo cambia cuando un golpe llega a mi nuca y el grito de Elissa se hace presente. Desde ahí, solo aprecio como mi cuerpo se tambalea y cae tendido a la cómoda, casi inconsciente, sin saber que lo que vendría a continuación me quedaría marcado para toda la vida.
Los alaridos...
Jadeos...
Exclamaciones repugnantes y repulsivas por parte de esa persona...
Todo llega a mí, sacándome de balance e introduciéndome en un estado descompuesto y turbado. Lo único que oigo son blasfemias y los golpes bruscos que intentaba realizar para que su cometido no se llevara a cabo. En fin, mi esfuerzo fue en vano, porque, en menos de cinco minutos se había llevado eso que tenía reservado junto a la inocencia que tenía intacta.
Jamás pensé que algo como eso sucedería. Ni en un mundo paralelo se me ocurrió que tendría que pasar años de vida en un psicólogo para detener estos trances que logran descolocarme, esos que me hacen ser alguien desigual y no en el buen sentido.
Repentinamente, siento como unas manos, grandes y ásperas son puestas sobre mis hombros. Ahogo un jadeo y doy un respingo al mismo tiempo que abro mis ojos, alejándome de aquella pesadilla. Pronuncio palabras inteligibles al ver aquellos exóticos ojos escudriñarme.
—Detente... —ordena, con una voz tan varonil y fresca que me deja embelesada. Claro, no pasa mucho para que aquel embeleso pase a ser una confusión.
Veo como frunce el ceño y divisa sus manos sobre mis hombros. Miles de cosquilleos son instalados en ese lugar en específico, al parecer, él siente lo mismo ya que aleja su piel de la mía con rapidez.
Confundido, ve mi rostro antes de dar media vuelta y caminar hacia su automóvil, se adentra con apuro y arranca sin rechistar.
¿Qué?
Mi cara es un poema por lo que acaba de suceder.
¿Por qué instruyó aquello? Exactamente lo pronunció cuando estaba atravesando el límite de mis pensamientos, cuando estaba a punto de desmoronarme. Fue como el freno de mano que me hizo despertar. ¿Cómo supo aquello? ¿Fueron mis gestos quienes dieron a entender esa señal? ¿La estaba pasando tan mal que se dio cuenta?
Tomo un poco de tiempo para calmarme y permanecer serena. Posteriormente decido continuar con mi camino y tras unos minutos, llego a la estación de autobús justamente cuando el transporte está aparcándose. Me introduzco en él, sentándome en uno de los puestos delanteros y apoyando mi cabeza en la ventana.
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Editado: 12.03.2021