Historia uno.
Lo he visto ahí de frente, casi cerca de mí. Sin embargo, no me atreví a hablarle, ¿nervios?, ¿temor? Aún no lo sé. Podría decir que no tenía nada para comenzar una conversación, y era que nada salía de mi boca, pero en mi cabeza las palabras bien ordenadas para decir me agobiaban, aturdiendo mi tranquilidad. —Tenía mucho que decir— pero fui contra de mi voluntad, me fui sin decir nada, nada (así como era yo, nada). Discrepé conmigo misma una vez que iba caminando por las frías y solitarias calles, no obstante, varios autos iban de aquí por allá, el viento soplaba mi cabello y mi cuerpo sufrió un colapso de erizamiento al verlo otra vez frente a mí. ¿Me seguía acaso? Una pregunta estúpida pasó por mí —Seguirme, ni que fuera lo único que se hallara en este mundo. O no lo único, lo interesante (no era nada de eso)—.
¿Por qué volvería a verlo? No es que como si no hubiera más calles o ceras por dónde ir. Se estaba haciendo costumbre hallamármelo a donde quiera que vaya. No me molestaba en lo absoluto, simplemente se me hacía frustrante no ir y encararlo como siempre mi mente maquinaba. Me imaginaba encontrármelo, encararlo y expresar todo lo que tenía para decir desde un principio. No podía, ya no. Nada de eso era real, quería convencerme, hacerme a la idea de que no era real. Su piel tersa junto a la mía en tiempos de angustias y emociones cuando solíamos recostarnos en su cama y mirarnos a los ojos; sus ojos brillaban como estrellas, me perdía en su color tan hipnótico y relajante, así como su voz: tan gruesa y ronca. A veces distantes o fría con otras personas, conmigo era diferente. Decía que yo que yo era diferente. Me encantaba abrazarlo en las tardes de películas que nos gustaba inventar, sentirlo tan cerca olfateando su rico aroma, atravesando mis fosas nasales, recorriendo toda mi anatomía. Atravesábamos momentos difíciles, nos gustaba ser parte de cualquier tontería que se nos ocurriese en el momento. Aquellos momentos de fantasías y etéreos deseos que nos confesábamos durante las noches.
Las noches ahora se sentían como un infierno. Ya no había nada de eso. Nada de sonrisas, nada de caricias tímidas y nada de besos robados. Todo se había perdido, todo de un momento a otro se desvaneció. Igual que su alma, igual que su cuerpo desplomándose aquel día de diversión y juegos. Nada era igual. Yo no era la misma, él tampoco volvería a ser el mismo. Sólo una foto arrugada sostenida por un portar retrato viejo de madera caoba, al lado de mi cama donde ésta se apoyaba sobre una mesita de noche junto a la lámpara de foco extraño que me regalaste.
Seguí mi camino, sin mirar hacia adelante, solo al suelo perdiéndome en mis zapatos. Sonreí al recordar cuando te burlabas de mis pies, ya que para ti eran tan pequeños y delicados que no te cansabas de hacerme cosquillas, mientras me distraía y tú aprovechabas sin descaro. Al volver a mi casa, volví a caer en llanto; en el mueble de la sala donde nos dimos nuestro primer beso traicionero, estabas tan ebrio y yo tan sobria. Me dijiste tus sentimientos, pero no podíamos estar juntos, eras mi mejor amigo... El mejor de todos (aun así, no le hicimos caso a eso). Lloré cuando pasó, y lloro ahora moqueando y mojando el cojín que siempre tomabas para colocar tu gran cabezota. Tu cabello sedoso con rulos caía como un sueño sobre él, dejando su olor de champú varonil... Le llamaba así cada vez que te lo lavabas.
Quité mis lágrimas de mis mejillas. Tenía que aceptarlo, no volvería, nunca más. Sollocé por unos minutos más, pasé sentada esos minutos. Luego flexioné mis rodillas sentándome en el suelo y las recogí hasta mi pecho y me perdí en el hueco que éstas hacían. Sus manos pasando por mi cuerpo aquella noche, derribando todas las paredes que había puesto para otros. Pero tú llegaste y las derribaste, desprendiéndome de mis prendas y haciéndome flotar por los cielos. Disfrutando de la fricción y el vaivén de nuestros cuerpos sudorosos en las sábanas de tu cuarto. Recuerdos que no olvidaré, como fueron las últimas noches de tenerte. La vida te arrebató de mi camino, ya no serás mi destino, no te tendré en el futuro. En mi corazón te quedarás, te mantendrás sólo para mí. En mis recuerdos estarás, mi corazón permanecerás latente, vivo... Ahí sí estarás vivo.